domingo, 27 de agosto de 2017

Los escritores rusos

Hace ya varios años, cuando estaba terminado el colegio o iniciando la universidad, no estoy muy segura, tuve la idea de escribir una lista de libros que debía leer antes de morir. Ahora que lo pienso, es un poco curioso, porque a los 17 o 18 años uno no está muy preocupado por cosas así. En todo caso, dentro de la larga lista de clásicos que tuve que sacar de lo que otras personas me contaban o de listados en internet de grandes obras, había dos libros emblemáticos, que marcarían mi vida para siempre: Crimen y Castigo y Anna Karenina.

No sé nada de los rusos. Mi mayor obsesión europea se centró en Francia, es decir, pasé mucho tiempo anhelando conocer París inicialmente y lo que pudiera de ese país, por pura pasión descontrolada y sin mayor argumento. Cuando leí Nuestra Señora de París de Victor Hugo, deseé conocerla aún más y estuve ahorrando un tiempo para poder ir a hacer un tour maratónico por Europa, esperando sobretodo ver la ciudad de la luz. Esa idea sigue firme, aunque con algunos cambios drásticos. Pero luego, se me atravesó en el camino la literatura y la música clásica rusa (además de otros gastos inesperados que dejaron el ahorro un poco estancado).

El primero en el camino fue Crimen y Castigo. Gran libro, grandísimo. Dostoyevski plasma la desesperación como nadie en el mundo y los sentimientos en general. Leer ese libro fue para mí una montaña rusa emocional que mezclaba con gran delicadeza malestar, ira, temor, preocupación, ganas de salvar a Raskólnikov, esperanza y emoción. Nunca se sabe bien qué va a pasar, no se sabe qué esperar y eso lo vuelve tan necesario como el aire. Leer a Dostoyevski es como entrar a las escenas que describe, como ir caminando por las calles que recorre el protagonista, es sentir la suciedad, la enfermedad, la fiebre, la angustia y la sangre fría. Y también la angustia filosófica.

El siguiente fue La Muerte de Iván Ilich de Tolstoi. Una historia relativamente corta pero intensa (al parecer como todo lo que escriben los rusos). El dolor y la negación a la muerte en medio de la agonía, son lo que caracteriza a este libro. Encontrar, tal vez, el sentido a todo por lo que se ha luchado cuando parece derrumbarse sin más ni más. Es también una gran historia.



El Jugador de Dostoyesvki llegó después y me costó un poco más. El vicio, la perdición y un poco de crueldad es como yo describiría este libro. Aquí me di cuenta que los escritores rusos tenían serias críticas a cómo se movía la alta sociedad, la burguesía y a ese trato despótico que tenían los europeos sobre los rusos, con un toque de superioridad. Al menos, es lo que se plasmaba en sus historias.

Luego, llegó la emblemática Anna Karenina de Tolstoi. Que maravilla de libro. Estoy por terminarlo en este momento, con la melancolía que siempre siento cuando estoy terminando una gran historia. Anna y Levin, han sido mis personajes favoritos en estas 1000 páginas del libro y no quisiera dejarlos, por lo cual decidí escribir esta entrada. También con este libro saltaron a la vista algunas cosas en común con los demás, que concluí que no entendería bien a menos que aprendiera sobre la historia de los rusos. Y entonces, decidí comenzar a investigar, para poder contextualizar todo el mar de sentimientos que me han despertado estos escritores.

No he encontrado autores que expresen tan bien los sentimientos humanos, las luchas internas y la incoherencia que a veces nos caracteriza a todos como los rusos. Por eso, me he enamorado de ellos. Y por eso también, he decidido comprar más libros de otros autores diferentes de estos dos que ya conozco, para ver qué más encuentro, como una especie de mensaje en clave que no puede deberse a otra cosa más que al pueblo maravilloso que son. 

sábado, 26 de agosto de 2017

Grandes ideales

El asunto de la sociedad latinoamericana me lleva dando vueltas en la cabeza un buen tiempo, por dos razones importantes. La primera, porque estoy hasta la coronilla de aquellos - y me incluyo, porque así fui en el pasado - que pasan la vida sentados en un estrado imaginario criticando que los colombianos somos así o asá, que los latinos somos esto o lo otro y en general, con ese mensaje implícito de ser inferiores a los europeos o a los norteamericanos, destilando veneno constantemente, como si fuera necesario reforzar la idea de que no sólo somos peores sino que jamás seremos como ellos. No, jamás seremos como ellos. Y eso no está mal. Simplemente somos diferentes.

La segunda razón es que me he devanado los sesos tratando de dilucidar cómo es realmente nuestro pueblo. Qué convicciones tiene, qué características tiene, qué defectos y virtudes tiene pero eso sí, dejando de lado la comparación odiosa, en la que irremediablemente salimos perdiendo. Claro, si yo quiero determinar la habilidad de volar de un pez y de un ave, el pez va a perder siempre. Pero valdría la pena también evaluar cómo nada el ave a ver si el asunto sigue siendo igual. No hay por qué pensar que volar es lo correcto y nadar lo incorrecto o que volar es superior a nadar. Sucede y eso es todo. Hay una historia que lo explica, sí y valdría la pena sentarse a leer en lugar de lanzar críticas sin cesar por absolutamente cada cosa que sucede.

Sé bien que algunas personas están más que convencidas de la inferioridad de nuestro pueblo, de nuestra raza, de nuestra historia, de nuestra política, sociedad, economía, ciencia, arte y desarrollo. Sé bien que a muchos de ellos, nadie podrá convencerlos de lo contrario y que hacen lo posible para irse, porque sin duda la situación aquí está mal y tiene muchísimos problemas (y ojo, de eso soy muy consciente). Sin embargo, estaba pensando que el mayor aporte de estas personas sería precisamente buscar esos rumbos para mejorar su calidad de vida y evitar sumir a este pueblo golpeado en una desesperación peor con las constantes críticas, que sólo fijan en el subconsciente el mismo mensaje de inferioridad. 

Hace unos años, cuando comencé la maestría, una mujer brillante me dijo que la gente le preguntaba por qué no se había ido del país a hacer su doctorado, sino que había decidido quedarse aquí, donde no se destina nada a la ciencia, en un lugar donde no importa la educación, cuando ella habría podido ganarse una beca e irse. Yo me había preguntado lo mismo desde que la conocí. Ella respondió con firmeza que había decidido dar la pelea por este país, destinar su vida a luchar por lograr algo acá, donde todo está por hacerse, donde hay injusticias, corrupción y hambre sí, pero en este, el país que la vio nacer. Su discurso es tan convincente, que yo misma quise, desde ese día perseguir ese sueño. Y ahora, tiempo después, al escuchar a tantos colegas y personas inteligentes que aprecio hablar de Colombia y de Latinoamérica como si fuera la peor escoria del mundo, estoy convencida que hacen bien en irse y perseguir sus sueños, llegando a sociedades que han vivido otras cosas, con una consciencia diferente, las que ellos mismos consideran superiores. Aquí, sin embargo, necesitamos personas como ella, con ese compromiso infinito y esa fe inspiradora, para ver si unidos podemos lograr algo.

Ella alimentó en lo profundo de mi alma el sueño de hacer algo por este país desde donde puedo y siento que es lo que estoy haciendo. Ahora, creo que necesito un ideal más grande y lo estoy buscando. Estoy segura, sin embargo, que ese ideal estará destinado a tomar las riendas y no criticar más.

martes, 8 de agosto de 2017

Trabajando por milagros

Yo decidí estudiar una ciencia pura, con la idea casi mágica de hallar o inventar algo que pudiera ser de utilidad para la humanidad. Digo casi mágica porque aunque para una niña o una adolescente parece algo muy posible, me encontré de frente con la compleja realidad en que las necesidades del mundo superan con creces lo que uno se imagina y en que hallar o inventar algo útil es bien difícil. En algún punto de la carrera me convencí de que la rama de la biología que más me gustaba - la biología celular - era bastante reduccionista, tanto que sería prácticamente imposible ver que algo que yo hiciera pudiera migrar a alguna aplicación en el mundo real. Trabajé con enfermedades tropicales un tiempo y luego, se abrió la oportunidad de trabajar con células madre. La esperanza se levanta de nuevo, terminé soñando irremediablemente con salvar al mundo de la leucemia, con ayudar a la gente, con inventar algo, con encontrar algo, lo que sea. Sin embargo, tres años de arduo trabajo en un proyecto que no produjo resultados concluyentes aminoraron de nuevo la llama viva en el corazón y en numerosas charlas cargadas de frustración con mis amigos (que también estaban haciendo la maestría) decidimos que simplemente teníamos que terminar la tesis como fuera, graduarnos y entender que no íbamos a salvar al mundo de la leishmaniasis, ni a inventar curas para el cáncer o que al menos, no viviríamos para ver algo tangible que fuera producto de nuestro trabajo. Ni hablar de la esperanza más que muerta de hacer algo por este país. 

Sin embargo, para mi sorpresa, la idea se hallaba aún dormida en lo más escondido del alma. Terminé trabajando en el primer Banco Público de Sangre de Cordón Umbilical en proyectos de investigación. Todo estuvo un tiempo estable, nos dedicamos a almacenar unidades de excelente calidad, viendo distante su utilización en un paciente en el país, principalmente por la ausencia de legislación, por las respuestas del Ministerio, en fin, por mil asuntos complicados. Luego, de alguna manera los astros se alinearon y apareció un paciente de apenas 10 meses de nacido con una enfermedad genética del sistema inmune, que impide que pueda defenderse de las infecciones de cualquier tipo. El bebé había pasado casi más tiempo de su vida hospitalizado que en su casa y la única oportunidad de salvarlo era haciendo un trasplante. Como ya mencioné en otra entrada, los médicos no encontraron en las bases de datos del mundo un donante compatible, salvo por una de nuestras mejores unidades. Y ahí comenzó la odisea de organizar todo para enviar la unidad a Medellín. Angelo, el paciente que recibiría su oportunidad en una bolsa de sangre de 31 ml, congelada en nitrógeno líquido a -180°C y que representó para un grupo entero de personas uno de los mayores logros de la vida. 



Ya pasaron más de 30 días después del trasplante. El sistema inmune de Angelo comenzó a reconstituirse gracias a un donante de un hospital público de Bogotá, ya tiene de nuevo las mejillas rosadas y salió en los medios de comunicación a través de una rueda de prensa a la que no asistieron tantos periodistas como se pensaba, porque estaban cubriendo una noticia de corrupción. 

El viernes celebramos el cumpleaños anticipado de mi jefe, la directora del Banco, quien hizo todo esto posible y de uno de mis grandes amigos, que se irá próximamente a hacer un doctorado en McGill. Dijeron sus palabras de agradecimiento con la vida y nos hicieron llorar - incluso a mí, que tengo la fama del corazón más frío del Banco - sobretodo pensando en esa vida, en ese niño a quién se le otorgó una oportunidad, a quien le dimos una oportunidad. El director del Instituto mencionó que en este país, tal vez, la vida de un niño no representa una gran noticia porque venden más otras cosas, como los escándalos o la farándula, pero para la mamá del niño, lo es todo. Nosotros no somos cantantes, actores, ni modelos, no salimos lindos en las fotos o los videos y nuestra vida no da de qué hablar. Pero lo logramos. Hicimos algo por el país que nos vio nacer, algo por alguien que necesitaba ayuda. Y eso, podría decir, me basta para encender otra vez esa llama en el corazón y volver a creer. 





lunes, 7 de agosto de 2017

Grandes maestros

Bailo desde que tengo 4 años, quien me conoce sabe que siempre cuento esa historia. Alguna vez consideré la idea de ser bailarina, de dedicar mi vida a eso. Bailé ballet, flamenco, danza árabe y ahora salsa. Tal vez sólo la biología equipara el amor que siento por el baile. Las rolas tenemos fama de no poder bailar nada, pero qué importa, a mí me gusta.

Esos mismos ires y venires en los diferentes géneros musicales que he intentado bailar me han presentado un sinnúmero de maestros de danza. La primera que recuerdo era una mujer muy particular en el colegio, con uñas postizas que exigía flexibilidad de profesionales, que gritaba todo el tiempo y que nos enseñó una coreografía bastante extraña sobre unos diablos usando truzas rojas, baletas y unos chinchines. Yo era - léase bien - el diablo mayor. Fue un episodio bastante extraño. Fuera del colegio me dediqué primero al ballet y luego al flamenco, aprendí coreografías y me presenté en varias partes. Me gustaba mucho, aprendí técnicas, pero sobretodo repetí secuencias de danza. Con la danza árabe, aprendí secuencias también y después de varios años, nos enseñaron a escuchar los ritmos, la música, a seguirla y a inspirarse en el músico para bailar, pero siendo realmente honestos, creo que nunca tuve talento para el estilo clásico.

Luego, apareció la salsa. No voy a repetir lo que ya he dicho en otro post sobre el género en sí. Ahora quiero hablar del maestro. Creo que nunca había conocido a alguien que respirara tanta habilidad con el baile, que entendiera de esa forma la esencia misma de lo que hace. La claridad que tiene con respecto a la teoría y a los movimientos en sí es increíble. Recientemente, decidió salir de todas las academias y formar sus propios grupos y llevar las clases de la forma en que él considera mejor. Nos enseña secuencias individuales o en parejas en cada clase, pero jamás repite una coreografía. No pretende que aprendamos de memoria unos pasos que cuadren perfecto con la música justo como él lo ha creado, sino que nosotros mismos seamos capaces de crear nuestro propio estilo, pero no espera que eso simplemente pase sino que nos muestra las herramientas para hacerlo. Es difícil, sin duda. Y en general, no me sale tan bien. Pero lo más interesante de todo es que uno siente que está creando algo, que está en contacto con el arte. Salvo por unas cuantas reglas, que en realidad son pocas, no hay límites y eso es genial. Imitar es ciertamente más fácil que crear, pero como el profe dice:

"Si ustedes salen a la rumba y siguen la música con sus propios movimientos basados en lo que les he enseñado, el baile no se muere."


La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no l...