El asunto de la sociedad latinoamericana me lleva dando vueltas en la cabeza un buen tiempo, por dos razones importantes. La primera, porque estoy hasta la coronilla de aquellos - y me incluyo, porque así fui en el pasado - que pasan la vida sentados en un estrado imaginario criticando que los colombianos somos así o asá, que los latinos somos esto o lo otro y en general, con ese mensaje implícito de ser inferiores a los europeos o a los norteamericanos, destilando veneno constantemente, como si fuera necesario reforzar la idea de que no sólo somos peores sino que jamás seremos como ellos. No, jamás seremos como ellos. Y eso no está mal. Simplemente somos diferentes.
La segunda razón es que me he devanado los sesos tratando de dilucidar cómo es realmente nuestro pueblo. Qué convicciones tiene, qué características tiene, qué defectos y virtudes tiene pero eso sí, dejando de lado la comparación odiosa, en la que irremediablemente salimos perdiendo. Claro, si yo quiero determinar la habilidad de volar de un pez y de un ave, el pez va a perder siempre. Pero valdría la pena también evaluar cómo nada el ave a ver si el asunto sigue siendo igual. No hay por qué pensar que volar es lo correcto y nadar lo incorrecto o que volar es superior a nadar. Sucede y eso es todo. Hay una historia que lo explica, sí y valdría la pena sentarse a leer en lugar de lanzar críticas sin cesar por absolutamente cada cosa que sucede.
Sé bien que algunas personas están más que convencidas de la inferioridad de nuestro pueblo, de nuestra raza, de nuestra historia, de nuestra política, sociedad, economía, ciencia, arte y desarrollo. Sé bien que a muchos de ellos, nadie podrá convencerlos de lo contrario y que hacen lo posible para irse, porque sin duda la situación aquí está mal y tiene muchísimos problemas (y ojo, de eso soy muy consciente). Sin embargo, estaba pensando que el mayor aporte de estas personas sería precisamente buscar esos rumbos para mejorar su calidad de vida y evitar sumir a este pueblo golpeado en una desesperación peor con las constantes críticas, que sólo fijan en el subconsciente el mismo mensaje de inferioridad.
Hace unos años, cuando comencé la maestría, una mujer brillante me dijo que la gente le preguntaba por qué no se había ido del país a hacer su doctorado, sino que había decidido quedarse aquí, donde no se destina nada a la ciencia, en un lugar donde no importa la educación, cuando ella habría podido ganarse una beca e irse. Yo me había preguntado lo mismo desde que la conocí. Ella respondió con firmeza que había decidido dar la pelea por este país, destinar su vida a luchar por lograr algo acá, donde todo está por hacerse, donde hay injusticias, corrupción y hambre sí, pero en este, el país que la vio nacer. Su discurso es tan convincente, que yo misma quise, desde ese día perseguir ese sueño. Y ahora, tiempo después, al escuchar a tantos colegas y personas inteligentes que aprecio hablar de Colombia y de Latinoamérica como si fuera la peor escoria del mundo, estoy convencida que hacen bien en irse y perseguir sus sueños, llegando a sociedades que han vivido otras cosas, con una consciencia diferente, las que ellos mismos consideran superiores. Aquí, sin embargo, necesitamos personas como ella, con ese compromiso infinito y esa fe inspiradora, para ver si unidos podemos lograr algo.
Ella alimentó en lo profundo de mi alma el sueño de hacer algo por este país desde donde puedo y siento que es lo que estoy haciendo. Ahora, creo que necesito un ideal más grande y lo estoy buscando. Estoy segura, sin embargo, que ese ideal estará destinado a tomar las riendas y no criticar más.
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