martes, 8 de agosto de 2017

Trabajando por milagros

Yo decidí estudiar una ciencia pura, con la idea casi mágica de hallar o inventar algo que pudiera ser de utilidad para la humanidad. Digo casi mágica porque aunque para una niña o una adolescente parece algo muy posible, me encontré de frente con la compleja realidad en que las necesidades del mundo superan con creces lo que uno se imagina y en que hallar o inventar algo útil es bien difícil. En algún punto de la carrera me convencí de que la rama de la biología que más me gustaba - la biología celular - era bastante reduccionista, tanto que sería prácticamente imposible ver que algo que yo hiciera pudiera migrar a alguna aplicación en el mundo real. Trabajé con enfermedades tropicales un tiempo y luego, se abrió la oportunidad de trabajar con células madre. La esperanza se levanta de nuevo, terminé soñando irremediablemente con salvar al mundo de la leucemia, con ayudar a la gente, con inventar algo, con encontrar algo, lo que sea. Sin embargo, tres años de arduo trabajo en un proyecto que no produjo resultados concluyentes aminoraron de nuevo la llama viva en el corazón y en numerosas charlas cargadas de frustración con mis amigos (que también estaban haciendo la maestría) decidimos que simplemente teníamos que terminar la tesis como fuera, graduarnos y entender que no íbamos a salvar al mundo de la leishmaniasis, ni a inventar curas para el cáncer o que al menos, no viviríamos para ver algo tangible que fuera producto de nuestro trabajo. Ni hablar de la esperanza más que muerta de hacer algo por este país. 

Sin embargo, para mi sorpresa, la idea se hallaba aún dormida en lo más escondido del alma. Terminé trabajando en el primer Banco Público de Sangre de Cordón Umbilical en proyectos de investigación. Todo estuvo un tiempo estable, nos dedicamos a almacenar unidades de excelente calidad, viendo distante su utilización en un paciente en el país, principalmente por la ausencia de legislación, por las respuestas del Ministerio, en fin, por mil asuntos complicados. Luego, de alguna manera los astros se alinearon y apareció un paciente de apenas 10 meses de nacido con una enfermedad genética del sistema inmune, que impide que pueda defenderse de las infecciones de cualquier tipo. El bebé había pasado casi más tiempo de su vida hospitalizado que en su casa y la única oportunidad de salvarlo era haciendo un trasplante. Como ya mencioné en otra entrada, los médicos no encontraron en las bases de datos del mundo un donante compatible, salvo por una de nuestras mejores unidades. Y ahí comenzó la odisea de organizar todo para enviar la unidad a Medellín. Angelo, el paciente que recibiría su oportunidad en una bolsa de sangre de 31 ml, congelada en nitrógeno líquido a -180°C y que representó para un grupo entero de personas uno de los mayores logros de la vida. 



Ya pasaron más de 30 días después del trasplante. El sistema inmune de Angelo comenzó a reconstituirse gracias a un donante de un hospital público de Bogotá, ya tiene de nuevo las mejillas rosadas y salió en los medios de comunicación a través de una rueda de prensa a la que no asistieron tantos periodistas como se pensaba, porque estaban cubriendo una noticia de corrupción. 

El viernes celebramos el cumpleaños anticipado de mi jefe, la directora del Banco, quien hizo todo esto posible y de uno de mis grandes amigos, que se irá próximamente a hacer un doctorado en McGill. Dijeron sus palabras de agradecimiento con la vida y nos hicieron llorar - incluso a mí, que tengo la fama del corazón más frío del Banco - sobretodo pensando en esa vida, en ese niño a quién se le otorgó una oportunidad, a quien le dimos una oportunidad. El director del Instituto mencionó que en este país, tal vez, la vida de un niño no representa una gran noticia porque venden más otras cosas, como los escándalos o la farándula, pero para la mamá del niño, lo es todo. Nosotros no somos cantantes, actores, ni modelos, no salimos lindos en las fotos o los videos y nuestra vida no da de qué hablar. Pero lo logramos. Hicimos algo por el país que nos vio nacer, algo por alguien que necesitaba ayuda. Y eso, podría decir, me basta para encender otra vez esa llama en el corazón y volver a creer. 





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