Me encantan los libros que juegan
con mi mente, que me llevan hacia un lado a través de una serie de pistas
falsas para luego sorprenderme de un momento a otro acabando con las ideas
que me había construido ya. Me encantan los que me permiten cuestionarme, los
que me siembran ideas nuevas, los que tienen personajes con los que me
identifico, mejor aún si es más de uno, probablemente porque he sido capaz de
mimetizarme para encajar ante algunas situaciones en la vida, a veces para bien
y a veces no tanto. Me encanta cuando me hacen dudar de lo que soy, cuando me
plantea preguntas que jamás se me habrían ocurrido y mejor aún cuando
solucionan los interrogantes que dejaron libros anteriores. Nunca había leído
Rayuela y me tiene fascinada aunque a veces también un poco abrumada, no sólo
por lo densa que me parece la historia y la narrativa en algunas partes del
libro o por el ambiente grisáceo que dibujan las palabras sino también porque
hay demasiada información, ideas geniales, unas que saltan a la vista, otras
que se esconden para ser encontradas fácilmente y otras que están completamente
encriptadas en situaciones diversas.
La Maga y Oliveira, personajes
principales, como ocurre en la vida real, hay mucho más bajo las capas externas
que se detectan en su comportamiento al leer las primeras páginas. La situación
es difícil de entender y lo primero que noto es que aún sabiendo que es un
libro, que los personajes son ficticios, que todo está literalmente escrito y
no puedo cambiarlo, mi primer impulso es juzgar. Eso es muy fácil: “¿Por qué
actúa así? ¿Por qué hace eso? Lo mejor sería que hiciera…” Lo cierto es que
ocurre todo el tiempo en la vida real, nos apresuramos a ofrecer opiniones y
emitir juicios que en realidad no han sido solicitados, en lugar de ofrecer
oídos atentos a quien deposita su confianza en nosotros. He luchado contra ese
comportamiento adquirido - no sé si culturalmente - y en ocasiones es
inevitable, pero también controlable. Las cosas se dicen, sí, pero no puede
olvidarse la consideración hacia el otro, porque cuando somos nosotros quienes
necesitamos ser escuchados, lo último que permitimos es que nos critiquen aún
si tienen las mejores intenciones. Las cosas pueden decirse, pero con tacto. Lección
afirmada aún más al leer el libro.
Ahora, aventurarse en la mente de
estos dos personajes es un asunto mucho más complejo de lo que pensé. Es
evidente que no entendería por qué actúan como lo hacen si no conocía el
razonamiento que tenían ante la situación. Es importante también evitar caer en
el absurdo, hay “argumentos” que no tienen razón de ser, cosas como: “pobre es
quien devenga menos de $190.000” o “el sueldo del presidente del Senado no
alcanza para pagar la gasolina de dos carros”. Hay de todo en este mundo, eso
es evidente.
Oliveira me deja perpleja con
cada página que leo, especialmente por la diferencia abismal entre lo que
piensa y cómo actúa. Parece dos personas diferentes, sus actos reflejarían
desde mi perspectiva, cualquier otra cosa excepto lo que siente. Su línea de
razonamiento es sin embargo, increíblemente interesante y he coincidido en
varias ocasiones, aunque también hay un sinnúmero de ideas que jamás había
considerado. El concepto de realidad es una de ellas (bienvenidos a la disputa
filosófica en mi cabeza): no hay UNA realidad, hay muchas. Una es la que vivo
yo, la que vive quien lee esto, otra es la que vive alguien que se encuentra en
Alaska en este instante. Ronald discute que sí existe una realidad y que lo que
él menciona son percepciones, pero Oliveira no cede y aquí viene la parte que
me llama la atención: para él, la realidad realmente perceptible es lo que se
arremolina como un absurdo en nuestras vidas, sucesos inexplicables, cosas sin
sentido, la muerte por ejemplo. Perdonarán los lectores que conocen el libro si
mi razonamiento no coincide con el mensaje “real” pero como la realidad no
existe, les explico la mía. El absurdo es para Oliveira la expresión
medianamente real de la vida, mientras la cotidianidad es en realidad lo que no
tiene sentido, pasa todos los días, se vive de diferentes formas. Pero esos cambios
radicales, esos sí son realidad. No podemos definirlos ni entenderlos, porque
estamos dentro de ellos y para lograr describir y comprender con precisión es
necesario observar desde afuera.
Esto me lleva a una idea
posterior con respecto a esas expresiones reales violentas en medio de lo
cotidiano: no seríamos quienes somos sin esa realidad. Lo repetitivo no nos
aporta mayor cosa, no genera cambio, pero lo radical, lo inesperado, lo
trágico, eso sí forma el carácter, nos conforma como lo que somos. La realidad
como la entiende Oliveira sí nos construye, nos hace más fuertes, nos enseña
cosas. No la entendemos, pero ¿para qué entenderla? Tal vez no hay más remedio
que conformarnos con tratar de explicar lo cotidiano y preguntarnos por qué
sucede lo irracional, ser conscientes que no podemos darle una explicación pero
sí obtener beneficios, que serán útiles para afrontar un nuevo huracán. Pero
ojo, también es sano disfrutar lo repetitivo, saber que a veces las cosas
salen simplemente bien. La fatalidad hace parte de la vida, es real y debe
enfrentarse, pero también existen momentos simples en que solamente tenemos
eventos recurrentes que nos simplifican la existencia y hay que aprovecharlos
al máximo.