jueves, 15 de septiembre de 2011

Realidad y Cotidianidad


Me encantan los libros que juegan con mi mente, que me llevan hacia un lado a través de una serie de pistas falsas para luego sorprenderme de un momento a otro acabando con las ideas que me había construido ya. Me encantan los que me permiten cuestionarme, los que me siembran ideas nuevas, los que tienen personajes con los que me identifico, mejor aún si es más de uno, probablemente porque he sido capaz de mimetizarme para encajar ante algunas situaciones en la vida, a veces para bien y a veces no tanto. Me encanta cuando me hacen dudar de lo que soy, cuando me plantea preguntas que jamás se me habrían ocurrido y mejor aún cuando solucionan los interrogantes que dejaron libros anteriores. Nunca había leído Rayuela y me tiene fascinada aunque a veces también un poco abrumada, no sólo por lo densa que me parece la historia y la narrativa en algunas partes del libro o por el ambiente grisáceo que dibujan las palabras sino también porque hay demasiada información, ideas geniales, unas que saltan a la vista, otras que se esconden para ser encontradas fácilmente y otras que están completamente encriptadas en situaciones diversas.

La Maga y Oliveira, personajes principales, como ocurre en la vida real, hay mucho más bajo las capas externas que se detectan en su comportamiento al leer las primeras páginas. La situación es difícil de entender y lo primero que noto es que aún sabiendo que es un libro, que los personajes son ficticios, que todo está literalmente escrito y no puedo cambiarlo, mi primer impulso es juzgar. Eso es muy fácil: “¿Por qué actúa así? ¿Por qué hace eso? Lo mejor sería que hiciera…” Lo cierto es que ocurre todo el tiempo en la vida real, nos apresuramos a ofrecer opiniones y emitir juicios que en realidad no han sido solicitados, en lugar de ofrecer oídos atentos a quien deposita su confianza en nosotros. He luchado contra ese comportamiento adquirido - no sé si culturalmente - y en ocasiones es inevitable, pero también controlable. Las cosas se dicen, sí, pero no puede olvidarse la consideración hacia el otro, porque cuando somos nosotros quienes necesitamos ser escuchados, lo último que permitimos es que nos critiquen aún si tienen las mejores intenciones. Las cosas pueden decirse, pero con tacto. Lección afirmada aún más al leer el libro.

Ahora, aventurarse en la mente de estos dos personajes es un asunto mucho más complejo de lo que pensé. Es evidente que no entendería por qué actúan como lo hacen si no conocía el razonamiento que tenían ante la situación. Es importante también evitar caer en el absurdo, hay “argumentos” que no tienen razón de ser, cosas como: “pobre es quien devenga menos de $190.000” o “el sueldo del presidente del Senado no alcanza para pagar la gasolina de dos carros”. Hay de todo en este mundo, eso es evidente.

Oliveira me deja perpleja con cada página que leo, especialmente por la diferencia abismal entre lo que piensa y cómo actúa. Parece dos personas diferentes, sus actos reflejarían desde mi perspectiva, cualquier otra cosa excepto lo que siente. Su línea de razonamiento es sin embargo, increíblemente interesante y he coincidido en varias ocasiones, aunque también hay un sinnúmero de ideas que jamás había considerado. El concepto de realidad es una de ellas (bienvenidos a la disputa filosófica en mi cabeza): no hay UNA realidad, hay muchas. Una es la que vivo yo, la que vive quien lee esto, otra es la que vive alguien que se encuentra en Alaska en este instante. Ronald discute que sí existe una realidad y que lo que él menciona son percepciones, pero Oliveira no cede y aquí viene la parte que me llama la atención: para él, la realidad realmente perceptible es lo que se arremolina como un absurdo en nuestras vidas, sucesos inexplicables, cosas sin sentido, la muerte por ejemplo. Perdonarán los lectores que conocen el libro si mi razonamiento no coincide con el mensaje “real” pero como la realidad no existe, les explico la mía. El absurdo es para Oliveira la expresión medianamente real de la vida, mientras la cotidianidad es en realidad lo que no tiene sentido, pasa todos los días, se vive de diferentes formas. Pero esos cambios radicales, esos sí son realidad. No podemos definirlos ni entenderlos, porque estamos dentro de ellos y para lograr describir y comprender con precisión es necesario observar desde afuera.

Esto me lleva a una idea posterior con respecto a esas expresiones reales violentas en medio de lo cotidiano: no seríamos quienes somos sin esa realidad. Lo repetitivo no nos aporta mayor cosa, no genera cambio, pero lo radical, lo inesperado, lo trágico, eso sí forma el carácter, nos conforma como lo que somos. La realidad como la entiende Oliveira sí nos construye, nos hace más fuertes, nos enseña cosas. No la entendemos, pero ¿para qué entenderla? Tal vez no hay más remedio que conformarnos con tratar de explicar lo cotidiano y preguntarnos por qué sucede lo irracional, ser conscientes que no podemos darle una explicación pero sí obtener beneficios, que serán útiles para afrontar un nuevo huracán. Pero ojo, también es sano disfrutar lo repetitivo, saber que a veces las cosas salen simplemente bien. La fatalidad hace parte de la vida, es real y debe enfrentarse, pero también existen momentos simples en que solamente tenemos eventos recurrentes que nos simplifican la existencia y hay que aprovecharlos al máximo.

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