Todo comenzó con el sueño de ser
bailarina de ballet: al maravillarse por usar zapatillas, tutú, por aprender
las 5 posiciones básicas, por el sueño de imaginarme como prima ballerina
assoluta en un escenario importante, interpretando alguna obra de
Tchaikovsky y las coreografías de Petipa. Comencé, me compraron las zapatillas,
el tutú, aprendí las 5 posiciones básicas, pero resulta que en el mundo del
ballet hay que fortalecer el empeine durante varios años para poder utilizar
puntas, hay que competir con personas excepcionales, hay que comportarse como
un adulto todo el tiempo, hay que cuidar lo que se come y entonces -al menos
para mí- bailar ballet perdió la magia y diversión que buscaba. Después
apareció el flamenco, al cual le dediqué varios años de mi vida, aprendí a
bailar pasodobles, sevillanas y jotas, me costó mucho tocar castañuelas por lo
que recibí varios regaños de mi maestra. Cerraron la
academia y no busqué otra y luego me convertí en una adolescente
callada y tímida, lejos de ser aquella que tenía una actitud tan recia al bailar
pasodobles en los escenarios.
Pasó el tiempo y un día apareció
una canción de un artista turco de ojos claros que maravilló a
todo el mundo. Por obvias razones, en mi colegio que era femenino, Tarkan fue
nuestro sueño por un tiempo. A Adriana y a mí nos gustó muchísimo, éramos muy
unidas entonces, ella comenzó a buscar canciones en internet y encontró música oriental muy interesante, además de
la que se popularizó. Inventábamos coreografías, bailábamos, cantábamos (más
bien balbuceábamos) y quisimos aprender danza árabe pero en ese tiempo no pudimos
hacerlo. Nos graduamos y ahí nos quedó la promesa.
El baile pasó por muchos años al
olvido, no había tiempo o no había plata o no había lugar o no había ánimos y
entonces lo dejé de lado. Me
enteré luego de los talleres de danza de la universidad, pero no había flamenco. Me llamó la
atención aprender tango, pero había que llevar pareja y adivinen a cuántos
biólogos les interesa aprender tango…los únicos dos que conozco ya estaban en
clases. Entonces leo que hay danza árabe. Horario: Martes 7:00pm a 9:00pm…y con
la cantidad de tiempo que me dejaba el laboratorio…mejor no. No me presenté.
Luego decidí que no me importaba pero ya no había cupos (eran unos 20 para toda
la universidad). Por diversas razones, sólo logré conseguir uno en el último
semestre.
Falté a la primera clase porque
no encontré el salón y tenía que irme para evitar la muerte de unas células en
cultivo. A la segunda clase llegué tarde (raro) y entonces conocí a mi maestra,
Johanna, quien curiosamente también es bióloga pero decidió dedicarse a la
danza. Aprendí muchísimo durante esos cuatro meses y luego me uní a la escuela
de la cual es directora.
No sé realmente cuál es la magia
de esta danza, pero por alguna razón te atrapa y no te deja ir. Todavía me
falta mucho por aprender, pero estoy segura que esto no es una moda en mi vida
y que quiero que me acompañe la mayor cantidad de tiempo posible. Sé también
que hay muchas cosas ocultas en la danza, en la música, en la cultura que me llama y que occidente ni sospecha porque se ha conformado con
vender la parte superficial, lo exótico e incluso erótico, pero en realidad es
mucho más que eso. Significa mucho más para mí, al menos.
Pero lo que más me gusta de todo
esto es que es la primera vez que en un grupo donde sólo hay mujeres me siento
parte de una familia. A todas nos une el amor por la danza y la música de
oriente, a todas nos une la misma pasión, nadie critica y todas pueden bailarlo
porque contrario a lo que el mundo nos ha impuesto, no importa si tenemos o no
medidas perfectas, todas bailamos, todas lo disfrutamos. Aquí no hay discriminación, la danza es
del vientre, sí, pero nadie ha dicho que el vientre tiene que ser completamente
plano para tener derecho a bailar. Aquí lo que cuenta es la pasión y no las
reglas impuestas sobre la apariencia. Aquí lo importante es dibujar la música
con el cuerpo.
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