domingo, 26 de febrero de 2012

Notas Aleatorias


Nunca te escribí nada pero tú a mí sí. Nada muy largo, no una carta ni mucho menos un poema (porque sabes que los detesto) pero yo nunca te escribí. Apenas te agradecí. Ahora podría escribirte muchas cosas pero bajo otro contexto, con otra connotación.

Es increíble el número de notas que te he escrito. Están a computador e incluso hay algunos a mano, porque de alguna manera creo que es la única forma de comunicarme contigo. Sólo le escribo a quienes sé que lo valoran y sé que tú lo harías. Es una pena que jamás los leerás.

Nunca he podido escribirte nada muy significativo. Una vez lo hice pero creo que apenas y lo leíste, no dijiste nada, en resumen no lo valoraste. Probablemente por esa razón jamás te volví a escribir más que mensajes cortos. Creo que esa no es la forma de mover fibras en ti.

Siento que puedo contarte cualquier cosa y tú también puedes decirme lo que sea. Nunca me has juzgado por mi forma de actuar pero siempre estás dispuesto a ser honesto y dar tu opinión. Personas así no aparecen todos los días.

Nada es muy convencional en ti, ni tu forma de pensar, ni de actuar, ni de decir las cosas y creo que esa es la mejor parte de todas. Personas como tú tampoco aparecen todos los días y me tranquiliza saber que de una forma u otra, siempre estás ahí.

Estás a una llamada de distancia y ahora lo sé. Antes tal vez no era así, pero las cosas han cambiado enormemente, han cambiado para mejorar. No tienes idea de la inmensa alegría que me produce ese cambio.

Soñé contigo un par de veces, en situaciones que es mejor no escribir aquí. No creas que le busco significado a los sueños, esas son sandeces. Fue gracioso en todo caso, alguna vez te lo comenté y nos reímos mucho. Tú y yo siempre nos reímos mucho.

Abundantes sueños contigo, en realidad es el mismo sueño pero se ha repetido muchas veces. Siempre hay grupos grandes, música, gente charlando. Es incluso divertido. Curioso, eso sí, pero divertido. Nada muy alejado de la realidad.

Dejé de soñar contigo hace mucho tiempo. De hecho, en este momento no estoy segura de si has aparecido en mis sueños. Es muy raro, teniendo en cuenta la situación. Supongo que puede ser por tu aparición constante en mi realidad, no es necesario soñar contigo, porque ahí estás.



Folclore de Oriente


Como ya es sabido, me he dedicado de lleno a aprender danza árabe y no sólo en el plano puramente práctico sino también el teórico, que por cierto existe, para sorpresa de muchos. La danza requiere no solamente la comprensión fisiológica de los movimientos, la concentración del peso del cuerpo en ciertas zonas del pie, la estabilidad y fortaleza de los tobillos, las rodillas y el abdomen sino también la interpretación de lo que se está bailando, “el sentir” como lo llama mi maestra. He descubierto que para lograr una buena interpretación es necesario conocer el trasfondo de la melodía, la historia que cuenta, aún si el idioma es ciertamente incomprensible. Este año, mi grupo es en teoría el “más avanzado” por lo cual nos dedicaremos al folclore y a la danza clásica egipcia, las cuales requieren aprender a proyectarse, a lucir grandes en el escenario. La técnica ya está, ahora hay que mostrarla a los espectadores en todo su esplendor y sobretodo, sentirla, bailar para uno mismo que es finalmente lo que más importa.

Reunir folclore de por sí no es sencillo, mucho menos de una región tan lejana como medio oriente, por lo cual he decidido escribir lo aprendido e incluir lo que sentí al realizar cada taller.

1.    HAGALLA
Es una danza tradicional de pueblos beduinos, nómadas, transeúntes del desierto entre los límites de Egipto y Libia. En la década de los 60, el maestro egipcio Mahmoud Reda, bailarín y coreógrafo de ballet recorrió el país entero para recopilar la información cultural tras un golpe político importante que prácticamente ocasionó una crisis de identidad y dentro de los tipos de danza que incluyó para su informe, se encontraba el Hagalla. La tarea de Reda no sólo era recopilar la información sino también aprender la ejecución y adaptarla para escenario.

El nombre de esta danza proviene del nombre de la bailarina profesional que invitaban los beduinos para celebraciones (especialmente matrimonios) y quien estaba encargada de animar la fiesta. La Hagalla no está interesada en coquetear ni mucho menos en conseguir pretendientes, su propósito es mostrar a los invitados cómo baila y animarlos a bailar también. Tradicionalmente la Hagalla baila sola al principio, pero el maestro Reda lo adaptó para grupos en escenario.
Cabe anotar que los hombres y las mujeres no bailan juntos, cuando los hombres se levantan a bailar, las mujeres están sentadas y viceversa. La Hagalla dirige además el baile entre grupos incitando a competencias entre ellos.



El vestuario de los beduinos son batas que cubren todo el cuerpo en materiales delgados y frescos, los hombres utilizan turbantes en la cabeza y las mujeres se cubren el rostro, pero ojo, no necesariamente porque no tengan derecho a nada sino porque son tribus que están en continua exposición al sol intenso y al movimiento de la arena en un desierto eólico. La Hagalla utiliza un vestuario similar al de la tribu, pero mucho más colorido y llamativo, especialmente con faldas que enfatizan la cadera, puesto que es donde se centran los movimientos. Los brazos en la danza tradicional no son tan estilizados ni tampoco el movimiento de la cadera, es una fiesta y se siente como tal.

La música es alegre y extensa, bailar es emocionante y divertido, especialmente por la participación de todos y la presencia de alguien en el centro que hará las veces de Hagalla y que invita a bailar también. Es muy similar a esas fiestas a las cuales uno asiste con la energía al cien, en las que baila hasta el amanecer sin importarle el mundo, en las que se interactúa con un grupo que está divirtiéndose tanto como uno. Se forman círculos y alguien baila en el centro al ritmo de las ovaciones de los demás. Es vivir la música plenamente, ignorando los problemas y lo que rodea al círculo en el cual se baila.





martes, 7 de febrero de 2012

Salvemos el Planeta


El grave problema de la humanidad es el antropocentrismo. No sé bien en qué momento se nos ocurre que somos la cúspide de la creación o de la evolución (lo que usted decida creer) pero incluso mis alumnas más jóvenes hablan con desdén de formas de vida “simples” y sólo están interesadas en cómo funciona el cuerpo humano. No voy a negarlo, la fisiología humana es una maravilla, pero no olvidemos que esas formas de vida procariotas como las bacterias o incluso las que están en el límite de lo vivo y lo no vivo como los virus, pueden acabar con una vida humana fácilmente.

El cuento de salvar al ambiente se ha convertido en un sueño hippie para la mayoría en nuestra sociedad. Si uno menciona algo sobre “cuidar la naturaleza” es automáticamente un activista, un loco, un soñador o un enemigo del progreso. De todas maneras la mayoría “ejercemos” sentados frente al computador, quejándonos en redes sociales donde a muy pocos importa. Y lo cierto es que aún si nos fuéramos a pelear con pancartas y elevar arengas en el Huila, no podríamos hacer mucho porque está claro que ante la voz de dinero, unos cuantos ciudadanos quejándose no implican mucha amenaza. Es cuestión de matarlos y ya. Suena horrible, pero así funciona en este país y está más que demostrado.

Sin embargo, como lo dice George Carlin de manera tan graciosa y además clara en una de sus rutinas, no entiendo en qué momento creemos que tenemos el poder de “salvar el planeta”. Como ya lo había mencionado en una entrada anterior, mis profesores de evolución por ejemplo, consideran la desaparición de especies como parte de la selección natural. Ahora, que nosotros actuamos como fuerza selectiva es verdad, pero en algún momento desapareceremos y otras formas de vida surgirán. Si hay gusanos poliquetos en la fosa de las Marianas que toleran esa presión y temperatura u otros viviendo en medio de dorsales oceánicas, no entiendo por qué pensar que la vida en general va a destruirse.

Efectivamente, acabar con los humedales y desviar ríos tan importantes como el Magdalena son ideas estúpidas y criticables. Basta con ver las inundaciones provocadas por el invierno hace apenas unos meses para darse cuenta que invadir y rellenar cuerpos de agua en las ciudades es una mala idea, pero no para el planeta sino para la gente. La sabana de Bogotá sigue ahí y probablemente reclamará su espacio pronto (ojo, NO es una venganza hacia nosotros, recuerden que no somos el centro del universo), se acabarán algunos edificios, universidades construidas en medio del cauce de un río, colegios, cementerios, conjuntos…en fin. Desviar el cauce del río Magdalena producirá a largo plazo una situación parecida en algunas poblaciones, es más, la secuencia de hechos podría ser: fallas en las obras iniciales, básicamente en los intentos de desvío del río, la inundación de las hectáreas que mencionan será relativamente sencilla, la planta quedará instalada, probablemente emitiendo CO2 para acabar de completar el problema, funcionará durante unos años, la gente olvidará lo que pasó y estará agradecida hacia la empresa por suministrar luz y luego, las comunes variaciones climáticas inundarán de nuevo el antiguo lecho, porque de seguro es un suelo rico en arcillas, inundable a más no poder, razón por la cual se había convertido previamente en una fuente hidrográfica importante. La gente se lamentará ante las tragedias, la contaminación y condenarán a la misma empresa que adoraron por los males causados. Aquí se enfrentan los dilemas naturales y los sociales, el progreso y el balance de la tierra. Pero es que la tierra se cuida sola, estará parcialmente dañada y afectada, sí, pero seguirá siendo ese imponente ente lleno de lava, con agua, tierra, oxígeno y formas de vida variadas. Dentro de esas formas de vida probablemente no estaremos nosotros, porque no hemos entendido que la vida es muy frágil. Como lo dice Carlin, salvarla es otro sueño antropocentrista. Respetarla es lo que deberíamos hacer, al menos desde donde estamos sentados.



sábado, 4 de febrero de 2012

Mujeres Perfectas


Todas lucen absolutamente perfectas. Delgadas, curvilíneas, con piernas largas, tacones muy altos (esos que están de moda, que todos los hombres aman), cadera prominente, cintura diminuta, bonitas facciones, piel perfecta, ojos bien maquillados y cabello liso hasta la cintura. Usan faldas cortas o jeans que parecen hechos a la medida, chaquetas bonitas y blusas que resaltan la figura. Voy a aceptarlo: uno sale a un centro comercial, se va de rumba o simplemente camina en ciertos sectores de Bogotá y no puede evitar observarlas cuidadosamente y además compararse con ellas. Vamos a ver: yo mido exactamente 1.51m (realmente metro y medio), con piernas cortas, amo los tacones pero no tan altos, facciones normales, piel con imperfecciones, cuerpo normal y mi cabello más bien tiende a la entropía. Nada que hacer, tienen mejor fitness. Me ganan y por mucho. Pero lo cierto es que ya me cansé de esta uniformidad que ha forjado el seguimiento de los estereotipos de belleza y especialmente, me cansé de esa tendencia involuntaria que tenemos las mujeres de compararnos todo el tiempo con las demás.

No sé si los hombres hagan lo mismo, en realidad lo dudo mucho. La mayoría de los hombres que conozco tienen el ego crecido a más no poder y no importa cuánto intentemos “echarles tierra”, ellos simplemente no se dejan. Resaltan enfáticamente lo bueno que tienen y lo proyectan al mundo. ¿Por qué no hacer lo mismo? No, algunas de nosotras nos sumergimos en críticas constantes hacia las demás y nos cegamos a la hora de encontrar lo bueno que tenemos. Cuando vemos una mujer muy bonita, reaccionamos con una de tres opciones: o la tildamos de bruta, o la tildamos de zunga o las dos cosas. Y al fin y al cabo, a veces uno habla con esas mujeres perfectas y resulta que no son ni lo uno ni lo otro, simplemente son muy bonitas. Pero no, la envidia no nos deja o la rabia o la frustración y lo cierto es que el único que sufre es uno porque siente que no encaja y lo peor: que no es suficiente.

No entiendo qué nos lleva a esas competencias infundadas. Tengo amigas a quienes estimo mucho pero que no pierden oportunidad de enfatizar mi corta estatura y que ellas - por dos o tres centímetros - son más altas que yo. “¡No, es que esa vieja es incluso más bajita que Diana!” - dicen con impresión. No, ¿qué hacemos con la modelo de Victoria’s Secret, con la escalera de bajar cocos?. Sí, yo parezco un pitufo, ¿y qué? ¿Eso me hace menos persona? ¿Es algún defecto físico? ¿Me incapacita de alguna forma? Perfectamente podría decir que fulanita es más bajita que ELLA, que tampoco es muy alta que digamos. Pero bueno, eso no importa, ya he adquirido inmunidad a los comentarios sobre mi estatura. No niego que me chocan, pero es claro que quienes me rodean no lo van a superar.

Después de varios años de costumbre, estoy tratando de abandonar el hábito de compararme con otras mujeres. Evito darle palo a mi autoestima de manera consciente aceptando la realidad: sí, son muy bonitas, pero algo tiene que tener uno también que sea atractivo. Encontrar eso es un poco más complicado pero ahí vamos. Lo cierto es que sería un buen momento para dejar la neura y la obsesión de criticar al resto y dedicarnos a buscar en nosotras las cosas valiosas. Suena a libro de auto-superación (qué horror) pero es cierto. Nos preocupamos tanto por comparar y sentirnos mal por no ser como las demás que se nos olvida que eso también es bueno, también puede ser atractivo y también debe enriquecernos como individuos. No olvidemos que no hay mujeres perfectas…está bien, está bien, ya sé que todos aman a Natalie Portman, pero ella está por encima del bien y del mal.

jueves, 2 de febrero de 2012

Cansado de sí mismo

¿No se ha sentido cansado de usted mismo alguna vez? Yo sí. Nunca antes tanto como hoy. Suena raro, uno se cansa de situaciones, de relaciones, de personas, pero no de uno mismo. Estoy cansada de todas las luchas internas, de todo lo que hay que aprender de la vida, de las situaciones difíciles de manejar, de esas que yo quisiera dejar pasar sin meter mano, sin luchar, sin nada. Estoy cansada de como soy y de saber que no puedo escaparme de mí misma. Estoy cansada de actuar como lo hago, de decir lo que digo, de detectar lo que está mal, de tratar de solucionarlo y de fracasar incesantemente. Estoy cansada del círculo vicioso en el que me he convertido, de ese ser temeroso, lleno de inseguridades y pendejadas que no concuerda con la imagen que proyecto, estoy cansada de las tempestades internas y las primaveras aparentes. Estoy cansada de resignarme, de los caminos sin salida que armo, de los interminables laberintos. Ya no sé ni qué pensar de mí, la imagen que tengo se me desmorona progresivamente y no me gusta. Quejas, quejas y quejas es lo que todos a mi alrededor escuchan. Me he convertido en lo que siempre detesté. Estoy cansada de mí. Lo único que puedo hacer en estos casos es escuchar esto y tratar de calmarme:



La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no l...