El grave
problema de la humanidad es el antropocentrismo. No sé bien en qué momento se
nos ocurre que somos la cúspide de la creación o de la evolución (lo que usted
decida creer) pero incluso mis alumnas más jóvenes hablan con desdén de formas
de vida “simples” y sólo están interesadas en cómo funciona el cuerpo humano.
No voy a negarlo, la fisiología humana es una maravilla, pero no olvidemos que
esas formas de vida procariotas como las bacterias o incluso las que están en
el límite de lo vivo y lo no vivo como los virus, pueden acabar con una vida humana fácilmente.
El cuento de salvar al ambiente se
ha convertido en un sueño hippie para la mayoría en nuestra sociedad. Si uno menciona
algo sobre “cuidar la naturaleza” es automáticamente un activista, un loco, un
soñador o un enemigo del progreso. De todas maneras la mayoría “ejercemos” sentados
frente al computador, quejándonos en redes sociales donde a muy pocos importa. Y
lo cierto es que aún si nos fuéramos a pelear con pancartas y elevar arengas en
el Huila, no podríamos hacer mucho porque está claro que ante la voz de dinero,
unos cuantos ciudadanos quejándose no implican mucha amenaza. Es cuestión de
matarlos y ya. Suena horrible, pero así funciona en este país y está más que
demostrado.
Sin embargo, como lo dice George
Carlin de manera tan graciosa y además clara en una de sus rutinas, no entiendo
en qué momento creemos que tenemos el poder de “salvar el planeta”. Como ya lo
había mencionado en una entrada anterior, mis profesores de evolución por ejemplo,
consideran la desaparición de especies como parte de la selección natural.
Ahora, que nosotros actuamos como fuerza selectiva es verdad, pero en algún
momento desapareceremos y otras formas de vida surgirán. Si hay gusanos
poliquetos en la fosa de las Marianas que toleran esa presión y temperatura u
otros viviendo en medio de dorsales oceánicas, no entiendo por qué pensar que
la vida en general va a destruirse.
Efectivamente, acabar con los
humedales y desviar ríos tan importantes como el Magdalena son ideas estúpidas
y criticables. Basta con ver las inundaciones provocadas por el invierno hace
apenas unos meses para darse cuenta que invadir y rellenar cuerpos de agua en
las ciudades es una mala idea, pero no para el planeta sino para la gente. La
sabana de Bogotá sigue ahí y probablemente reclamará su espacio pronto (ojo, NO
es una venganza hacia nosotros, recuerden que no somos el centro del universo),
se acabarán algunos edificios, universidades construidas en medio del cauce de
un río, colegios, cementerios, conjuntos…en fin. Desviar el cauce del río
Magdalena producirá a largo plazo una situación parecida en algunas poblaciones,
es más, la secuencia de hechos podría ser: fallas en las obras iniciales, básicamente
en los intentos de desvío del río, la inundación de las hectáreas que mencionan
será relativamente sencilla, la planta quedará instalada, probablemente
emitiendo CO2 para acabar de completar el problema, funcionará
durante unos años, la gente olvidará lo que pasó y estará agradecida hacia la
empresa por suministrar luz y luego, las comunes variaciones climáticas
inundarán de nuevo el antiguo lecho, porque de seguro es un suelo rico en
arcillas, inundable a más no poder, razón por la cual se había convertido
previamente en una fuente hidrográfica importante. La gente se lamentará ante
las tragedias, la contaminación y condenarán a la misma empresa que adoraron
por los males causados. Aquí se enfrentan los dilemas naturales y los sociales,
el progreso y el balance de la tierra. Pero es que la tierra se cuida sola,
estará parcialmente dañada y afectada, sí, pero seguirá siendo ese imponente ente lleno de lava, con agua, tierra, oxígeno y formas de vida variadas. Dentro de esas
formas de vida probablemente no estaremos nosotros, porque no hemos entendido que la vida
es muy frágil. Como lo dice Carlin, salvarla es otro sueño antropocentrista. Respetarla es lo que
deberíamos hacer, al menos desde donde estamos sentados.
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