El Ministerio de Educación y los
colegios se han preocupado por diseñar un completo pensum para enseñar ciencias.
Mis estudiantes ven temas que nosotros jamás vimos: modelos de evolución,
genética molecular y mendeliana, evolución de invertebrados y vertebrados,
biología celular, teorías del origen de la vida, ecología de poblaciones, ecología
de comunidades y ecosistemas, cáncer, fisiología, virología, genética, mejor
dicho, de todo.
Lo que más me llama la atención
es que sin importar cuántos temas se aprendan los alumnos en clase para un
examen, cuando uno les pregunta para qué se les ocurre que se dividen las
células, no tienen la más mínima idea. Y es más, cuando uno les pregunta cómo
harían para investigar algo o si les pide una visión crítica, nada. Estamos
perdiendo el tiempo: la ciencia a punta de datos memorizados es inútil, su
objetivo es que pensemos, que analicemos y argumentemos y claramente no lo
estamos logrando. Estamos creando – con algunas excepciones, supongo – un ejército
de personas que odian la biología, la química, la matemática y la física por
temáticas saturadas y se nos ha olvidado lo más importante: no les enseñamos a
pensar. Eso es bien triste.
Ayer leí el artículo de la
revista Semana sobre una investigación en Francia acerca de las consecuencias
del consumo de maíz transgénico. Quiero aclarar ante todo que NO PRETENDO
defender a Monsanto, ni atacar al investigador y que no tengo el más mínimo conflicto
de interés: esta es únicamente mi opinión.
Lo primero que me queda claro es
que los medios nos manipulan sin descanso y nosotros nos vamos para donde nos
digan. Precisamente comencé por las observaciones sobre la educación, porque si
hay algo que deberíamos aprender en el colegio es a no tragar entero y a tener
una visión crítica y lo más objetiva posible, pensando y analizando en lugar de
correr como caballos desbocados atacando lo que se atraviese y de la forma que
nos han dicho que lo hagamos.
Yo tengo mis reservas sobre los
transgénicos porque estoy cada vez más convencida que – como mencioné en mi
entrada de ayer – en los genes no se puede confiar y que las redes que regulan
la vida son tan complejas y tan extensas que es absolutamente imposible
modificar, silenciar o sobre-expresar un gen en un organismo vivo si afectar otros
procesos. Sin embargo, la selección y manipulación genética existen desde que
el hombre se aventuró a elegir plantas específicas para cultivar porque ofrecen
frutos más grandes, más jugosos y más atractivos. Las mutaciones aparecen
espontáneamente en los seres vivos por procesos moleculares y pueden o no ser
exitosas. El agricultor se entromete entonces eligiendo las mejores variantes
para la venta y el consumo. Y eso ocurre sin necesidad de hablar de ingeniería
genética.
Si alguna vez ha ido al monte a
buscar frutas, se dará cuenta que jamás se encuentra uno una piña silvestre
como las que venden en los supermercados en términos de tamaño y sabor. Aclaremos
una cosa: los seres vivos NO están ahí para brindarnos nada en particular, simplemente
sobreviven. Las plantas necesitan las frutas para atraer animales que dispersen
sus semillas, que las piñas sean enormes para una familia de 10 personas no se
contempla ni es importante para la planta, que nosotros lo explotemos es otra
cosa.
Ahora bien, es cierto que los
cultivos traen 30.000 consecuencias: la destrucción de ecosistemas naturales,
la utilización de químicos para controlar las plagas, la modificación genética
para producir plantas resistentes, más grandes, más jugosas. El problema de
fondo es que la tierra, por sí sola, con sus productos naturales y sin alterar
ya no es suficiente para alimentar a nuestra especie que además acaba con todos
los recursos posibles. Nuestro sistema económico no soportaría la utilización
de las plantas como las encontramos en el monte, ni de los animales que
explotamos para nuestro ritmo de vida. ¿Tenemos algún derecho sobre la manipulación
de la vida? Por supuesto que no, pero así funciona. A ese ritmo se mueve el
mundo. De lo que sí estoy segura es que no falta mucho para que alcancemos la
capacidad de carga del ambiente y lo que pase después, eso sí es un misterio
para mí.
El artículo de la revista Semana
tiene un ligero tinte pretencioso. Un
artículo como este JAMÁS es fuente suficiente para evaluar con detalle un
estudio. Quise buscar el artículo original, pero no se encuentra en ninguna de
las revistas científicas de alto impacto como Nature o Science, lo cual de por
sí es curioso siendo un estudio de tan amplia envergadura. Puede que las
revistas científicas defiendan sus intereses también, pero estas en particular
probablemente no podrían ignorar algo como esto. Hay otras cosas también: el
tamaño muestral es estadísticamente muy pequeño, estamos hablando de cepas de
ratas albinas, con una gran cantidad de mutaciones dirigidas para inhabilitar
por completo su sistema inmunológico, homozigotas por pertenecer a líneas puras,
con una altísima propensión a desarrollar cáncer (enfermedad que, dicho sea de
paso, no tenemos idea de por qué exactamente inicia), siendo alimentadas ÚNICA
y EXCLUSIVAMENTE por esta cepa particular de maíz. Estoy de acuerdo en realizar
investigaciones sobre los efectos de plantas modificadas genéticamente, pero
sin un sesgo como éste. Soy consciente también de la dificultad que representa
nuestro anhelo por los tan de moda “alimentos orgánicos”, que pretenden
hacernos sentir mejor sobre una verdad innegable: estamos acabando con los
recursos de la tierra, el tamaño de nuestra población está fuera de control. Muy loable el intento de dejar todo quieto y sin dañarlo, pero ya hemos cambiado muchas cosas. Eso sí, me mantengo firme en mi opinión al respecto: la tierra no se acabará,
pero tal vez nosotros sí.
Los efectos adversos sobre
alimentos transgénicos se han buscado desde que comenzaron a usarse. Si me
preguntan, me parece que puede ser peor la utilización de los químicos para
atacar las plagas, pero no soy experta en el tema. Habrá que ver si otros
científicos se deciden a diseñar experimentos con menos sesgo. En cuanto al
libro de ser conejillos de indias… ¿no lo sabíamos ya?