miércoles, 26 de septiembre de 2012

En los genes no se puede confiar


Estudié toda la carrera con la plena convicción de amar la biología molecular y celular, el trabajo en el laboratorio, los cultivos, la disciplina, la necesidad de un diseño experimental bien pensado, con un orden lógico, detallado. Me gradué convencida de querer investigar en cáncer, de buscar una opción terapéutica, un método de prevención, algo que salga del conocimiento básico y que pueda ser utilizado a largo plazo en pacientes, que tenga una aplicación tangible.

Pues bueno, los intereses siguen intactos, aún me interesa la biología celular y finalmente he logrado ubicarme en un grupo de trabajo cuyo objeto principal de estudio es la leucemia, aunque en realidad soy una especie de estudiante híbrido entre el grupo de biología celular y molecular y el de fisiología celular. Me di cuenta que mis conocimientos en cáncer son bastante limitados y que era – y es – absolutamente necesario leer y estar al tanto del tema porque avanza a pasos agigantados y si uno no está al día, las ideas se le van quedando atrás mientras otros siguen adelante.

Comencé por supuesto con revisiones extensas, que me describieran el tema de forma general, porque eso sí, pocos temas tan densos como la dinámica del cáncer y especialmente la leucemia. Siguieron artículos primarios que normalmente tienen un altísimo grado de especificidad y cuyo principal afán es encontrar una molécula que sirva como target para atacarla en las células cancerígenas. Curiosamente, identificarlas y silenciarlas es fácil. Sin embargo, no basta para curar el cáncer.

Mario Bunge menciona en uno de sus textos que el universo y el mundo natural es un gran terreno desconocido e inexplorado. Sin embargo, es imposible tratar de observarlo y comprenderlo todo al tiempo, porque es tan vasto y tan complejo que perderíamos de vista muchas cosas. Entonces, se crea la necesidad de fraccionarlo, de dividirlo en parcelas que puedan estudiarse más fácilmente y cuando se hayan descubierto los fenómenos en cada una, podremos tener una visión integradora. Pues bien, me parece que estamos bien ubicados en las parcelas pero la parte de integrar nos falla y por mucho. Cualquier tipo de problema biológico está enmarcado en un contexto enorme e influyente y pretender estudiar, caracterizar y atacar una molécula en una enorme entidad viviente como es un organismo, no tiene el más mínimo sentido.

La cantidad de genes, proteínas, receptores, dinámicas y procesos biológicos que se alteran en una célula cancerosa no puede explicarse por una diminuta molécula. Para muchos biólogos moleculares resulta incluso absurdo pensar que las células circundantes puedan tener un efecto importante sobre el ciclo celular o la movilidad aún cuando está más que comprobado que para conformar un tejido o un órgano es vital la comunicación celular, como si una le diera un mensaje a su vecina sobre lo que debe hacer. El delicado balance en que se encuentra un organismo funcional es maravilloso y complejísimo. La direccionalidad con que parecen actuar las células cancerígenas es tan increíble que cada vez me convenzo más: es momento de abandonar el sentido “todopoderoso” que les damos a los genes. La red es mucho más grande de lo que pensamos. En los genes no se puede confiar.


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