Es claro para todos que las diferencias que existen entre la estructura mental de hombres y mujeres son abismales. Basta con hablar sobre el sexo opuesto con un grupo de amigos y uno de amigas para notarlo.
Como ya había mencionado en un escrito anterior, yo crecí rodeada por mujeres en un colegio católico, no había un solo hombre a la vista salvo por algunos profesores y a mí me daba pánico hablarle a cualquier adolescente del sexo opuesto. Simplemente no era capaz de articular palabra lo cual terminó aislándome de ellos por mucho tiempo, llena de temores infundados y uno que otro complejo adicional. Pero al entrar a la universidad, decidí que quería comenzar de cero y olvidarme de tanta atadura mental, de todas maneras no tenía escapatoria, especialmente al ver que en biología había más hombres que mujeres. Sin embargo, la valentía me duró poco y ante tantos hombres tan altos y serios, terminé hablando con una compañera con la que finalmente terminamos en pelea. Lo que sí es cierto, es que con su ayuda y con el paso del tiempo logré superar el temor, a tal punto que hoy en día, la mayoría de mis amigos son hombres y debo decir que no hay nada que me haga más feliz. Un hombre como amigo es espectacular (no nos vayamos a terrenos sentimentales porque ahí la cosa es a otro precio): no es envidioso, es atento, detallista, amable y uno cuenta con ellos en las buenas y en las malas. Lamento decirlo, pero de las mujeres -al menos de la mayoría- se espera una puñalada trapera tarde o temprano.
Suena terrible, lo sé. Yo soy mujer, ¿por qué juzgar de esa forma? La verdad es que es precisamente la experiencia y el hecho de ser mujer lo que me permite afirmar con total certeza que entre nosotras no somos muy amables que digamos. Honestamente no sé por qué, pero es como si viviéramos en medio de una guerra jurada desde antes de conocernos, a la defensiva, en una competencia permanente con las demás mujeres y listas para hacer caer a las demás o al menos reírnos cuando se caen. Sí, no hay que generalizar, hay amistades que duran mucho tiempo pero llegar a ese punto es bastante complicado y aún allí, sostener la relación es difícil también. Mi círculo de amigas se ha reducido considerablemente con los años mientras el de amigos crece y se fortalece. El mundo laboral me ha permitido notar que normalmente nos comportamos como una jauría que está dispuesta a atacar a la que llegue, aún sin tomarse el trabajo de conocerla, sólo por una competencia estúpida que se entabla automáticamente. Con los hombres la situación es menos tensa, no hay esa carrera hacia una meta imaginaria, no hay envidias, ni calumnias, ni cizaña, no hay que demostrarles nada para ser aceptada (aunque bueno, tiene sus pormenores, pero en este momento no los abordaré). La situación es bien curiosa: a ellos, que tanto miedo les tenía, hoy en día los defiendo a capa y espada mientras que con ellas he aprendido a ser más cautelosa y desconfiada. Hoy en día en términos de amistad (y obviamente sentimentales) entre Venus y Marte, prefiero a Marte, sin duda alguna.
Yo estoy empezando a creer que en realidad los comportamientos típicamente femeninos y típicamente masculinos no son otra cosa que la manifestación del instinto animal de conservación. Los hombres (así como los machos en el reino animal) tenemos muchas herramientas para hacernos atractivos frente a las parejas potenciales. El dinero, la buena apariencia física y la inteligencia pueden ser fácilmente (y en su orden) las armas más evidentes para encontrar una pareja en esta sociedad. Inconscientemente también la mujer está buscando una pareja potencial para la procreación y necesita competir con otras mujeres para acceder a ella. No importa si la mujer o el hombre quieren emparejarse o no, formalmente, o si han decidido que quieren o no quieren tener hijos. Ese instinto de conservación de la especie y de dispersión de la propia genética marca nuestros comportamientos frente al sexo opuesto. Cuando las mujeres dejen de ver en sus congéneres una amenaza potencial a sus intenciones reproductivas la amistad entre ellas será tan sencilla como la amistad entre los hombres o entre los hombres y las mujeres.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo, no parece ser un comportamiento consciente, tiene más bien un trasfondo evolutivo y hasta fisiológico imperceptible para la mayoría. Ahora que lo hemos establecido, seguiré cultivando mi amistad con las mujeres que tanto aprecio y por supuesto con los hombres, que han sido incondicionales un sinnúmero de veces y que por supuesto, conmigo cuentan hasta la muerte.
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