Llega junio y con él la celebración del día del padre. Siempre he pensado que estas fechas no son más que estrategias comerciales que alborotan a la gente para comprar regalos y festejar. Sin embargo, no puedo evitar este sentimiento de nostalgia y melancolía siendo este el séptimo año que transcurre sin que yo pueda celebrar el día del padre con mi papá.
Se aproximaba mi cumpleaños cuando él salió una mañana a trabajar y se despidió para siempre. En un terrible accidente de tránsito, sufrió un grave golpe en la cabeza que le ocasionó un hematoma, su condición mejoró durante un tiempo hasta que la complicación de una hidrocefalia terminó ocasionándole una infección y se lo llevó para siempre. Nunca volvió a ser el mismo desde el accidente, creo que por eso prefiero omitir esos momentos y recordarlo como fue siempre: maravilloso.
Mi papá siempre tuvo alma de adolescente, no se complicaba la vida para nada, le encantaba salir, bailar y disfrutar cada minuto al máximo. Afortunadamente así lo hizo, porque su muerte tan repentina no sólo derrumbó mi mundo sino que también me hizo comprender a la fuerza que la vida no es nada y se puede acabar en cualquier momento. Estoy más que convencida que le faltaron muchas cosas por hacer también.
Mi papá también era un hombre extremadamente inteligente, con una facilidad envidiable para aprender, deducir, inferir y proponer. De él heredé el amor por los libros, por el estudio y por supuesto, por la rumba, en especial la salsa, que le encantaba. Él me enseñó a bailar y a apreciar la música, porque a pesar de ser abogado (profesión que dista mucho del mundo de la música) siempre compró cuanto instrumento musical se le cruzara por el camino y le llamara la atención, desde los capachos que tanto quería de su natal Yopal hasta una batería que tuvo que vender en medio de una situación económica tensa. Que quede claro que no tenía habilidad para los instrumentos, pero no le importaba, él simplemente se gozaba la música y lo mucho que le transmitía.
Como ya dije, han pasado ya siete años desde su muerte y no hay un solo día en que yo no piense en él. Este año por fin logré hacerme el tatuaje que tanto quería en su honor, un caballito de mar, no sólo porque le encantaban sino por ser el símbolo de paternidad por excelencia. Para mí la vida no tenía ningún sentido después de su muerte, me habría gustado dormir para siempre y no despertar jamás. Sin embargo, a pesar del largo tiempo que me tomó, por fin encontré las fuerzas para levantarme del todo y aunque me duele inmensamente que no esté, finalmente comprendo que derrumbarse no sólo es desgastante y carente de sentido sino que también se opone completamente a todo lo que aprendí de él. El día de hoy he decidido abrir finalmente este blog y quién mejor para encabezarlo que mi papá, en este, el mes del padre.
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