No recuerdo bien cuántos años
tenía yo cuando Maria Alejandra Roa se me acercó en el patio del colegio porque
tenía que decirme algo importante. Hacía apenas unos días, mis “amigas” me
habían dicho que querían organizar una fiesta con los amigos de una de ellas
para ver si por fin podíamos hablar con niños sin morirnos de la pena. Me
habían dicho exactamente qué ropa usar y yo, emocionada prometí preguntarle a
mis papás si podía ir a la dichosa fiesta. Maria Alejandra me dijo que aunque
no nos conocíamos muy bien quería comentarme que las había escuchado hablar.
Resultó que mis tan queridas amigas no hacían más que burlarse de mí y de la
forma en que me vestía tan pasada de moda, tan ridícula. Así las cosas, idearon
un plan en el que se inventaban que unos amigos de alguna (evidentemente
ficticios) querían conocer a todo el grupo en una reunión organizada por alguna
de ellas. Lo cierto es que el interés era decirme exactamente qué ponerme para
ridiculizarme de alguna manera que ella no pudo escuchar. Decidió advertirme.
Siempre le estaré agradecida por eso. Evidentemente, lo comprobé un tiempo
después, escuchándolas personalmente hablando de lo fea que era y de lo mal que
me vestía. Me quedé sola.
Conocí después a Cinthya y con
ella andábamos para arriba y para abajo, mi interés hacia los niños era aún
inexistente, no me preocupaba ser bonita, ni conseguir novio, ni tener amigos y
a ella tampoco, al menos al principio. Pero pasó el tiempo y a ella se le
despertó el interés, comenzó a hablar con algunas de las populares del colegio
que de nuevo se burlaron de mi forma de vestir, del hecho de no tener novio, ni
siquiera pretendientes. Una vez incluso, fuimos a la casa de ella - quien por
cierto ya había conseguido amigos en el conjunto - y nos quedamos “hablando”
con ellos. Dejo el hablando entre comillas, porque la realidad es que en todo
el tiempo que estuvimos en el parque yo no dije una palabra. Sólo me reía de lo
que decían y en algún punto, a todas les estaba cayendo algún tipo, menos a Gabriela
y a mí. Ese día Ana María y yo nos quedamos en la casa de Cinthya. En la mañana,
cuando estábamos desayunando, los amigos de ella que estaban la noche anterior,
llamaron por el citófono y saludaron a Cinthya. Le dijeron que Ana María era
increíblemente bonita. Ella nos pasó el mensaje y remató con un: “de ti no
dijeron nada”. Se rieron. Mi interés por los niños apenas comenzaba y comenzó mal. Me rendí antes de intentarlo.
Un tiempo después, Cinthya comenzó
a cambiar conmigo. Estando en el primer piso del colegio, ella y Ana María
comenzaron a decirme, en resumidas cuentas, que yo era una perdedora. Cinthya
me dijo que yo no era más que una vil copia de ella y que por eso nadie me
quería ni me iba a querer jamás. Era cierto, yo trataba de imitarla para
encajar, pero no es la forma de decirlo. Huí como un ratón y no volvimos a
hablar nunca.
El colegio lo terminé con un
grupo de amigas muy especiales. Ya no hablamos, pero recuerdo esos momentos.
Siguieron molestándonos, pero esta vez, al menos, estábamos juntas. No pretendo
hacerme pasar por víctima del asunto, pero no puedo negar que esas burlas, esos
comentarios, esas traiciones me dejaron una cicatriz bien complicada de borrar.
Necesito superar este problema de autoconfianza, de seguridad, porque aquí
donde muchos me ven, bajo esta coraza de creerme lo mejor, no hay más que un
nudo de inseguridades y duda. Esto tiene que cambiar.
Creo que es importante pensar que todo el que trata de humillar a otras personas lo hace porque él mismo se siente inseguro y de esta forma trata de sentirse mejor consigo mismo (con eso no quiero decir que el maltrato sea aceptable).
ResponderEliminarEn mi colegio había niñas feas a las que se la montaban por ser feas, pero si te ponías a ver, muchas de esas “feas” eran en verdad muy bonitas y había otras niñas mucho más feas que hacían parte del grupito de las “populares”. A ellas no se la montaban simplemente porque no eran el eslabón débil de la cadena, porque les importaba un culo, porque no se dejaban.
Es muy difícil curar esas heridas y no caer instintivamente en la costumbre de creer que lo que dijeron de uno es verdad, pero creo que la única forma de lograrlo es recordarse constantemente que uno no es así, que uno es muy chévere y que lo que digan de uno vale culo si uno está en paz con uno mismo.
En mi caso, las niñas del colegio me querían a pesar de que yo fuera rara y desarreglada y me ensuciara la piel y el uniforme antes de que se acabara la primer hora de clase, pero mis bullys fueron la religión y mi mamá. Ella llegó a decirme que dejara de leer o no me iban a invitar a ninguna fiesta de quince. Ella nunca entendió cómo fue que yo conseguí amigos y por qué no me sentía profundamente infeliz siendo tan “rara”. Necesité un sicólogo pa arreglar el despelote que me dejó todo eso y, aunque quiero mucho a mi mamá, todavía miro con desprecio la forma en que ve muchas cosas. A veces el problema no está en uno, sino en cómo lo miran los demás.
Probablemente no necesités nada de este carretazo, perdón por la extensión. Un abrazo.
No creas, este carretazo nunca sobra. Como tú lo has dicho, yo siempre caigo instintivamente en el mismo círculo vicioso y es precisamente por eso que quise escribirlo. La gente me dice cosas buenas de mí, cosas que yo no creo y ese es justamente el problema, que muchas veces no estoy en paz conmigo y me detesto y le vuelvo a dar una importancia exagerada a lo que la gente dice de mí. Pero qué le hacemos, uno no puede deshacerse de sí mismo (o al menos no es una opción que considere) entonces, hay que tratar de hacerse terapia. Muchas gracias por tu comentario, de verdad, me gustó mucho. Un abrazo.
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ResponderEliminarNo te conozco personalmente Diana
ResponderEliminarpero eres de lejos una de las mujeres con más cosas que decir y mas interesantes de las que sé.
Valoraría muchísimo una mujer que no ande con problemas de maquillajes y tacones y se atreva a enfrentar esta vida con ovarios, como tú.