Había pasado ya un buen tiempo desde mi último momento de reflexión y
seguramente por eso no me había encontrado con un viejo demonio que me persigue
y suele hacerme sentir increíblemente frustrada. El demonio era más grande de
lo que pensaba y había logrado conciliar con él algunas cosas que me llevaron a
mi propia aceptación e incluso a la satisfacción y felicidad con la mujer en la
que me he convertido. Sin embargo, se me olvidaba una última parte que a este
demonio le quedó como anillo al dedo para crear una tormenta en un vaso de agua
y devolverme a esos momentos en que me sentía patética porque ningún
adolescente se fijaba en mí, porque no me sacaban a bailar en las fiestas o
porque todos los que me gustaban me pedían ayuda con mis amigas. Cuando me
pongo a pensar en pendejadas como esas me siento mal, porque me parece una
bobada sufrir por el pasado, por cómo era yo o cómo actué si nada tiene que ver
con quién soy ahora o con las situaciones a las que la vida me ha enfrentado.
Comienza entonces mi cruzada: en lugar de sacarme del episodio crítico, me
culpo porque a pesar del tiempo no he aprendido a diferenciar por qué vale la
pena sufrir y entro a un círculo vicioso.
Lo cierto es que puede que no sean situaciones muy relevantes pero no
puedo negar que de alguna manera me marcaron. Lo cierto es que me cuesta mucho
trabajo ser considerada conmigo misma y dejar de cargar la culpa por todo en el
mundo y lo cierto es también, que no me haría nada mal darme al menos un poco
de crédito o tener más fe en mí. Anoche concluí - gracias a una terapia por
internet - que estoy buscando algo y que cualquier asomo de crisis por más
mínimo o inconexo que sea me lleva a ese camino. Eso que estoy buscando es lo opuesto a
lo que viví en el pasado: el interés genuino de alguien. Y supongo que es lo que
buscamos todos.
Yo vivo diciéndole a mis amigas lo mucho que valen y que deben ser
conscientes de eso para no perder la seguridad y heme aquí derrumbándome por lo
mismo bajo la sombra del pasado, de un contexto que ya no está, que pasó y se
fue y al cual hay que dejar ir. Esta vez mis inseguridades llegan porque a pesar
de reconocer lo que tengo y lo que no y aceptarme por completo, me da miedo
mostrarme al mundo porque de pronto otra vez ningún hombre se va a fijar en mí,
porque no me van a sacar a bailar o porque me van a pedir ayuda con mis amigas.
Se suman los temores a no ser tomada en serio, a que de pronto proyecto una
imagen que no es, a que todos “me dejen ir”. Pero y si es así, ¿qué? ¿Eso pone
en tela de juicio lo que soy yo? No, no realmente.
Pienso entonces que yo no soy la única que vive con ese temor y que tal
vez es otra de esas cadenas autoimpuestas - esta vez, no sé si por la sociedad
o no - en la cual uno incluye qué tanto “levanta” en la lista de cualidades. Así
no debería ser. Eso no me define. Ya bastante he luchado para lograr saber qué
sí lo hace como para empezar redefinirlo por cosas ajenas a mí. El pasado ya se
fue y hay que levantar la cabeza.
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