lunes, 10 de diciembre de 2012

Los toros se ven diferentes desde la barrera


El tema ha sido recurrente durante los últimos días. No sé si son las fases de la luna, si estamos en nuestros momentos históricos, si es porque el mundo está tan convulsionado, si son cambios drásticos en nuestras vidas, si es el fin de año, el fin de semestre o el mito del fin del mundo.

Hace unos días mientras almorzábamos, concluimos que la sociedad se sostiene sobre unos pilares éticos y morales que le permiten desarrollarse como lo hace pero que bien pueden ser puro idealismo. Desde que uno está en su tierna infancia, le recalcan una serie de códigos de comportamiento claros a la luz de los cuales aprende a diferenciar qué está bien y qué está mal y con base en ellos, qué debe hacer y qué no. Pero lo cierto es que como para ese momento uno apenas habrá vivido una década, no son muchas las situaciones a las que ha tenido que enfrentarse en las cuales la línea que separa el bien del mal, el deber ser y el es se vuelve tan delgada y difusa que la moral que le enseñaron puede dejarlo botado fácilmente.

Lo primero que está claro es que la vida no es como en los cuentos de hadas. Y puede que sea culpa de Disney, pero el golpe que implica darse cuenta de eso es fuerte y complejo y le cambia a uno la perspectiva de la vida, lo baja de un mundo ideal en que todo funciona perfectamente y en el que uno jamás se enfrenta a tentaciones ni situaciones difíciles y si le ocurre, el camino está tan claro que no hay la más mínima posibilidad de faltar al códice autoimpuesto. Resulta que el mundo no funciona así. Resulta que las cosas rara vez salen como uno quiere o como espera y resulta también que ese “superyó”(si es que le entendí bien a Freud) creado con base en las normas sociales no sólo sirve para contener los impulsos sino también para culparlo, tildarlo y destrozarlo a punta de críticas cuando no se le escucha. Yo me atrevería a pensar también que los calificativos – buenos o malos – que uno puede imponerse o recibir de otros obedecen de nuevo al afán un tanto inútil que tenemos de clasificarlo todo. Y resulta que las decisiones que se toman en la vida son total y completamente dependientes del contexto.

Las normas no deberían ser negociables, mucho menos las consideraciones éticas o morales. Pero nuevamente, una cosa es lo que debe ser y otra lo que es. También es cierto que mientras menos situaciones complejas se hayan experimentado, la visión parece ser más dura, más centrada e incluso más objetiva, porque como dice mi mamá: los toros se ven diferentes desde la barrera. Entonces uno tiene siempre un grupo externo que es capaz de ver con un enfoque diferente las situaciones de su vida e indicar sin vacilaciones qué debe uno hacer o cómo debe actuar lo cual es mucho más fácil para ellos porque están afuera. A veces uno también es ese grupo externo con los demás y le parece inconcebible que la gente actúe de ciertas formas. Pero con el tiempo, con el paso de la vida, con los juegos que le impone el destino, uno termina dándose cuenta que es mucho más fácil ser radical cuando no se han vivido las cosas o cuando no se sienten directamente y que juzgar a los demás no es tan fácil porque ni uno conoce el contexto ni mucho menos tiene algún tipo de autoridad moral.

Siempre me ha molestado eso. Natalia vivía callando a todo el mundo en el salón de clases cuando estábamos en el colegio pero también vivía hablando con la compañera de puesto. Siempre me llenaba de ira porque le gustaba pregonar una moral que no tenía. Y lo más divertido es que me di cuenta que así funciona con la mayoría de las personas: pregonamos una moral que de pronto no tenemos o que tenemos cuando las cosas no nos tocan directamente. 

Yo soy de las personas que viven dándose palo al cometer un error. Pero me cansé. Me cansé de no ser considerada conmigo misma, porque bastante tiene uno ya con el ojo inquisidor de los demás como para rematar con la autoflagelación. No más. En la vida se toman decisiones que pueden ser buenas o malas y que dependen del contexto. Lo que sí es bien importante, es que si usted llegó a negociar sus leyes morales y éticas, aprenda cómo le fue con eso y de ahí en adelante sepa aplicar lo que ya sabe. Aquí estamos es para aprender.



1 comentario:

  1. ¡Qué entradita! Apenas para un lunes decembrino.
    Bien lo dices, en nuestro afán de clasificar o etiquetar las cosas las despojamos de su verdadero significado, creamos un contexto que solo nos creemos nosotros mismos. Porque el real contexto está fuera, independiente de nuestra voluntad y que evadimos para tratar de acomodar las cosas a nuestra conveniencia.
    El punto del súper yo, diste en el blanco. Es un mal necesario que permite la vida en sociedad a nivel externo, pero que a nivel interno puede ir de una permisividad perversa hasta una rigurosidad igual de perjudicial para las personas. Las normas y demás no es que no sean negociables, pero como especie necesitamos un tope, un límite que diga “No más” pero va más por la propia supervivencia de la especie y hace un poco tolerable la carga que conlleva la existencia. Pero yendo al plano real ¿Dónde queda uno? ¿Qué negociamos y qué no cedemos? Este año me he llevado varias sorpresas, decidí tirar abajo muchas preconcepciones que de cierto modo me han liberado pero que también me han condenado a un estado constante de ansiedad por cada decisión tomada. Es el riesgo, es la única oportunidad que tenemos. Es la vida.
    Ver los toros desde la barrera ayuda en cierto sentido de la vida de otro, pero nadie aprende en cabeza ajena. Aunque hay cosas que pueden llegar a ser demasiado evidentes y qué solo un ataque de terquedad nos condene a un error fácilmente evitable. Pero también se puede lograr despojarse un momento de sí mismo, algo que siempre he hecho es ver mis cosas como si las viviera otra persona, eso me ha evitado hasta pedir consejos inútiles o contar mi vida más de la cuenta. ¿Y si fuera a otra persona? ¿Y eso del otro me pasa a mi? Es por momentos no negar la propia realidad, sino de verla con otros ojos, ahí va el contexto.
    Muchas decisiones que hoy en día se pueden demorar, antes eran rápidas. Como casarse o salir de la casa, los tiempos eran otros, muchas personas solo tenían que soportar cierto tiempo trabajando para vivir de una pensión a determinada edad. Con entrada fija era fácil endeudarse en un banco, comprar casa, carro y beca. Los préstamos en una empresa eran con unos intereses casi nulos. ¿Ahora? El contexto es otro y ciertas decisiones vemos hoy en día que se han demorado, no en vano y a manera de consuelo, ahora dicen que los 30 son los nuevos 20. Contexto, contexto.
    Pero hay dos formas de ver los toros desde la barrera, una desde la racionalidad y otra desde la superficialidad. Como por ejemplo, ver a una amiga sufrir por un tipo. Uno puede asumir eso de dos formas, sabiendo lo que significa una relación en determinado momento o simplemente decirle “Tú eres boba, deja a ese man y rumbéate a otro” ¿Qué quiere decir eso? Que los problemas de los demás los vemos de la misma forma en que, posiblemente, veamos los propios. Por eso uno se va dejando en otros y los otros se van dejando en uno.
    Hay un libro de Fromm llamado “Miedo a la libertad” y es ahí donde veo el meollo del asunto, porque muchas veces aplazamos, pensamos, sentimos y demás desde la experiencia ajena. Vemos en papá, mamá, hermanos, amigos, incluso desconocidos de lo que han hecho y luego uno ¿Qué? Ese es un miedo que está presente en el humano, de pretender que porque a X le fue mal, entones a él también le irá mal. Igual aplica para lo bueno. Nos despojamos de nuestra singularidad, nuestra individualidad, nuestra intimidad propia. Seremos iguales, pero no homogéneos. Ahí es donde deben radicar nuestras decisiones, un sano egoísmo que no dañe al otro, es posible.

    Y como lo veía…se me fue una entrada completa.
    Un abrazo.

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