miércoles, 26 de diciembre de 2012

Ataques de honestidad


Tenía yo 17 años la primera vez que me dio un ataque de honestidad con un amigo que me gustaba desde que tenía 15. Siempre que alguien me gusta intensamente, con locura, tiendo a ocultarlo o por miedo al rechazo o porque termino siendo la mejor amiga. Algunas veces el gusto se va, se pierde con el tiempo y todos felices, pero a veces - como con él - los nervios, las mariposas en el estómago y el gusto incontrolable persisten en el tiempo a pesar de todo. Cuando nos conocimos nos hicimos buenos amigos, hablábamos de todo, siempre hubo una conexión. La parte irónica es que le gustó una amiga mía con la cual yo iba a “ayudarle”. Ahí pude ir matando toda esperanza de cualquier cosa y entonces, decidí que eso a veces pasa y uno tiene que aceptarlo con dignidad y que puede perfectamente construir una amistad. El problema fue que mi plan falló y él me seguía gustando. Pasó el tiempo y después de casi tres años, en una fiesta me dio el episodio de locura en el que alguna parte de mi cerebro me dice que no hay nada que perder y que no puede seguir ocultando tanta cosa y le confesé todo. Por su reacción, creo que la última persona de la cual esperaba un baldado de agua fría como ese era de mí y luego se empeñó en preguntar por qué no había dicho nada antes a lo cual le dije que no tenía sentido sabiendo que a él le gustaba otra persona. Después de esa fiesta nos perdimos porque cambiaron muchas cosas en nuestras vidas, pero lo curioso es que yo pude vivir tranquila y dejarlo ir después de haber sido total y completamente honesta (eso sí, me regué en prosa, le conté todo desde el detalle más insignificante…después me dio pena, pero ya era tarde para arrepentirse).

Estaba pensando en eso y me di cuenta que han pasado siete años y yo sigo siendo igual. Yo soy muy coqueta y todo, eso no lo voy a negar, pero cuando alguien me gusta de verdad, no sé cómo actuar. Mi habilidad para darme cuenta cuando alguien me está echando los perros es nula y lo de la coquetería se me quita cuando alguien me gusta mucho. Ni sé bien cómo caerle a alguien ni sé identificar con certeza cuándo me están cayendo. También persisten los ataques de honestidad porque por lo general yo soy de enamoramientos largos e imposibles (mientras más imposibles, mejor) y cuando no puedo más, cuando decido que no tengo nada que perder, me da por contar absolutamente todo y decirlo, porque al fin y al cabo, no me puedo morir con esas cosas guardadas, justo como lo hice con aquel amor adolescente. Yo diría que para el modelo machista y el código moral femenino en nuestra sociedad, que una mujer se atreva a decirle a un hombre que le gusta con locura es inaudito. Pero lo cierto es que no puedo evitarlo y que mientras más pasa el tiempo más pierdo el filtro cerebro-boca, así que termino confesando todo porque simplemente no puedo guardarlo.

Me gusta ser así. A veces digo las cosas cuando es demasiado tarde, normalmente no pasa nada más allá de eso, pero siempre después de decirlo (sin importar qué tan boleta pueda considerarme la otra persona) me siento mejor. La buena noticia es que si el sentimiento no es correspondido, soy capaz de estar tranquila porque al menos lo dije, al menos hice lo que estaba a mi alcance. Lo curioso sí es la fijación en los amores imposibles. David: sé que estás leyendo esto, así que agradecería un comentario piscológico al respecto.

2 comentarios:

  1. Un tema que da para muchas cosas. Empezando con un punto delicado según el cual deja como pregunta ¿Tranquilidad ante un ideal que se vive y no se tendrá o una incomodidad de luego no saber con aquello que se consiguió? Esa simple pregunta trae consigo muchos enredos, noches de insomnio, de sueños largos y despertares súbitos. Porque no es solo tener arranques de sinceridad después de…sino ¿Antes qué? Y es una constante lucha entre lo que queremos y debemos hacer. Por eso me fascina locomotive de guns and roses, describe situaciones así a la perfección.
    ¿Lo imposible? Es aquello que añoramos, aquello que al estar “lejos” de nuestras capacidades lo vemos sublime, impoluto, casi perfecto…pero con el tiempo vemos que esa persona es exactamente igual a uno, incluso vemos que no era la gran cosa como creíamos…pero ¿Cómo saberlo? Ahí es donde la marrana tuerce la cola, porque sencillamente no vemos aquello que cualquiera puede ver, incluso sin tanto esfuerzo. Las películas que se arman en la cabeza llegan a sobrepasar cualquier nivel de resistencia al enfrentar la situación, preferimos una coraza de imaginación a un momento de realidad que incluso puede llegar a ser muy decepcionante.
    Los arranques de sinceridad no son de todo esporádicos, sino que si uno se da cuenta son constantes. Cada rato vemos aquello que sabemos que sentimos, pero que nos hacemos los locos y no necesariamente por miedo, llegamos a caer en un extremo de excesiva confianza que vemos aquello como algo que en cualquier momento tenemos, sin mucho esfuerzo…es solo un consuelo mental, sabemos que nos cuesta y no por esa persona, sino por creernos que la expectativa puede estar por encima de nuestras reales posibilidades.
    Es una tranquilidad extraña, porque mientras esa otra persona estará haciendo quien sabe qué cosa, uno está ahí, como en stand by, en neutro. Esperando que caiga del cielo. Pero sucede muy a menudo cuando creemos que es algo “imposible”, uno de mis mejores amigos me decía en el bachillerato “no hay personas imposibles, sino personas incapaces” me reía cada vez que lo decía, no por simplemente llevarle la contraria, sino por hacerle ver que no es siempre por culpa de uno, sino que simplemente en los gustos ajenos no se manda. Si alguien no gusta de usted, no gusta y punto. Que se llegue a enamorar es una cosa, pero que le guste es otra. Es así.
    Sobre contar las cosas después de cierto tiempo…digamos que jejejeje pues que te digo, se descansa mucho. Uno piensa que “bueno, ya para qué” pero es que uno no lo termina diciendo tanto por esa persona, sino por uno mismo. Algunas cosas terminan pesando mundo, pero no como antes, sino que se sienten como “estorbos” como quien dice “No viviré con esto toda mi vida” porque no tendrá sentido tener eso, igual uno sabe cuál será la respuesta del otro, que lo valoran, y tal. Con tal que no salgan con “Ay, pero lo hubieses dicho y las cosas serían otras” pero eso difícilmente sucede, porque lo mejor es que digan que no, para evitar dar alas o que simplemente uno quede como un pendejo por no decirlas en determinado momento.
    Aunque es ingenuo pensar que esas personas no sospechen algo, lo hacen y a veces les consta. Pero como no van en la misma sintonía que uno, pues no lo consideran importante de decir o de meterlo como tema, como qué allá si esa persona se digna en decirlo y si no, pues también. Poco le importa al otro en determinada circunstancia.
    Así qué…ahí queda medianamente esbozado el asunto, a mi modo de ver.

    Un abrazo. ;)

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    1. Me gustó tu post :P Jajaja.
      Tengo solo unas cosas por decir:
      1. A mí me da tranquilidad decir las cosas y ya. El momento no lo pienso, sino que aparece solo, llega un punto en que simplemente lo siento y lo digo. A veces, prefiero callar. He comprobado también que uno tiene que aprender a identificar cuándo habla y cuándo calla y eso requiere experticia. Yo claramente, no he aprendido del todo.
      2. Es cierto que no hay personas imposibles, pero sí hay situaciones y contextos que imposibilitan el acceso a una persona. No necesariamente geográficos, sino también sociales, oportunidades académicas y por supuesto, la enorme barrera del gusto que mencionas, porque eso sí, yo soy experta en fijarme en los que no me ponen ni cinco de atención y con esos puedo hasta obsesionarme. Creo que a eso me refería con la pregunta. Empiezo a pensar que me encapricho y que mientras menos posible sea lograr algo por la distancia, por los compromisos o simplemente por la falta de atracción, peor es mi fijación. Y eso que yo soy más bien poca lucha.
      3. He dedicado mi vida a incrementar conocimientos, pero eso de la inteligencia emocional, de entenderme, de procesar y vivir sentimientos sin recriminármelos y juzgarme es nuevo para mí. De pronto no es que me haga la loca sino que en serio no me doy cuenta. Nada que hacer, como dice una amiga: tengo que acostumbrarme a que la torpeza hace parte de mi vida.
      Finalmente, muchísimas gracias por tu comentario. Siempre me alegra saber que lees los post :)

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