sábado, 27 de julio de 2013

Persiguiendo la luz del océano

Había una ciudad bajo el océano. Estábamos todos en una especie de búnker de vidrio gigantesco, con túneles y habitaciones, algunas de vidrio y otras no. No era tan frecuente observar animales grandes y de hecho la gente no los buscaba, porque aún cuando las cosas son maravillosas, observarlas y vivirlas frecuentemente les arrebata la magia, la curiosidad y se esfuma el interés. Sin razón aparente, íbamos a diferentes lugares a ciertas horas del día, las cuales no eran tan reconocibles porque siendo esta una estructura bajo el agua, lo único que podía observarse como guía era un leve cambio en la intensidad de la luz bajo el agua que se veía maravillosa por efecto de la refracción. No recuerdo ver algas, ni animales grandes ni pequeños, solo la luz. Sentía una nostalgia infinita al verla desde esa prisión de vidrio resistente en la que todo el mundo parecía vivir tan feliz en unas eternas vacaciones, comiendo, jugando, riendo y hablando. La música nos acompañaba la mayor parte del día y todos estábamos siempre en grupo, nos dirigíamos a los mismos lugares durante el día juntos. De las noches, no recuerdo nada, salvo por la ausencia de la luz, que me calaba en los huesos y el alma y me hacía pensar solo en el momento en que apareciera de nuevo para observarla incesantemente.


Llegó un momento en que me obsesionó la idea de ver la luz desde la superficie y me pregunté cómo sería el océano visto desde afuera. Por alguna razón tenía la imagen en la cabeza y me dediqué a preguntar a los demás si no les gustaría salir del búnker, dejar de hacer lo que por reglas intrínsecas cumplíamos y buscar otras cosas, ver otras cosas. Nadie parecía interesado. Todos me escucharon, pero también me ignoraron y dijeron que mejor me dedicara a pasarla bien, que no era necesario complicarse la vida con algo que no se puede cambiar. Abandoné la idea un tiempo, pero la luz no dejó de causarme curiosidad, entonces decidí salir a buscarla sola. El lugar era muy curioso porque todos seguíamos una especie de agenda, pero nadie nos obligaba. No había alguien que nos vigilara, nos hablara, nos dijera qué teníamos que hacer, al menos no tangible pero igual, todos obedecíamos sin preguntar. Encontré unas escaleras en un lugar alejado de las habitaciones donde todos estaban. El trayecto era largo y respirar se hacía cada vez más difícil, pero seguí en tanto pude resistirlo. Vi una escotilla a lo lejos, lo que asumí sería la puerta que comunicaría el búnker con el océano e imaginé lo que sería sentir el agua en la piel, esa que tanto tiempo nos había rodeado, azul y cristalina. Cuando me iba acercando a la escotilla y el túnel se hacía más estrecho pude ver que el agua no era el océano sino que estaba empacada en botellas de plástico. No entendí nada. ¿Entonces todo lo que veíamos era eso? ¿La difracción de la luz de la superficie no era a causa del agua sola sino de esta extraña estructura de botellas apiladas? Me sentí profundamente decepcionada. Luego desperté.


jueves, 25 de julio de 2013

Simplemente me da la gana

Que por qué estoy haciendo una maestría, que si quiero un doctorado, que si ya estoy pensando en casarme, que si no quiero que mis hijos me conozcan joven, que por qué no supero el trauma del colegio, que por qué ya no escribo como antes, que por qué no me voy del país, que por qué no tengo novio o busco uno, que por qué no creo en dios, que por qué sigo haciendo lo mismo o por qué hago esto o lo otro…las razones a todo eso son simples: porque se me da la gana ¿algún problema con eso?

Tengo cada día un conflicto más serio con ese “deber ser” que quién sabe de dónde carajo saca la gente y que les permite asociar hasta el más mínimo aspecto de la vida de los demás con un acto casi obligado sin razón aparente. Desde que me gradué de la universidad muchos se han empeñado en preguntar si ya me voy a casar, “porque como ya tiene la carrera…”. Pues no: es que yo no estaba en una escuela de señoritas para poder conseguir un mejor “marido”. Yo estudié biología porque de verdad siento un amor profundo hacia mi profesión, porque siento que el mundo podría arrebatarme todo, absolutamente todo excepto eso que me hace tan feliz cuando leo, hablo, trabajo y escribo sobre biología. Que si ya pensé en casarme o tener hijos y que afortunadamente puedo conseguir un tipo profesional. Una profesión no me impresiona. Usted tiene un título, yo también, eso no nos hace ni mejores ni peores.


La indignación hacia quienes piensan diferente, la falta de respeto hacia las ideas, el tratar de imponer la visión propia del mundo en otras personas, la condena inamovible hacia los demás…resulta un poco insoportable. Tratar de justificar absolutamente cada paso que se da ante quienes nos rodean es agotador y absurdo. Y es que no es tener que explicar, porque hay quienes tienen interés genuino por conocer razones, es tener que defender las ideas como si fueran una tesis de doctorado ante una jauría de lobos que está esperando el más mínimo error para condenar, desmembrar, invalidar y acabar. Estaba pensando que esa es una de las principales razones por las que nuestra especie no me simpatiza mucho. Luego contrasta alguna expresión artística o una idea genial y trato de olvidarme de ese ligero desprecio.

martes, 16 de julio de 2013

"Life has a funny way..."

Yo no creo en dios y mucho menos en el destino, no sé si por simple y llana convicción o porque no me gusta pensar que mi vida depende de alguien que no soy yo misma. Sin embargo, he aprendido con el tiempo que llenarse de todos esos planes en los que uno prácticamente tenía la vida organizada no sólo es inútil sino además decepcionante. La vida da una cantidad de vueltas que uno jamás podría imaginarse, le presenta cosas, le quita otras, lleva y trae personas todo el tiempo, algunas se quedan, otras son transitorias, abre oportunidades, cambia el tablero, modifica perspectivas, enseña lecciones dolorosas, alegres y trascendentales. Uno se encuentra libros, música, amigos, comidas, caminos, luz y oscuridad y ante esas situaciones toma decisiones determinadas que en tres segundos pueden hacer que todo cambie para siempre.

Ya no sé cuántas veces me he sentido atrapada en una racha de mala suerte, esos momentos en que todo lo que puede salir mal, efectivamente sale mal. Es como si todo confabulara en contra de cada paso que se da y uno está a punto de hacerse un baño de ruda o algo por el estilo como último recurso y ciertamente como medida desesperada. Cuando me obsesiona la idea de conseguir algo, aún ante ese panorama desolador decido con firmeza obtener lo que quiero y me lanzo al vacío, sin mente. Ahí es cuando la vida me ha mostrado que no todas las decisiones las tomo yo y que aunque a veces las cosas salen bien, a veces simplemente no se dan por un cúmulo de factores que se salen de mi control.

Hace ya un buen tiempo estuve lamentándome por una serie de cosas que quería y no se dieron. Ocurrió en absolutamente todos los aspectos de mi vida: afectivo, emocional, laboral e incluso académico. Sufrí bastante porque esas obsesiones no me dejan en paz fácilmente y nada, absolutamente nada salió bien. O al menos eso pensé en ese momento. Han pasado creo yo unos dos años y muchas cosas cambiaron desde entonces, se están abriendo caminos nuevos que jamás pensé que se darían y oportunidades que parecían lejanas ahora son tangibles, básicamente académicas y laborales. Ayer mientras almorzaba me quedé pensando que todo esto no sería posible de no ser por ese momento de derrota en que todo parecía cerrarse y oscurecerse. Y es muy curioso porque cada uno de esos factores que en su momento parecían un complot del universo en mi contra hicieron una contribución para que ocurra lo que está pasando ahora. No puedo evitar pensar en Alanis Morissete: “Well life has a funny way of sneaking up on you when you think everything's okay and everything's going right, and life has a funny way of helping you out when you think everything's gone wrong and everything blows up in your face.”


Alanis tiene razón, solo que a las respuestas hay que darles tiempo de aparecer.


lunes, 15 de julio de 2013

Improvisemos

Escuchar es esperar, esperar es confiar y confiar es creer.

Este año bailaremos acompañadas con músicos en vivo, lo cual resulta increíblemente emocionante no sólo porque la música se asimila mucho mejor así, sino también porque los ensayos con ellos nos han permitido entender la música clásica egipcia. En general, mi amor por la música no conoce límites, así como mi curiosidad, pero lo cierto es que jamás me he sentado a aprender sobre ella de verdad, sobre tiempos, ritmo y armonías y sobre quién sabe cuántas más cosas de las que quizás jamás tendré idea. Ni qué decir de la música oriental, que dista bastante de la occidental, con instrumentos que uno ni siquiera ha visto en la vida y estructuras tan cuidadosamente pensadas y construidas para expresar algo que parece hallarse en un idioma tan ajeno para nosotros como el árabe mismo.

Hasta el momento he aprendido los movimientos y la técnica siguiendo coreografías, pero llegó la hora de improvisar un balady, un tipo de danza clásico en el cual hay una orquesta completa y un músico solista que improvisa mientras la bailarina improvisa con él. Sí, yo sé que suena un poco hippie y que muchos van a decir - como yo lo hice al principio - que eso es totalmente imposible y que seguro hay coreografías o movimientos acordados por los dos para que ella entienda bien cómo está tocando él bien sea el acordeón, el violín, el nai o el quanón. Pero no. Es verdad que el músico improvisa y que la bailarina trata de comunicarse con él de alguna forma para seguirlo, observando su expresión porque sí se puede leer a la persona de esa forma, en especial cuando es un músico del cual uno conoce su trabajo. Es como entablar una conversación, en la que uno espera con paciencia la melodía y el cuerpo responde a ella con libertad, mientras él observa para continuar tocando basándose en los movimientos que ve en la bailarina. Alguna vez me dijeron que la bailarina trata de traducir al público la música para que éste sea capaz de escucharla mientras la ve, que la bailarina hace tangible el sonido a través del movimiento. Pero como todo traductor, eso quiere decir que ella debe conocer a ciencia cierta qué es lo que está escuchando y sobretodo, sentirlo como propio.

El reto comenzó con entender lo que se escucha y es que tenemos el oído tan poco educado que no notamos ni una quinta parte de todos los elementos presentes en la música. Ahora, es verdad que el balady tiene un orden definido para guiarse: la pieza comienza siempre con un taqsim, un solo de algún instrumento melódico que representa diría yo el menor de los retos, porque a pesar de ser una improvisación, estás uno a uno con el músico, puedes seguirlo sin interrupciones. La darbuka entra posteriormente marcando un ritmo particular y reconocible (fue necesario un curso de ritmología para reconocer ritmos orientales), lo cual es complejo porque a los latinos la percusión suele dominarnos por completo y llevarnos hacia donde vaya. En este segmento puede o no entrar la orquesta para añadir aún más elementos y la idea es conservar la marcación de la percusión pero dando protagonismo a la melodía. Viene una parte de pregunta-respuesta que puede involucrar varios elementos y debe reflejarse en los movimientos. Finalmente, la percusión literalmente explota marcando ritmos mucho más enérgicos y le acompaña la melodía y la orquesta de forma más acelerada, el punto en el cual la bailarina simplemente se mueve eufórica para finalizar simultáneamente con la percusión.


Estamos en proceso de aprendizaje y es difícil. Sin embargo, no es imposible. Es como si la música te llamara, como si impulsara al movimiento sin esfuerzo, sin pensar. A veces me da pena o me da miedo hacerlo mal, pero creo que hay que acostumbrarse a que ese espacio de tiempo y ese sonido es solo mío y que puedo hacer con él lo que me plazca.

sábado, 6 de julio de 2013

¡Se acabó!

Pocos eventos en la vida me han marcado tanto como cuando a final del año pasado decidí pintar en la pared de mi cuarto alguna frase que me recordara constantemente esa persona que soy y que acababa de reconocer. La elegida fue una que decía María Barilla: “Yo no soy de nadie, es más, soy del que me da la gana”.

No importa con qué ánimo llegue a mi casa, la sensación de poder y autoridad que me inspira es constante e intensa. Han ocurrido una serie de cosas en mi familia y en mi círculo de amistades últimamente que me hacen pensar que no puedo estar más aburrida de todas esas reglas a las que supuestamente tenemos que amoldarnos. Supongo que están tanto para hombres como para mujeres, pero por obvias razones me indignan más las de las mujeres. Sumisas, obedientes, calladas, educadas, con la voz equiparable al suave murmullo del viento en las mañanas, con pocas libertades y atribuciones, con miedo a expresar lo que pensamos, lo que sentimos, lo que queremos o no queremos a causa de algún tipo de prohibiciones que vaya uno saber quién carajo se inventó. Que si conseguimos tipos, que si no, que si somos atractivas, que si no lo somos, que cómo podemos actuar, vestirnos, hablar e incluso pensar para ajustarnos a eso que buscan los hombres, para ser aceptadas, para ser reconocidas, para ser valoradas. ¡Já! Cómo si para sentirse completo y feliz se necesitara reconocimiento y aprobación adicional al propio. Me interesa que mi jefe reconozca mis capacidades, por ejemplo, básicamente porque él es quién me paga. Por lo demás, creo que ya no me importa. Si les parece que soy grosera, o alzada, o que peleo o critico o me río mucho, si los tipos se asustan cuando me gustan porque se los digo de frente o si se ofenden porque les digo que no, si les parece que me creo mucha cosa o que tengo un complejo de inferioridad, si algunas de las mujeres que me rodean se empeñan en tratar de hacerme sentir mal o inconforme conmigo misma, sepan de una vez que simplemente no me importa.


Estoy cansada de tanta regla inútil, de tanta fórmula casi alquímica para hallar la felicidad, de esa superioridad moral de algunos para mandar en la vida de los demás, como si estuviera siguiendo una clave taxonómica. Es posible que este tema ya lo haya mencionado en algún post previo en este blog, pero qué hacemos, así soy yo: de impulsos. En cuanto a lo que le gusta o no a los tipos, como dice Britney: "There's only two types of guys out there, ones that can hang with me and ones that are scared".

La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no l...