martes, 16 de julio de 2013

"Life has a funny way..."

Yo no creo en dios y mucho menos en el destino, no sé si por simple y llana convicción o porque no me gusta pensar que mi vida depende de alguien que no soy yo misma. Sin embargo, he aprendido con el tiempo que llenarse de todos esos planes en los que uno prácticamente tenía la vida organizada no sólo es inútil sino además decepcionante. La vida da una cantidad de vueltas que uno jamás podría imaginarse, le presenta cosas, le quita otras, lleva y trae personas todo el tiempo, algunas se quedan, otras son transitorias, abre oportunidades, cambia el tablero, modifica perspectivas, enseña lecciones dolorosas, alegres y trascendentales. Uno se encuentra libros, música, amigos, comidas, caminos, luz y oscuridad y ante esas situaciones toma decisiones determinadas que en tres segundos pueden hacer que todo cambie para siempre.

Ya no sé cuántas veces me he sentido atrapada en una racha de mala suerte, esos momentos en que todo lo que puede salir mal, efectivamente sale mal. Es como si todo confabulara en contra de cada paso que se da y uno está a punto de hacerse un baño de ruda o algo por el estilo como último recurso y ciertamente como medida desesperada. Cuando me obsesiona la idea de conseguir algo, aún ante ese panorama desolador decido con firmeza obtener lo que quiero y me lanzo al vacío, sin mente. Ahí es cuando la vida me ha mostrado que no todas las decisiones las tomo yo y que aunque a veces las cosas salen bien, a veces simplemente no se dan por un cúmulo de factores que se salen de mi control.

Hace ya un buen tiempo estuve lamentándome por una serie de cosas que quería y no se dieron. Ocurrió en absolutamente todos los aspectos de mi vida: afectivo, emocional, laboral e incluso académico. Sufrí bastante porque esas obsesiones no me dejan en paz fácilmente y nada, absolutamente nada salió bien. O al menos eso pensé en ese momento. Han pasado creo yo unos dos años y muchas cosas cambiaron desde entonces, se están abriendo caminos nuevos que jamás pensé que se darían y oportunidades que parecían lejanas ahora son tangibles, básicamente académicas y laborales. Ayer mientras almorzaba me quedé pensando que todo esto no sería posible de no ser por ese momento de derrota en que todo parecía cerrarse y oscurecerse. Y es muy curioso porque cada uno de esos factores que en su momento parecían un complot del universo en mi contra hicieron una contribución para que ocurra lo que está pasando ahora. No puedo evitar pensar en Alanis Morissete: “Well life has a funny way of sneaking up on you when you think everything's okay and everything's going right, and life has a funny way of helping you out when you think everything's gone wrong and everything blows up in your face.”


Alanis tiene razón, solo que a las respuestas hay que darles tiempo de aparecer.


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