Yo no creo en dios y mucho menos
en el destino, no sé si por simple y llana convicción o porque no me gusta
pensar que mi vida depende de alguien que no soy yo misma. Sin embargo, he
aprendido con el tiempo que llenarse de todos esos planes en los que uno
prácticamente tenía la vida organizada no sólo es inútil sino
además decepcionante. La vida da una cantidad de vueltas que uno jamás podría
imaginarse, le presenta cosas, le quita otras, lleva y trae personas todo el
tiempo, algunas se quedan, otras son transitorias, abre oportunidades, cambia
el tablero, modifica perspectivas, enseña lecciones dolorosas, alegres y
trascendentales. Uno se encuentra libros, música, amigos, comidas, caminos, luz
y oscuridad y ante esas situaciones toma decisiones determinadas que en tres
segundos pueden hacer que todo cambie para siempre.
Ya no sé cuántas veces me he sentido
atrapada en una racha de mala suerte, esos momentos en que todo lo que puede
salir mal, efectivamente sale mal. Es como si todo confabulara en contra de cada
paso que se da y uno está a punto de hacerse un baño de ruda o algo por el
estilo como último recurso y ciertamente como medida desesperada. Cuando me
obsesiona la idea de conseguir algo, aún ante ese panorama desolador decido con
firmeza obtener lo que quiero y me lanzo al vacío, sin mente. Ahí es cuando la
vida me ha mostrado que no todas las decisiones las tomo yo y que aunque a
veces las cosas salen bien, a veces simplemente no se dan por un cúmulo de
factores que se salen de mi control.
Hace ya un buen tiempo estuve
lamentándome por una serie de cosas que quería y no se dieron. Ocurrió en absolutamente
todos los aspectos de mi vida: afectivo, emocional, laboral e incluso
académico. Sufrí bastante porque esas obsesiones no me dejan en paz fácilmente
y nada, absolutamente nada salió bien. O al menos eso pensé en ese momento. Han
pasado creo yo unos dos años y muchas cosas cambiaron desde entonces, se están
abriendo caminos nuevos que jamás pensé que se darían y oportunidades que parecían
lejanas ahora son tangibles, básicamente académicas y laborales. Ayer mientras
almorzaba me quedé pensando que todo esto no sería posible de no ser por ese momento
de derrota en que todo parecía cerrarse y oscurecerse. Y es muy curioso porque
cada uno de esos factores que en su momento parecían un complot del universo en
mi contra hicieron una contribución para que ocurra lo que está pasando ahora.
No puedo evitar pensar en Alanis Morissete: “Well life has a funny way of
sneaking up on you when you think everything's okay and everything's going
right, and life has a funny way of helping you out when you think everything's
gone wrong and everything blows up in your face.”
Alanis tiene razón, solo que a
las respuestas hay que darles tiempo de aparecer.
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