Este año bailaremos acompañadas con
músicos en vivo, lo cual resulta increíblemente emocionante no sólo porque la
música se asimila mucho mejor así, sino también porque los ensayos con ellos nos
han permitido entender la música clásica egipcia. En general, mi amor por la
música no conoce límites, así como mi curiosidad, pero lo cierto es que jamás
me he sentado a aprender sobre ella de verdad, sobre tiempos, ritmo y armonías y
sobre quién sabe cuántas más cosas de las que quizás jamás tendré idea. Ni qué
decir de la música oriental, que dista bastante de la occidental, con instrumentos
que uno ni siquiera ha visto en la vida y estructuras tan cuidadosamente
pensadas y construidas para expresar algo que parece hallarse en un idioma tan ajeno
para nosotros como el árabe mismo.
Hasta el momento he aprendido los
movimientos y la técnica siguiendo coreografías, pero llegó la hora de
improvisar un balady, un tipo de danza clásico en el cual hay una orquesta
completa y un músico solista que improvisa mientras la bailarina improvisa con
él. Sí, yo sé que suena un poco hippie y que muchos van a decir - como yo lo
hice al principio - que eso es totalmente imposible y que seguro hay
coreografías o movimientos acordados por los dos para que ella entienda bien
cómo está tocando él bien sea el acordeón, el violín, el nai o el quanón. Pero
no. Es verdad que el músico improvisa y que la bailarina trata de comunicarse
con él de alguna forma para seguirlo, observando su expresión porque sí se
puede leer a la persona de esa forma, en especial cuando es un músico del cual
uno conoce su trabajo. Es como entablar una conversación, en la que uno espera
con paciencia la melodía y el cuerpo responde a ella con libertad, mientras él
observa para continuar tocando basándose en los movimientos que ve en la
bailarina. Alguna vez me dijeron que la bailarina trata de traducir al público
la música para que éste sea capaz de escucharla mientras la ve, que la
bailarina hace tangible el sonido a través del movimiento. Pero como todo
traductor, eso quiere decir que ella debe conocer a ciencia cierta qué es lo
que está escuchando y sobretodo, sentirlo como propio.
El reto comenzó con entender lo
que se escucha y es que tenemos el oído tan poco educado que no notamos ni una
quinta parte de todos los elementos presentes en la música. Ahora, es verdad
que el balady tiene un orden definido para guiarse: la pieza comienza siempre
con un taqsim, un solo de algún instrumento melódico que representa diría yo el
menor de los retos, porque a pesar de ser una improvisación, estás uno a uno
con el músico, puedes seguirlo sin interrupciones. La darbuka entra
posteriormente marcando un ritmo particular y reconocible (fue necesario un
curso de ritmología para reconocer ritmos orientales), lo cual es complejo porque
a los latinos la percusión suele dominarnos por completo y llevarnos hacia
donde vaya. En este segmento puede o no entrar la orquesta para añadir aún más
elementos y la idea es conservar la marcación de la percusión pero dando
protagonismo a la melodía. Viene una parte de pregunta-respuesta que puede
involucrar varios elementos y debe reflejarse en los movimientos. Finalmente,
la percusión literalmente explota marcando ritmos mucho más enérgicos y le
acompaña la melodía y la orquesta de forma más acelerada, el punto en el cual
la bailarina simplemente se mueve eufórica para finalizar simultáneamente con
la percusión.
Estamos en proceso de aprendizaje
y es difícil. Sin embargo, no es imposible. Es como si la música te llamara,
como si impulsara al movimiento sin esfuerzo, sin pensar. A veces me da pena o
me da miedo hacerlo mal, pero creo que hay que acostumbrarse a que ese espacio
de tiempo y ese sonido es solo mío y que puedo hacer con él lo que me plazca.
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