lunes, 15 de julio de 2013

Improvisemos

Escuchar es esperar, esperar es confiar y confiar es creer.

Este año bailaremos acompañadas con músicos en vivo, lo cual resulta increíblemente emocionante no sólo porque la música se asimila mucho mejor así, sino también porque los ensayos con ellos nos han permitido entender la música clásica egipcia. En general, mi amor por la música no conoce límites, así como mi curiosidad, pero lo cierto es que jamás me he sentado a aprender sobre ella de verdad, sobre tiempos, ritmo y armonías y sobre quién sabe cuántas más cosas de las que quizás jamás tendré idea. Ni qué decir de la música oriental, que dista bastante de la occidental, con instrumentos que uno ni siquiera ha visto en la vida y estructuras tan cuidadosamente pensadas y construidas para expresar algo que parece hallarse en un idioma tan ajeno para nosotros como el árabe mismo.

Hasta el momento he aprendido los movimientos y la técnica siguiendo coreografías, pero llegó la hora de improvisar un balady, un tipo de danza clásico en el cual hay una orquesta completa y un músico solista que improvisa mientras la bailarina improvisa con él. Sí, yo sé que suena un poco hippie y que muchos van a decir - como yo lo hice al principio - que eso es totalmente imposible y que seguro hay coreografías o movimientos acordados por los dos para que ella entienda bien cómo está tocando él bien sea el acordeón, el violín, el nai o el quanón. Pero no. Es verdad que el músico improvisa y que la bailarina trata de comunicarse con él de alguna forma para seguirlo, observando su expresión porque sí se puede leer a la persona de esa forma, en especial cuando es un músico del cual uno conoce su trabajo. Es como entablar una conversación, en la que uno espera con paciencia la melodía y el cuerpo responde a ella con libertad, mientras él observa para continuar tocando basándose en los movimientos que ve en la bailarina. Alguna vez me dijeron que la bailarina trata de traducir al público la música para que éste sea capaz de escucharla mientras la ve, que la bailarina hace tangible el sonido a través del movimiento. Pero como todo traductor, eso quiere decir que ella debe conocer a ciencia cierta qué es lo que está escuchando y sobretodo, sentirlo como propio.

El reto comenzó con entender lo que se escucha y es que tenemos el oído tan poco educado que no notamos ni una quinta parte de todos los elementos presentes en la música. Ahora, es verdad que el balady tiene un orden definido para guiarse: la pieza comienza siempre con un taqsim, un solo de algún instrumento melódico que representa diría yo el menor de los retos, porque a pesar de ser una improvisación, estás uno a uno con el músico, puedes seguirlo sin interrupciones. La darbuka entra posteriormente marcando un ritmo particular y reconocible (fue necesario un curso de ritmología para reconocer ritmos orientales), lo cual es complejo porque a los latinos la percusión suele dominarnos por completo y llevarnos hacia donde vaya. En este segmento puede o no entrar la orquesta para añadir aún más elementos y la idea es conservar la marcación de la percusión pero dando protagonismo a la melodía. Viene una parte de pregunta-respuesta que puede involucrar varios elementos y debe reflejarse en los movimientos. Finalmente, la percusión literalmente explota marcando ritmos mucho más enérgicos y le acompaña la melodía y la orquesta de forma más acelerada, el punto en el cual la bailarina simplemente se mueve eufórica para finalizar simultáneamente con la percusión.


Estamos en proceso de aprendizaje y es difícil. Sin embargo, no es imposible. Es como si la música te llamara, como si impulsara al movimiento sin esfuerzo, sin pensar. A veces me da pena o me da miedo hacerlo mal, pero creo que hay que acostumbrarse a que ese espacio de tiempo y ese sonido es solo mío y que puedo hacer con él lo que me plazca.

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