Había una ciudad bajo el océano.
Estábamos todos en una especie de búnker de vidrio gigantesco, con túneles y
habitaciones, algunas de vidrio y otras no. No era tan frecuente observar
animales grandes y de hecho la gente no los buscaba, porque aún cuando las
cosas son maravillosas, observarlas y vivirlas frecuentemente les arrebata la
magia, la curiosidad y se esfuma el interés. Sin razón aparente, íbamos a
diferentes lugares a ciertas horas del día, las cuales no eran tan reconocibles
porque siendo esta una estructura bajo el agua, lo único que podía observarse
como guía era un leve cambio en la intensidad de la luz bajo el agua que se
veía maravillosa por efecto de la refracción. No recuerdo ver algas, ni
animales grandes ni pequeños, solo la luz. Sentía una nostalgia infinita al
verla desde esa prisión de vidrio resistente en la que todo el mundo parecía
vivir tan feliz en unas eternas vacaciones, comiendo, jugando, riendo y hablando.
La música nos acompañaba la mayor parte del día y todos estábamos siempre en
grupo, nos dirigíamos a los mismos lugares durante el día juntos. De las
noches, no recuerdo nada, salvo por la ausencia de la luz, que me calaba en los
huesos y el alma y me hacía pensar solo en el momento en que apareciera de
nuevo para observarla incesantemente.
Llegó un momento en que me
obsesionó la idea de ver la luz desde la superficie y me pregunté cómo sería el
océano visto desde afuera. Por alguna razón tenía la imagen en la cabeza y me
dediqué a preguntar a los demás si no les gustaría salir del búnker, dejar de
hacer lo que por reglas intrínsecas cumplíamos y buscar otras cosas, ver otras
cosas. Nadie parecía interesado. Todos me escucharon, pero también me ignoraron
y dijeron que mejor me dedicara a pasarla bien, que no era necesario
complicarse la vida con algo que no se puede cambiar. Abandoné la idea un
tiempo, pero la luz no dejó de causarme curiosidad, entonces decidí salir a
buscarla sola. El lugar era muy curioso porque todos seguíamos una especie de
agenda, pero nadie nos obligaba. No había alguien que nos vigilara, nos
hablara, nos dijera qué teníamos que hacer, al menos no tangible pero igual,
todos obedecíamos sin preguntar. Encontré unas escaleras en un lugar alejado de
las habitaciones donde todos estaban. El trayecto era largo y respirar se hacía
cada vez más difícil, pero seguí en tanto pude resistirlo. Vi una escotilla a
lo lejos, lo que asumí sería la puerta que comunicaría el búnker con el océano
e imaginé lo que sería sentir el agua en la piel, esa que tanto tiempo nos
había rodeado, azul y cristalina. Cuando me iba acercando a la escotilla y el
túnel se hacía más estrecho pude ver que el agua no era el océano sino que estaba
empacada en botellas de plástico. No entendí nada. ¿Entonces todo lo que veíamos
era eso? ¿La difracción de la luz de la superficie no era a causa del agua sola
sino de esta extraña estructura de botellas apiladas? Me sentí profundamente
decepcionada. Luego desperté.
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