sábado, 14 de abril de 2012

Campo



Mi diploma dice bióloga… ¿y qué hace un biólogo? Algunos piensan que sabemos de memoria los nombres científicos y características de cuanto bicho raro existe, que somos unos hippies que adoramos a la madre tierra, otros piensan que vamos a nadar con los delfines para cuidar al planeta, otros piensan que no hacemos nada y lamentablemente una buena parte de la población no tiene idea de qué es la biología. Los biólogos hacemos investigación, fabricamos conocimiento (o eso nos gusta pensar, ya hablaré de eso en otro post) bien sea sobre un insecto o sobre el ser humano. Yo quería estudiar medicina y me arrepentí, no porque no me gustara el área clínica pero quería investigar en lugar de atender pacientes. Estudié biología y me uní a un grupo de biología celular, que trabaja en leishmaniasis y luego decidí trabajar con células madre. Adoro esto, me brillan los ojos cuando hablo del tema.

Por otro lado está la ecología que es de campo, que integra más factores, que contempla otras escalas y que poco me gustó durante el pregrado. Pero hubo una cosa que sí me gustó: las salidas de campo. Está bien, admito que yo jamás había ido a acampar, que tiene más habilidad un buñuelo que yo para sobrevivir en campo y que soy medio lenta para moverme en la naturaleza. Pero con tantas salidas, regaños y exigencias, aprendí y lo disfruté muchísimo. Hoy, tengo ganas de meterme al campo otra vez, de andar con botas, pantalones cómodos y blusas de manga larga y tela hindú, con una maleta en la espalda y bloqueador solar, caminando en medio de árboles y matorrales. Tengo ganas de encontrarme una cascada por ahí, de aprender los nombres de las familias de plantas, de caretear y ver todos los invertebrados que parecían tan distantes en segundo semestre, de recorrer el llano y seguir monos en los árboles, de encontrar ranas en estanques, de ver un peñasco en medio de un bosque de niebla, de descubrir el caminadero de algún roedor, de ver polillas más bonitas que sus primas las mariposas, de encontrar libélulas con alas tornasoladas y de caminar un monte chévere, de esos que lo hacen sentirse a uno vivo.

De todas las salidas de campo que tuvimos, el monte que más me gustó caminar fue el del Tayrona. El clima es fabuloso, no hay cortaderas ni cualquier otro tipo de plantas que le dejan a uno heridas en las piernas (una de esas incluso me cortó el pantalón en el valle del Magdalena alguna vez), no hay zancudos, no es un bosque tan cerrado (al menos en algunas zonas), los pulmones respiran un aire más puro y la vista es hermosa. El olor a campo, el ruido de algunos animales acompasado por el del mar, todo. Es maravilloso.

Yo disfruto mucho el laboratorio y no tienen idea de cuán feliz me hace volver. Sin embargo, también quisiera oxigenarme unos días, irme a campo, un campo como ese, ir al Tayrona, caminar, caretear, ver los bosques de octocorales, encontrar langostas, pulpos y arañas de mar, asustar los peces al sumergirse, que es divertidísimo. Quiero volver y espero que sea pronto.








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