Mi diploma dice bióloga… ¿y qué
hace un biólogo? Algunos piensan que sabemos de memoria los nombres científicos
y características de cuanto bicho raro existe, que somos unos hippies que
adoramos a la madre tierra, otros piensan que vamos a nadar con los delfines
para cuidar al planeta, otros piensan que no hacemos nada y lamentablemente una
buena parte de la población no tiene idea de qué es la biología. Los biólogos
hacemos investigación, fabricamos conocimiento (o eso nos gusta pensar, ya hablaré
de eso en otro post) bien sea sobre un insecto o sobre el ser humano.
Yo quería estudiar medicina y me arrepentí, no porque no me gustara el área
clínica pero quería investigar en lugar de atender pacientes. Estudié biología
y me uní a un grupo de biología celular, que trabaja en leishmaniasis y luego
decidí trabajar con células madre. Adoro esto, me brillan los ojos cuando hablo
del tema.
Por otro lado está la ecología
que es de campo, que integra más factores, que contempla otras escalas y que
poco me gustó durante el pregrado. Pero hubo una cosa que sí me gustó: las
salidas de campo. Está bien, admito que yo jamás había ido a acampar, que tiene
más habilidad un buñuelo que yo para sobrevivir en campo y que soy medio lenta
para moverme en la naturaleza. Pero con tantas salidas, regaños y exigencias,
aprendí y lo disfruté muchísimo. Hoy, tengo ganas de meterme al campo otra vez,
de andar con botas, pantalones cómodos y blusas de manga larga y tela hindú,
con una maleta en la espalda y bloqueador solar, caminando en medio de árboles
y matorrales. Tengo ganas de encontrarme una cascada por ahí, de aprender los
nombres de las familias de plantas, de caretear y ver todos los invertebrados
que parecían tan distantes en segundo semestre, de recorrer el llano y seguir
monos en los árboles, de encontrar ranas en estanques, de ver un peñasco en
medio de un bosque de niebla, de descubrir el caminadero de algún roedor, de
ver polillas más bonitas que sus primas las mariposas, de encontrar libélulas
con alas tornasoladas y de caminar un monte chévere, de esos que lo hacen
sentirse a uno vivo.
De todas las salidas de campo que
tuvimos, el monte que más me gustó caminar fue el del Tayrona. El clima es
fabuloso, no hay cortaderas ni cualquier otro tipo de plantas que le dejan a
uno heridas en las piernas (una de esas incluso me cortó el pantalón en el
valle del Magdalena alguna vez), no hay zancudos, no es un bosque tan cerrado
(al menos en algunas zonas), los pulmones respiran un aire más puro y la vista
es hermosa. El olor a campo, el ruido de algunos animales acompasado por el del
mar, todo. Es maravilloso.
Yo disfruto mucho el laboratorio
y no tienen idea de cuán feliz me hace volver. Sin embargo, también quisiera
oxigenarme unos días, irme a campo, un campo como ese, ir al Tayrona, caminar,
caretear, ver los bosques de octocorales, encontrar langostas, pulpos y arañas
de mar, asustar los peces al sumergirse, que es divertidísimo. Quiero volver y
espero que sea pronto.
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