Hace ya un buen
tiempo encontré una lista bien larga de títulos de libros por leer y discos
compactos por comprar que había escrito cuando estaba en primer semestre de la
carrera. La universidad es mi adoración - y creo que se nota - no porque sea la
Nacional, o porque me haya librado de una parranda de bobas que me la montaban
por no tener novio o porque haya empezado a estudiar lo que me gusta tanto,
sino porque independientemente de todo, la academia reúne un sinnúmero de
disciplinas interesantes. Mi área de trabajo y estudio es la ciencia, tan
exacta, tan psicorrígida, tan amante de las condiciones controladas, de los
experimentos, de los objetivos, de los controles, del método…igual a mí. Pero
ese lado tan psicorrígido que me caracteriza tiene una gran debilidad, un mundo
que yo no conozco muy bien: el arte. El arte en todos sus escenarios, la
pintura, la música, la danza, la
escultura, la literatura. Me resulta tan fascinante que he hecho listas como la
que menciono al principio para tratar de lograr una aproximación al menos.
Cuando comencé a
trabajar, lo primero en lo que me gasté la plata fue en la lista de libros y
discos. No la he terminado, pero sí adquirí una modesta colección de clásicos
literarios y mi música favorita. Irónico que la lente de mi grabadora se dañó.
Esas cosas pasan.
Comencé a leer
las obras que había comprado en cada espacio propicio que encontraba y me
encontré con un mundo gigante, un mundo de palabras, historias, personajes y
situaciones inimaginables. Ahora, cuando uno comienza a leer y a introducir en
sus conversaciones diarias las obras que conoce, aparecen personas que usted ya
conocía, que son sus amigos y que resultan tener una afinidad literaria
increíble, que usted no se imaginaba. Mientras leía Rayuela (tendré que
escribir todo un post con respecto a ese libro, por cierto) le comenté a una
amiga que estudia música mi impresión del libro. El tema nos dio horas de
conversación y terminó recomendándome otro libro, “Niebla” de Miguel de
Unamuno. Lo que me dijo me dejó intrigada y corrí a comprarlo esa misma semana.
Niebla es un libro
con un contenido filosófico que pasa suavecito, en medio de una situación que
resulta familiar para el lector. No es tan denso como otros que pretenden
cuestionar la vida, es más bien refrescante. Pero lo que más me llama la
atención es la actitud que emprende Augusto para rebelarse contra su creador,
el propio Unamuno, defendiendo su libre albedrío y su personalidad, su
existencia, su vida. Hay un punto del libro en que dudé de mi propia
existencia, en que Augusto encara con tal convencimiento al escritor que uno se
pregunta cuál de los dos existe realmente, si uno es apenas el sueño de alguien
o una pieza del destino que otro escribe. No sé si me siento identificada,
especialmente con la idea de retar la existencia del amo y señor de la
historia, no sé si se parece a mis opiniones frente a la existencia de un ser
omnipotente. Puede que me esté engañando o puede que tenga razón, de todas
formas no cambia mucho el panorama. A mí también me molesta la idea de ser el
instrumento de una historia cuyo autor es otro, pero me he dado cuenta que no
tengo la valentía de encarar - ya no a dios - sino a quienes me rodean. No he
tenido la determinación de tomar las riendas de mi vida, de hacer lo que
considero mejor, o simplemente lo que quiero. Este interminable vicio de
cambiar de verdugo me está cansando. Es hora de enfrentar sin temor a Unamuno y
todo el que se atraviese. Eso ya hace parte de mi historia personal, de mi
forma de ser. De todas maneras, el objetivo de este post es invitarlos a leer
Niebla, a ver qué pueden sacar de ahí. Tal vez mucho, tal vez nada, eso depende
de cada uno.
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