martes, 31 de julio de 2012

Meant to be...learn to be


Mafe y yo nos fuimos hace un par de días a un bar-restaurante del Park Way donde venden una cerveza buenísima. Siempre le digo Monasterio, pero se llama Apóstol. Aprovecho para recomendarla porque en especial la roja (Dubbel) es deliciosa. Terminando la propaganda, continúo.
Mafe y yo por pura casualidad, vivimos historias similares en los mismos momentos: terminar con novios con quienes llevábamos mucho tiempo, estar felices y tranquilas solas, regresar inexplicablemente con ellos y terminar de nuevo. Lo curioso es que todo eso nos sucedió simultáneamente cuando ni siquiera nos hablábamos mucho, pero aparentemente el contexto - o la vida, quién sabe - nos unieron, lo cual ha sido bastante fructífero.

Estuvimos hablando bastante ese día, esta vez no sobre los ex sino sobre la forma de amar, o sobre el amor en general. Muy a pesar de mi falta de emoción hacia escribir cartas o dedicar canciones, debo admitir que una parte de mí conserva aún esa idea de cuento de hadas sobre almas gemelas, sobre ese ser especial que debe andar por ahí y que es un perfecto complemento para mí. Mafe y curiosamente un par de amigas más están en ese momento en que se preguntan (y me preguntan a mí, de paso) si encontrarán algún día a ese hombre perfecto para ellas. En medio de mi actual idealismo al respecto, yo respondo que sí, que hay que esperar, dejar de buscar y calmarse, lo único realmente necesario es la confianza en uno mismo y la tranquilidad porque eso sí, mientras más se obsesionen con buscar menos van a encontrar. Pero ese día Mafe me dice que está reevaluando esa idea y que comienza a pensar que tal vez eso no existe y que en la vida nos dedicamos a “aprender a amar”. Me quedo en silencio, yo había considerado el aprendizaje en el amor como una experiencia exclusiva con cada pareja que por supuesto enseña lecciones aplicables a futuro en otras relaciones, pero también tiene unas particularidades que hay que volver a aprender en cada ocasión. Ella menciona que las relaciones transitorias vienen siendo una especie de entrenamiento para que algún día, cuando la técnica esté perfeccionada, cuando se haya aprendido lo suficiente, cuando uno se conozca bien, aparezca alguien que no necesariamente está seleccionado por la vida, por la magia o por alguna mano invisible sino que justo en ese momento y tras recorrer un camino igualmente pedregoso pero productivo, tuvo la fortuna de encontrar alguien que había aprendido tanto como él.

Si soy honesta, a mí me gusta la idea del “meant to be”…no necesariamente preseleccionado por un ser supremo, pero sí una persona que casualmente comparte gustos, formas de pensar o que sin importar como sea, hay una compatibilidad con uno mayor a la que tienen otros. Sin embargo, llego a pensar que eso puede no ser suficiente, que Mafe tiene razón y es necesario aprender bastantes cosas antes de incursionar en una aventura de alta envergadura con una persona, incluso si es “el elegido”.

Este post no tiene ninguna conclusión: no sé. Me quedo de nuevo con mi idea de cuento de hadas, porque me gusta, pero no sobra añadirle un toque de realismo.

martes, 24 de julio de 2012

La sonrisa del gato de Chesire


La sonrisa del Gato de Chesire

-       Por favor, ¿podría decirme qué camino debo tomar?
-       Eso depende, en buena parte de a dónde quieras ir.
-       No me importa mucho…
-       Entonces, no importa qué camino tomes.

Alicia en el país de las maravillas apareció en mi vida en forma de película cuando era una niña y al principio no me llamó la atención porque no era de princesas. En medio de todas las demás historias de Disney, que hablaban de reinos, de castillos, de brujas, de príncipes azules y de princesas con belleza sin igual, Alicia era una historia rara. Pero cuando la vi, me gustó, me gustaron las mariposas con alas de tostadas, las flores parlantes, la oruga extraña y más que nada, el gato de Chesire.

Cuando cumplí 9 años, mi papá me regaló una edición de pasta dura de Alicia en el país de las maravillas y comencé a leerlo muy emocionada. Era una especie de jaula de locos en la que estaba encerrada una niña que no tenía idea qué hacer. El gato, en medio de su actitud extraña parecía ser el único medianamente cuerdo en toda la historia o al menos el único que podía explicarle a una persona que llega por primera vez a ese lugar cómo funcionan las cosas. Siempre aparecía en momentos decisivos, siempre discutía de cosas que aparentemente no tenían mucho sentido pero resultaban importantes y lo más interesante, siempre parecía saber algo que ni Alicia ni uno como lector podía sospechar. Creo que por eso me llamó tanto la atención, además de su rasgo tan característico: desaparecer, dejando la sonrisa.

Estos días la luna parece una enorme sonrisa plasmada en el cielo negro de la noche, libre de nubes y estrellas. Como he salido tarde del laboratorio, he podido observarla detalladamente. Me recuerda a la sonrisa del gato de Chesire y no sé por qué me llena de una enorme alegría.




domingo, 22 de julio de 2012

Déjese invitar o deje de quejarse


Cuando yo tenía unos quince o dieciséis años vivía quejándome porque ningún tipo “me caía”. De la forma en que yo veía el mundo, todas mis amigas y compañeras tenían novio o pretendiente, normalmente más de uno, pero yo ni lo uno ni lo otro. La realidad no se ajustaba exactamente a eso pero en medio de mi crisis adolescente, el mundo era más gris que rosa. Ahora, no puede negarse que yo tengo una habilidad innata para volverme la mejor amiga de los hombres, pero eso dejó de molestarme hace mucho tiempo. Sin embargo, el punto no es volver a mis traumas de colegio, sino algo muy curioso que he observado en la mayoría de mis amigas a lo largo del tiempo, algo que no ha cambiado desde que teníamos quince años.

Nuestra cultura se caracteriza por la queja, nos quejamos por todo y no hacemos nada al respecto. Aunque nos duela, las mujeres nos quejamos aún más en especial por lo relacionado con el aspecto físico. En esa época de quinceañera en la que yo vivía quejándome porque “nadie me echaba los perros” me invitaron una vez a una fiesta en la casa de una amiga: la oportunidad perfecta para observar si efectivamente, nadie en absoluto se fijaba en mí. Resulta que mi hipótesis se desplomó porque tan pronto llegué, se sentó a mi lado un tipo cuyo nombre no recuerdo, con pinta de rapero y comenzó a conversarme. Evidentemente, estamos hablando de una fiesta de adolescentes hormonales que andan buscando víctima cual leopardo en sabana africana, por lo cual este hombre comenzó a preguntarme si tenía novio, que era muy bonita y toda esa palabrería barata que algunos siguen usando. Bailamos, me trajo algo de tomar, muy caballero él pero no, no me gustaba. Trató de impresionarme con rap, con poesía y en fin, ya no me acuerdo con cuántas cosas más pero sí que fueron muchas a tal punto que me terminó fastidiando terriblemente. Huí hablando toda la noche con un amigo de la época porque quería quitarme de encima al intenso. Terminé quejándome porque “qué pereza ese tipo que me estaba cayendo”. Viéndolo unos años después, me quedé pensando: ¿y al fin qué? ¿Te quejas porque no te caen y cuando te caen también? ¡No jodás, Diana, decídete! 

Mi vida transcurría entre la queja por no tener novio y la queja porque los que me caían no me gustaban, todo un drama digno de serie de MTV. Pero luego, me di cuenta que cuando uno conoce un hombre tiene dos opciones: o le gusta o no le gusta. Y tiene dos opciones adicionales: el tipo le “echa los perros” o no. Las combinaciones pueden darse de muchas maneras, la que más se repite es en la cual a uno no le gusta pero uno sí le gusta al tipo y nada, él la invita a salir, le pide el teléfono, etc. La pregunta es: ¿por qué molestarse? ¿Por qué quejarse? Siempre y cuando el tipo no sea un asesino en serie que la va a dejar botada en una zanja, no hay lío con hablar con él, incluso salir y si hace alguna propuesta, se deja claro que uno no está interesado. Así de simple. Si uno ya tiene más de 18 años, no veo el problema con aclararle a un hombre los límites o ceder ante la conquista en caso que le guste. Usted ya no se va a comer el cuento de la casa de la tía, no va a pasar nada que usted no quiera y si se llena tanto de traumas puede perderse de conocer gente muy divertida. Ahora, no estoy diciendo que le acepte invitación a salir a cuanto aparecido se le cruce en frente, o que ponga cachos, nada de eso. Simplemente, si conoce a alguien que es buen conversador y la hace reír y la invita a salir, ¿qué pierde con intentarlo? Tampoco irse de levante de bar en bar, pero si es un referido o medianamente conocido, puede ir con confianza. Tranquila, a diferencia de nosotras, ellos no se construyen un video de matrimonio con una vieja que simplemente les gusta, solo es eso, les gusta o les cae bien y la invitan a salir, cálmese. En caso que definitivamente no quiera salir con él, al menos deje de quejarse tanto. Sería más triste si en serio, en serio, nadie la volteara a mirar.

Se acabaron los quince años pero la mayoría de las mujeres siguen igual. Quejas porque sí, quejas porque no, porque no tiene novio, porque no la miran, porque la miró ese en el que no está interesada, porque imagínate ese tipo pidiéndome el teléfono, porque no quiero darle falsas esperanzas (esa es la más graciosa de todas). Tomemos las cosas con calma, dándoles la dimensión que se merecen. Abandonemos los videos que así se vive mejor y sobretodo, dejemos de buscar mensajes subliminales en todas partes. Pero sobretodo, si nos vamos a quejar tratemos al menos de ser consecuentes.

viernes, 20 de julio de 2012

Taxonomía Musical


Todos los años en el colegio celebrábamos el festival de la canción en inglés. Teníamos que participar obligatoriamente en una especie de eliminatorias por salón pero yo no tenía grupo (¡qué novedad!). Pasé por absolutamente todos los que se habían formado, me aprendí las canciones de todo el mundo y terminé en uno que iba a cantar y bailar “Hit me baby one more time” de Britney Spears. Era la época de Britney Spears, Spice Girls, Christina Aguilera, Backstreet Boys…yo me sabía absolutamente todas las canciones de todos ellos y qué vamos a hacer, aunque muchos digan que el pop es una porquería, que no tiene identidad, que esos ni siquiera son artistas de pop respetables y en fin, tantos comentarios negativos hacia ellos, a mí me gusta y eso no va a cambiar. Tengo incluso CDs originales. Si no le gusta, bien pueda conformarse o hablarme. Así de simple.

Mi contacto con el rock comenzó mucho más adelante, por una amiga fanática hasta la muerte de Nirvana y Coldplay, que por cierto odiaba el pop. Grave problema porque a mí me gustaba todavía pero en mi recién iniciada aventura rockera decidí callar esa parte de mí que disfrutaba del ritmo del pop y despotricar de él hasta más no poder, diciendo que no tenía la profundidad de las letras, la calidad de los instrumentos, el sentimiento del rock y quién sabe cuántas más cosas. Me acuerdo mucho que alguna vez en el colegio sonó Lithium de Nirvana y luego el Ragga Ragga lo cual nos indignó enormemente. ¿Cómo era posible que semejante porquería sonara después de Cobain? El desprecio por el pop continuó en la universidad, donde mis compañeros, “prestigiosos rockeros” consideran que el pop es una basura. Pero un día, decidí dejar de engañarme a mí misma y aceptar que me gusta. Como viví la historia del “boom” del pop decidí también aprender sobre las clasificaciones del rock, pero eso me llevó a un callejón sin salida.

Uno escucha por ahí gente diciendo que el indie poco le gusta, que es mejor el clásico, discutiendo sobre los padres del grunge, hablando del mensaje del punk, en fin, miles de nombres que en teoría deben estar refiriéndose - suponía yo - a un cierto patrón de letras, de instrumentos, de ritmos, tiempos y otras características musicales que yo no entiendo. Quise saber exactamente cuáles eran.

Sin embargo, ese intento de clasificación cuadriculada de la música es algo bastante similar a la taxonomía en biología. Hemos intentado clasificar los organismos de muchas maneras, lo cual es necesario para comunicarnos y romper las barreras del idioma. Se han asignado varios niveles de clasificación: especies, géneros, familias, órdenes, clases, phyla, reinos y dominios y pretendemos agrupar los organismos de acuerdo con sus características comunes. Comenzaron con características observables y vamos en las genéticas porque irremediablemente siempre aparece más de uno que no cuadra en ningún lado y entonces hay que dejarlo en familias como la Euphorbiaceae, que terminó siendo un costal de dicotiledóneas varias o para hacerlo más cercano, el reino protista donde hay mil y un organismos con poco en común salvo por ser unicelulares. Es cierto que tenemos que clasificarlo para universalizar el conocimiento, pero es cierto también que la vida cambia constantemente, sufre mutaciones, aparecen estructuras, se adapta, es completamente plástica. Y recientemente tengo la impresión que sucede algo parecido con la música.

Voy a tomar como ejemplo a Coldplay. Aparece Parachutes y a la gente le gusta… ¿y eso que viene siendo? ¿Rock? ¿Pop? No, digámosle “rock británico”. Pero entonces aparece en el panorama Viva la Vida, que suena diferente al resto de la discografía hasta ese momento y todo el mundo se queja porque no es como Parachutes y tratan de clasificarlo de nuevo. “Es que ahora tiene ritmos electrónicos, además ya no suena como Coldplay”. (Nótese mi fastidio al respecto). Vamos a ver: una banda compone canciones y es capaz de imprimirle un estilo propio. Sin embargo, no pueden seguir sacando con el transcurso de los años un montón de álbumes idénticos al primero, entonces, modifican ligeramente su estilo, hay que innovar. La música también es plástica, está en constante cambio, evoluciona. Clasificarla puede resultar útil para entender algunas cosas, pero finalmente, si es una de las múltiples expresiones culturales de la sociedad, es de esperar que cambie con el paso del tiempo, con la situación social, con la región geográfica, con la política, la economía, la moda, la gente. Decidí hacer algo más productivo y leer “El ABC del rock” de Manolo Bellon, porque hace toda una reconstrucción histórica desde que Alan Freed decidió bautizar un derivado del R&B como Rock ‘n roll. En algún momento hablará también del pop, que viene siendo un costal de muchas cosas difíciles de caracterizar.

Tengo la impresión que al iniciarse en algo - y particularmente en el rock - uno tiende a desvirtuar todo aquello que no se ajuste, como el pop y viéndolo bien, no tiene sentido. ¿A quién le afecta que yo tenga en iTunes música de Britney Spears y de Led Zeppelin? ¡Dejemos atrás tanta pendejada!

miércoles, 18 de julio de 2012

Al diablo la sociedad


No sé si es que últimamente he tenido mucho tiempo o si he vuelto a mis viejas andanzas filosóficas pero me encuentro en un serio conflicto con nuestra sociedad. Yo aprendí a analizar a los seres humanos desde la biología, como especie, pero es innegable que la cultura, siendo producto del trabajo intelectual del mismo conduce a otros rumbos que no pueden regirse bajo leyes naturales. El ser humano es un organismo complejo, la cultura que ha creado lo es más aún y ésta, la nuestra, en la que vivimos tiene unas particularidades de las que francamente ya no sé qué pensar. Son tantas las ideas, tan inconexas pero tan relacionadas al mismo tiempo, que voy a aventurarme en la tarea de explicarlas con palabras aún bajo la posibilidad de fracasar irremediablemente, pero creo también que es necesario o de lo contrario voy a estallar.

En primer lugar, he estado buscando información en epidemiología y salud pública y estoy aterrada por la incidencia de desórdenes alimenticios en la población. También informes de ortopedia con respecto a los tacones de 15 centímetros y su efecto en el tobillo y en el tarso. Aparece de nuevo mi repudio hacia ese ideal de belleza que hemos construido, hacia ese modelo que tratamos casi intuitivamente de seguir a costa de lo que sea y me parece increíblemente absurdo no sólo por la imagen en sí sino por la uniformidad a la que conlleva. A la larga, lo que termina sucediendo es que todos lucimos iguales, perseguimos los mismos objetivos superficiales y nos obsesionamos con las mismas pendejadas. No voy a rematar con el discurso contrastante de “hay problemas más serios” porque aunque eso sea cierto, me parece que el surgimiento de “clones” termina siendo una cadena que nos amarra y evita la libre expresión de la personalidad. Es curioso, porque a la larga no existe un listado de cosas que sean atractivas o correctas ante nadie, es una armadura autoimpuesta y nos hemos obsesionado a tal punto con ella que sacrificamos todo cuanto sea posible para alcanzarla.

En ese orden de ideas, la libertad de expresión termina siendo imaginaria, está inmersa en un patrón que lo aparenta ser porque recurre al desenfreno, a lo físico, a lo puramente instintivo, pero dentro de unos parámetros claramente establecidos…el problema es que no los vemos. Y entonces, andamos por ahí, caminando tranquilos sin preguntarnos por qué la sociedad funciona como lo hace y si estamos perdiendo de vista lo realmente importante. Vivimos convencidos que podemos hacer lo que queramos pero no es cierto, estamos todos bajo un régimen que no me queda del todo claro pero que ofrece cualquier cosa excepto libertad. Entre hacernos esclavos de la imagen y el temor a la muerte, estamos dominados, pero a la larga no creo realmente que haya una cabeza maestra que esté planeando todo eso sino que es una “mano invisible” que fluye, que se mueve, que revuelve todo y nadie entiende por qué. El mundo está convulsionado por todas partes, económica, política, socialmente y nosotros parecemos un montón de gallinas corriendo en diferentes direcciones sin saber exactamente qué perseguir, pero algo banal en todo caso. No es la primera vez que sucede, pero sí parecería la primera vez que la población no se agarra de uno de los tantos motivos que podría tener para luchar y levantarse sino que se queda ahí, quieta, quejándose de lo terrible que es todo pero sin hacer nada, convirtiéndolo en un círculo vicioso del que nos va a quedar bien difícil salir. No sé si es que nuestra cultura es la de la queja, como en Twitter, donde algunos defienden “opiniones” con argumentos pobres y que a la larga no solucionan nada, solo hacen insoportable leer un rosario de lamentos.

Tampoco somos capaces de unirnos en nada porque la violencia ha permeado cada rincón de la sociedad, nos declaramos guerra por ser de diferentes razas, universidades, regiones, países, por tener diferentes creencias, profesiones, por cualquier cosa. Luego nos indignamos pregonando una moral que no tenemos, lo cual es bastante irónico, porque significa que tenemos la respuesta para llevar una mejor sociedad: aceptar y escuchar opiniones diferentes a las nuestras pero seguimos con la instintiva costumbre de imponer las nuestras y censurar las de otros. Ni siquiera el nacionalismo barato que abunda da una razón para derrumbar muros.

Es patético, que fastidio. Lo peor es que uno ni siquiera sabe qué camino tomar, irse por la onda existencialista y odiar al mundo, tratar de imponer lo que uno piensa, intentar una reacción viral de la idea de aceptar pensamientos de otros…no hay camino porque una sola golondrina no llama agua y las otras parecen estar muy ocupadas en cosas superfluas mientras otros nos mueven como fichas de ajedrez (como la única canción de Shakira con algo de contenido, Octavo Día). Y es que eso es lo peor de todo. ¿Si hay alguien detrás de todo esto? ¿o es la misma sociedad, es el rumbo que ha tomado? Llegué con el idealismo del siglo a enseñarle a pensar a mis estudiantes para darme cuenta que esa bruma ha llegado a la población más joven. No hay culpa, es lo único que conocemos. De pronto es una teoría de conspiración loca que me inventé yo, no sé. En todo caso, me declaro completamente fastidiada.

No me resta más que recurrir a mi refugio incondicional: la música.

domingo, 15 de julio de 2012

Síntesis de Virus


El título de mi tesis de pregrado fue “Implementación de un Sistema Lentiviral para la Transducción e Incorporación Efectiva de constructos de DNA en la Línea Celular U937”. Suena bastante complejo, en realidad fue un proceso de estandarización, porque habíamos tratado de silenciar genes en los monocitos U937 y no lo habíamos logrado de ninguna manera. ¿Para qué? La forma de verificar siempre si una proteína tiene una función relevante en algún proceso biológico es silenciarla (manipulamos la célula para que no la exprese más y observamos qué pasa) y sobre-expresarla (manipulamos la célula para que exprese grandes cantidades de la proteína blanco y observamos qué pasa). El proceso hacía parte de un proyecto grandísimo que todavía está en curso y varias personas del grupo habían intentado ya incorporar un constructo de ADN en los monocitos. Esa fue mi tesis, sin silenciar, sin sobre-expresar, solo modificarlas efectivamente y ver que no se murieran. Estas células en cultivo son bastante susceptibles.

El proceso de incorporar ADN a una célula se llama transfección, hay diversos métodos y funcionan con alta eficiencia para algunos tipos celulares. Cuando se realiza en bacterias se llama transformación. La manera de comprobar si la transfección tiene éxito es utilizando un gen reportero, esto es, una secuencia de ADN que codifica para una proteína fluorescente llamada GFP. Si después de unos días de la transfección las células brillan, se mide la eficiencia y si esta es alta, se implementa esa metodología para utilizar con el gen de interés. Sin embargo, estas células literalmente no aceptaban el ADN, la máxima eficiencia que se obtuvo con varios métodos fue del 3%...nada. Evidentemente, en este caso fracasamos olímpicamente. Mi director dijo entonces que la única manera sería utilizar virus. Ahí se decidió que esa sería mi tesis.


Los virus que utilizamos son lentivirus, una subfamilia de los retrovirus, como el del VIH. Y bueno, ¿qué es un virus? ¿está vivo o no? Esa pregunta no tiene respuesta “oficial”, a mis alumnas se les enseña que no en el colegio, pero lo cierto es que los virus - así como los priones - son un punto intermedio extraño y difícil de explicar. Un virus NO es una célula, no tiene núcleo, ni organelos, pero sí tiene información genética y una cápside de proteína para protegerlo y algunos incluso se “roban” la membrana celular de la última célula que infectaron. En ese caso, el objetivo es usarla como un disfraz, sirve para engañar al sistema inmune que podrá detectar la membrana como parte del organismo y no lo atacarán. El material genético puede ser ADN o ARN, codifica entre otras cosas para las proteínas de la cápside y para poder expresarse, debe aprovecharse de la maquinaria que tiene una célula normal, por eso las infectan.

Los retrovirus llevan su información genética como ARN y una enzima que es capaz de retro-transcribirlo a ADN. Una vez dentro de la célula ocurre la retro-transcripción y el ADN que resulta se incorpora en el genoma de la célula hospedera, permanecerá ahí siempre. Por eso el VIH se presenta en las generaciones posteriores. Los lentivirus funcionan de la misma manera, por lo cual si queremos incorporar ADN de manera estable a una célula, son una excelente opción.

Así las cosas, la manera de sintetizar los lentivirus es bastante fácil. Tengo dos o tres constructos de ADN (llamados plásmidos) que codifican para las proteínas estructurales (es decir, las de la cápside) y para la transcriptasa-reversa entre otras cosas (el kit se compra, vienen así aunque hay muchas opciones y uno debe saberla elegir), además de un plásmido adicional que tiene mi gen de interés. Utilizo esos tres plásmidos para trasfectar unas células adherentes, que reciben fácilmente el procedimiento y ellas serán mi “fábrica de virus”. Esas células expresarán como proteína los dos primeros plásmidos conformando la cápside y replicarán el tercero dejándolo como el ARN que irá dentro de esas cápsides. Los virus ya formados salen al medio, el cual colecto en varios momentos dentro de las 96 horas posteriores a la transfección. Finalmente y lo más pronto posible, utilizo esos virus para infectar la línea celular que me interesa, para el caso de mi tesis las U937. En ese momento, logré una efectividad del 40%, pero el grupo siguió trabajando y hoy en día conseguimos el 100%. Ya con eso, podemos avanzar para silenciar o sobre-expresar un gen de interés. Y bueno, suena más sencillo al narrarlo, pero experimentar tiene sus pormenores. Ahí vamos.

miércoles, 11 de julio de 2012

Es mejor al Natural


Le tengo la guerra jurada a mi rebelde cabello desde hace ya mucho tiempo. Cuando tenía 12 años era perfectamente liso pero después, se me desordenaron los puentes de hidrógeno y formaron un híbrido que no es ni liso ni crespo y siempre lo he detestado. He intentado aplacarlo con secador, con plancha, encresparlo a punta de shampoo y crema de peinar, eso sí sin llegar a los costosos y riesgosos tratamientos permanentes de los que tanto hablan. Hace un tiempo decidí dejarlo así, a su voluntad, alisándomelo de vez en cuando en ese sitio barato que hay por la carrera 24 con 45, cerca a la universidad cuando quería verme arreglada y recogiéndolo la mayor parte del tiempo, sobretodo porque cuando uno está en el laboratorio, es regla general.

Mis alumnas - todas con el pelo largo hasta la cintura y liso - me han dado miles de millones de fórmulas para que crezca, para que coja forma, para alisarlo, para todo. A mí la verdad me da pereza hacerlo, porque sé que no va a resultar por lo cual me rindo antes de comenzar y me siento a quejarme por el cabello horroroso que tengo mientras envidio el de las demás (como todas, pero por si alguna no lo hace, entonces hablo por mí). Mientras tanto, mi amigo Iván, vive aburrido de repetirme todo el tiempo y desde que nos conocemos “que no joda tanto y lo deje libre, que así es bonito”. Yo, como solemos hacer las mujeres, lo ignoro y le hago caso a los consejos y/o quejas de mis amigas que se encuentran en la misma situación porque el pelo es liso, crespo, largo, corto, negro, azul, verde, en resumen por cualquier cosa.

Vivimos deseando lo que no tenemos y envidiando a quienes si lo tienen. Ellos, a su vez viven deseando lo que no tienen y lamentándose por lo que sí, probablemente inocentes de que hay otros que los envidian. Supongo que es exactamente igual para temas más trascendentales. Pero por ahora, discutamos lo del cabello.

Estuve hablando con Paola, la novia de uno de mis mejores amigos. Ella tiene el pelo negro y liso, muy bonito, ese que yo siempre quise pero nunca tuve. No sé por qué llegamos al tema del cabello y nos reímos un buen rato porque ella me contó que siempre quiso tenerlo crespo y más claro. Se hizo alguna vez una permanente con consecuencias nefastas y dijo que el papá estaba de muy mal genio porque “la niña tiene el pelo lacio y así es que se ve bien”. Exactamente las mismas palabras decía mi abuelo - según me cuentan - cuando mi tía se mandó maquillar y alisar el pelo (ella sí que es crespa) para el grado. Iván me regaña siempre bajo el mismo argumento.

Yo sé que debo tenerlos secos con mis posts sobre seguir estereotipos de belleza, pero hombre, esto de aceptarse es más largo y pedregoso - aunque proporcionalmente gratificante - de lo que pensé. Hace poco decidí que voy a dejar de esconderme tras una cortina de pelo alisado a la fuerza y que lo voy a dejar como está, lo cual tuvo buenos resultados. Supongo que también influye el cambio de actitud, pero descubrí en todo caso que el look medio despeinado y al natural tiene buena acogida ante el público masculino. Incluso lo dije en Twitter. Ahora que caigo en cuenta, las mujeres siempre escuchamos los consejos de belleza de otras mujeres porque creemos saber lo que piensan los hombres. Supongo que es hora de escuchar a los hombres, porque ellos sí saben con certeza qué es lo que piensan.

lunes, 9 de julio de 2012

El Retrato Maldito


“Un tipo tiene un cuadro que envejece por él”…ese era todo mi referente del Retrato de Dorian Gray y la verdad sea dicha, no esperaba encontrar mayor profundidad en la única novela de Oscar Wilde. Confieso que ante las polémicas de belleza y juventud eterna guardo cierto recelo - por no decir rencor - así que me imaginaba algo más superficial, más banal. Sin embargo, encontré hace no mucho una edición de Porrúa en la cual aparecían varias obras en prosa de Wilde, incluyendo El Retrato de Dorian Gray. Decidí comprarla porque está también El Fantasma de Canterville, lo leí cuando estaba en el colegio y lo vendí al año siguiente o lo cambié por otro en el centro, no estoy segura, pero siempre me gustó y años después me arrepentí de deshacerme de él.

El primer título que aparece es El Retrato y en mi loca obsesión por mantener el orden espacio-temporal de todo (ya se imaginarán el reto que fue leer Rayuela en desorden) decidí comenzar por él aún cuando la idea no me mataba del todo. Resultó que tal como lo recordaba, Wilde tiene una forma de escribir que lo engancha a uno fácilmente y que además, la novela es todo lo contrario a lo que pensé…me equivoqué.

Hay muchísimas cosas que me han llamado la atención del libro, incluso unas que me han causado un conflicto personal bien interesante. En primer lugar, la relevancia que le dan a la belleza y la juventud al inicio, básicamente las ideas de Lord Henry, que de hecho construye una idea parásita en un Dorian joven y desprevenido, inconsciente de lo que su aspecto puede brindarle en una sociedad que gira en torno a la belleza observable y superficial. Lord Henry ha despertado en mí amores y odios, es como una realidad chocante, una de esas personas que no se calla lo que piensa ni la forma en que ve la sociedad aún cuando resulte desalentador o conflictivo para los idealistas que quieren sembrar otra perspectiva. Así las cosas, es enfático en la importancia de la belleza, en la mentira que representa eso de “la belleza es interior”, puede sonar cruel y despiadado y lo que más curiosidad me causa es que vive intensamente (o al menos eso hace pensar) argumentando que siempre terminamos cediendo ante las tentaciones y que si no lo hacemos nos arrepentimos porque no explotamos la vida que es bien corta.

Dorian es un joven realmente bien parecido, hermoso, angelical. Efectivamente, el retrato envejece por él como todos sabemos, pero lo que más me sorprendió es que el cuadro no solo cambia por el paso del tiempo sino que también refleja el peso que lleva en el alma este personaje. Todo lo que haga, todo lo que su consciencia tenga que cargar, todo lo que le suceda y la forma en que reacciona, se evidencia en el retrato. Y es entonces cuando me pongo a pensar - en medio de la marea de ideas locas que se me han ocurrido leyendo este libro- que sería una maldición tener en frente algo que le recuerde a uno todo el tiempo si ha sido cruel, desconsiderado, grosero, en resumen, que lo torture a uno con cada mala acción que ha cometido porque es inevitable. Dorian tuvo que esconder el cuadro y hasta ahí voy, porque quise escribir esto sólo con las ideas que me atropellan hasta el momento. De todas maneras, es un libro que recomiendo, especialmente por la situación social que estamos viviendo, por los ideales que perseguimos y los modelos que hemos fijado en pedestales. Ya veremos qué más sorpresas tiene, porque de seguro serán muchas.




sábado, 7 de julio de 2012

Música


El ejercicio comenzó a principios de este año, porque resulta que he llegado al nivel intermedio III de danza árabe y en este punto ya hemos terminado de aprender las técnicas de movimiento y de escuchar pop turco para pasar al folklore y al clásico egipcio. Primero es rarísimo porque esas canciones duran mucho más tiempo, tienen instrumentos que uno jamás ha oído en la vida y sí que están alejadas de los ritmos occidentales. La música árabe se popularizó hace algunos años por Tarkan y otros artistas que incorporaron elementos más familiares para nosotros además de los orientales. Entonces, uno escucha Simarik (la canción de los besos, se tienen que acordar) y lo puede bailar sin esfuerzo en una rumba porque el ritmo lo llama. La música folklórica y clásica egipcia son bastante diferentes, la primera es la expresión cultural de varios pueblos principalmente nómadas, con creencias religiosas diferentes a las nuestras, con formas de pensar diferentes y con instrumentos artesanales mientras que la segunda es mucho más estilizada, tiene muchos instrumentos (como si uno estuviera escuchando una filarmónica) por lo general no hay voces pero extrañamente, si uno logra aprender a escucharla, transmite tanto mensaje como cualquier letra profunda.

Ahora, el problema comenzó cuando la maestra nos dijo que este año vamos a estar pendientes de la ejecución, pero también del “sentir”. Nos reímos al principio y creo que es por algo que me causa mucha curiosidad: a pesar de ser latinos y autodenominarnos un pueblo lleno de “sabor” y ritmo, tendemos a desvincular la música de la danza. Supongo que el reggaeton es un buen ejemplo, el ritmo base de la mayoría - sino todas - las canciones es exactamente el mismo, por lo cual lo bailamos igual todos y todo el tiempo. El sabor y el ritmo no son necesariamente cuánto mueve uno la cadera o qué tan sugestivos son los movimientos que hace, sino si realmente sigue la música. Con la salsa sucede bastante también, uno baila con un tipo que sabe los pasos básicos pero parece que no escucha la música porque va a su propio ritmo imaginario mientras la música coge por otro lado (no son todos, pero sí hay muchísimos).

Las primeras clases fueron de escuchar, no bailamos nada, solo nos sentamos a escuchar música principalmente de Hossam Ramzy, uno de los más importantes exponentes de la música egipcia, famoso por los cover que hace de canciones clásicas. El principio básico de la danza clásica egipcia es - como ya lo había escrito en otro post - dibujar el sonido con el cuerpo…pero para hacer eso, evidentemente hay que escuchar y sentir el mensaje que transmite. La música ajusta de manera milimétrica con la danza, la darbuka (percusión) se marca enérgica con la cadera, el acordeón con movimientos ondulatorios, la flauta nei con los brazos, el violín, el laúd y los instrumentos de cuerda en general con vibraciones…no son necesariamente reglas, sino que el cuerpo se mueve automáticamente. Ahora, escucharlos para bailarlos ha sido todo un reto.

Ahora que medianamente lo he logrado, decidí aplicar el mismo principio a otros géneros musicales y uno encuentra cosas maravillosas. Escuchar una canción requiere de toda la atención, de dejar alerta los sentidos, de tener la mente abierta…suena muy místico, lo sé, pero creo que no le damos suficiente relevancia, nos gusta por el sonsonete, o porque es bailable o porque está de moda, pero no por razones de fondo. Y no es que haya que saber de música, de técnicas, de ritmos, sólo hay que cerrar los ojos un momento, dejar de hablar y entender en realidad lo que la canción dice. Bien dicen que la música es la forma más pura del inconsciente.

Logré subir el video de una presentación que hizo la escuela, donde sale mi maestra bailando una canción clásica, aparece en el último post que publiqué. Escuchen y observen.
http://notascatarticas.blogspot.com/2012/07/clasico-egipciorv.html








La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no l...