No sé si es que últimamente he
tenido mucho tiempo o si he vuelto a mis viejas andanzas filosóficas pero me
encuentro en un serio conflicto con nuestra sociedad. Yo aprendí a analizar a
los seres humanos desde la biología, como especie, pero es innegable que la
cultura, siendo producto del trabajo intelectual del mismo conduce a otros rumbos
que no pueden regirse bajo leyes naturales. El ser humano es un organismo
complejo, la cultura que ha creado lo es más aún y ésta, la nuestra, en la que
vivimos tiene unas particularidades de las que francamente ya no sé qué pensar.
Son tantas las ideas, tan inconexas pero tan relacionadas al mismo tiempo, que
voy a aventurarme en la tarea de explicarlas con palabras aún bajo la
posibilidad de fracasar irremediablemente, pero creo también que es necesario o
de lo contrario voy a estallar.
En primer lugar, he estado
buscando información en epidemiología y salud pública y estoy aterrada por la
incidencia de desórdenes alimenticios en la población. También informes de
ortopedia con respecto a los tacones de 15 centímetros y su efecto en el
tobillo y en el tarso. Aparece de nuevo mi repudio hacia ese ideal de belleza
que hemos construido, hacia ese modelo que tratamos casi intuitivamente de
seguir a costa de lo que sea y me parece increíblemente absurdo no sólo por la
imagen en sí sino por la uniformidad a la que conlleva. A la larga, lo que
termina sucediendo es que todos lucimos iguales, perseguimos los mismos
objetivos superficiales y nos obsesionamos con las mismas pendejadas. No voy a
rematar con el discurso contrastante de “hay problemas más serios” porque aunque
eso sea cierto, me parece que el surgimiento de “clones” termina siendo una
cadena que nos amarra y evita la libre expresión de la personalidad. Es
curioso, porque a la larga no existe un listado de cosas que sean atractivas o
correctas ante nadie, es una armadura autoimpuesta y nos hemos obsesionado a
tal punto con ella que sacrificamos todo cuanto sea posible para alcanzarla.
En ese orden de ideas, la
libertad de expresión termina siendo imaginaria, está inmersa en un patrón que
lo aparenta ser porque recurre al desenfreno, a lo físico, a lo puramente
instintivo, pero dentro de unos parámetros claramente establecidos…el problema
es que no los vemos. Y entonces, andamos por ahí, caminando tranquilos sin
preguntarnos por qué la sociedad funciona como lo hace y si estamos perdiendo
de vista lo realmente importante. Vivimos convencidos que podemos hacer lo que
queramos pero no es cierto, estamos todos bajo un régimen que no me queda del
todo claro pero que ofrece cualquier cosa excepto libertad. Entre hacernos
esclavos de la imagen y el temor a la muerte, estamos dominados, pero a la
larga no creo realmente que haya una cabeza maestra que esté planeando todo eso
sino que es una “mano invisible” que fluye, que se mueve, que revuelve todo y
nadie entiende por qué. El mundo está convulsionado por todas partes,
económica, política, socialmente y nosotros parecemos un montón de gallinas
corriendo en diferentes direcciones sin saber exactamente qué perseguir, pero
algo banal en todo caso. No es la primera vez que sucede, pero sí parecería la
primera vez que la población no se agarra de uno de los tantos motivos que
podría tener para luchar y levantarse sino que se queda ahí, quieta, quejándose
de lo terrible que es todo pero sin hacer nada, convirtiéndolo en un círculo
vicioso del que nos va a quedar bien difícil salir. No sé si es que nuestra
cultura es la de la queja, como en Twitter, donde algunos defienden “opiniones”
con argumentos pobres y que a la larga no solucionan nada, solo hacen
insoportable leer un rosario de lamentos.
Tampoco somos capaces de unirnos en nada porque la violencia ha permeado cada rincón de la sociedad, nos declaramos guerra por ser de diferentes razas, universidades, regiones, países, por tener diferentes creencias, profesiones, por cualquier cosa. Luego nos indignamos pregonando una moral que no tenemos, lo cual es bastante irónico, porque significa que tenemos la respuesta para llevar una mejor sociedad: aceptar y escuchar opiniones diferentes a las nuestras pero seguimos con la instintiva costumbre de imponer las nuestras y censurar las de otros. Ni siquiera el nacionalismo barato que abunda da una razón para derrumbar muros.
Tampoco somos capaces de unirnos en nada porque la violencia ha permeado cada rincón de la sociedad, nos declaramos guerra por ser de diferentes razas, universidades, regiones, países, por tener diferentes creencias, profesiones, por cualquier cosa. Luego nos indignamos pregonando una moral que no tenemos, lo cual es bastante irónico, porque significa que tenemos la respuesta para llevar una mejor sociedad: aceptar y escuchar opiniones diferentes a las nuestras pero seguimos con la instintiva costumbre de imponer las nuestras y censurar las de otros. Ni siquiera el nacionalismo barato que abunda da una razón para derrumbar muros.
Es patético, que fastidio. Lo
peor es que uno ni siquiera sabe qué camino tomar, irse por la onda
existencialista y odiar al mundo, tratar de imponer lo que uno piensa, intentar
una reacción viral de la idea de aceptar pensamientos de otros…no hay camino porque
una sola golondrina no llama agua y las otras parecen estar muy ocupadas en
cosas superfluas mientras otros nos mueven como fichas de ajedrez (como la
única canción de Shakira con algo de contenido, Octavo Día). Y es que eso es lo
peor de todo. ¿Si hay alguien detrás de todo esto? ¿o es la misma sociedad, es
el rumbo que ha tomado? Llegué con el idealismo del siglo a enseñarle a pensar
a mis estudiantes para darme cuenta que esa bruma ha llegado a la población más
joven. No hay culpa, es lo único que conocemos. De pronto es una teoría de
conspiración loca que me inventé yo, no sé. En todo caso, me declaro
completamente fastidiada.
No me resta más que recurrir a mi refugio incondicional: la música.
No me resta más que recurrir a mi refugio incondicional: la música.
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