“Un tipo tiene un cuadro que
envejece por él”…ese era todo mi referente del Retrato de Dorian Gray y la
verdad sea dicha, no esperaba encontrar mayor profundidad en la única novela de
Oscar Wilde. Confieso que ante las polémicas de belleza y juventud eterna
guardo cierto recelo - por no decir rencor - así que me imaginaba algo más
superficial, más banal. Sin embargo, encontré hace no mucho una edición de
Porrúa en la cual aparecían varias obras en prosa de Wilde, incluyendo El
Retrato de Dorian Gray. Decidí comprarla porque está también El Fantasma de
Canterville, lo leí cuando estaba en el colegio y lo vendí al año siguiente o
lo cambié por otro en el centro, no estoy segura, pero siempre me gustó y años
después me arrepentí de deshacerme de él.
El primer título que aparece es
El Retrato y en mi loca obsesión por mantener el orden espacio-temporal de todo
(ya se imaginarán el reto que fue leer Rayuela en desorden) decidí comenzar por
él aún cuando la idea no me mataba del todo. Resultó que tal como lo recordaba,
Wilde tiene una forma de escribir que lo engancha a uno fácilmente y que
además, la novela es todo lo contrario a lo que pensé…me equivoqué.
Hay muchísimas cosas que me han
llamado la atención del libro, incluso unas que me han causado un conflicto
personal bien interesante. En primer lugar, la relevancia que le dan a la
belleza y la juventud al inicio, básicamente las ideas de Lord Henry, que de
hecho construye una idea parásita en un Dorian joven y desprevenido,
inconsciente de lo que su aspecto puede brindarle en una sociedad que gira en
torno a la belleza observable y superficial. Lord Henry ha despertado en mí
amores y odios, es como una realidad chocante, una de esas personas que no se
calla lo que piensa ni la forma en que ve la sociedad aún cuando resulte
desalentador o conflictivo para los idealistas que quieren sembrar otra
perspectiva. Así las cosas, es enfático en la importancia de la belleza, en la
mentira que representa eso de “la belleza es interior”, puede sonar cruel y
despiadado y lo que más curiosidad me causa es que vive intensamente (o al
menos eso hace pensar) argumentando que siempre terminamos cediendo ante las
tentaciones y que si no lo hacemos nos arrepentimos porque no explotamos la
vida que es bien corta.
Dorian es un joven realmente bien
parecido, hermoso, angelical. Efectivamente, el retrato envejece por él como
todos sabemos, pero lo que más me sorprendió es que el cuadro no solo cambia
por el paso del tiempo sino que también refleja el peso que lleva en el alma
este personaje. Todo lo que haga, todo lo que su consciencia tenga que cargar,
todo lo que le suceda y la forma en que reacciona, se evidencia en el retrato.
Y es entonces cuando me pongo a pensar - en medio de la marea de ideas locas
que se me han ocurrido leyendo este libro- que sería una maldición tener en
frente algo que le recuerde a uno todo el tiempo si ha sido cruel,
desconsiderado, grosero, en resumen, que lo torture a uno con cada mala acción que
ha cometido porque es inevitable. Dorian tuvo que esconder el cuadro y hasta
ahí voy, porque quise escribir esto sólo con las ideas que me atropellan hasta
el momento. De todas maneras, es un libro que recomiendo, especialmente por la
situación social que estamos viviendo, por los ideales que perseguimos y los
modelos que hemos fijado en pedestales. Ya veremos qué más sorpresas tiene,
porque de seguro serán muchas.
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