Yo también odio los trancones en
Bogotá, los buses llenos, la basura en las calles, odio cuando los taxistas me
regañan porque no tengo “sencillo” o no voy para donde les sirve, los ríos que
se forman en las calles cuando llueve, que hayamos acabado con los humedales, algunos
de los programas de la televisión colombiana, pero odio también los ataques
hacia la expresión de la opinión de otros y últimamente odio que nos quejemos por
todo.
Carolina Sanín escribió recientemente
una columna en El Espectador titulada “Última columna” la cual es en resumen
una queja sobre todos los defectos que tiene Bogotá desde su perspectiva. Habla
de la falta de fuentes de agua, de la lluvia de todas las tardes, de los buses,
de los vendedores que se suben a los mismos, de los taxis, de las chivas, del centro,
de las mujeres, de los polvorientos barrios obreros, de los intelectuales, de
los drogadictos, de la gramática, de los políticos y la corrupción. Para
finalizar, agradece a todos los dioses que ahora puede manejar y largarse lejos
cada vez que la canse esta ciudad de porquería. Qué novedad. Lo que hizo fue
condensar en esa columna las quejas que expresamos todos los bogotanos en las
redes sociales, en las conversaciones en el trabajo, con los amigos, con los
que apenas conocemos o con la familia. Esto no es nuevo, no es diferente, no es
UNA opinión, son muchas. Lo que no me gustó realmente es ese aire de queja de
niña rica fastidiada porque sí, llorando como un costal de pollos porque no
vive en una villa francesa, de esas que existen sólo en la imaginación.
Ella está en toda la libertad de
odiar a Bogotá y a Colombia entera si quiere, no es la primera persona que
conozco con esa forma de pensar, ni la voy a juzgar por eso. Lo curioso es que
no pasaron 10 minutos después de la publicación de la columna para que a todo
el mundo le diera un ataque de patriotismo y saliera a defender a Bogotá como
si fuera reino de cuento de hadas. Y la verdad es que las quejas de la niñita
son fastidiosas pero a la larga muchos las repetimos a diario.
Hace unos días estaba dictando
una clase en la calle 134 con 7ª. Salí en medio de un aguacero torrencial, prácticamente
nadé hasta el paradero, me subí a un bus con más agua de la que había afuera y
que luego se llenó hasta más no poder, fue toda una odisea bajarme y caminar
hasta mi casa. Llegué histérica y renegué del colapso de los sistemas de transporte,
del clima y de las botas a las que se les entró el agua. Pero resulta que hace
unos días también se desbordó el río Bogotá y varios barrios cercanos quedaron
completamente inundados con sus aguas, llenas de sedimentos y contaminación y tuvieron
que irse de ahí y perder sus cosas que estaban en casas que ni siquiera han
terminado de pagar. Fue ahí cuando mis quejas sobre el clima me parecieron una
ridiculez, igual que las de alguien en Facebook sobre del frío y maldiciendo
porque no se podía ir para su finca a disfrutar del sol (cualquier parecido con
Sanín es pura coincidencia). Sólo quejas, eso es lo que somos. Y no digo que
tengamos que ser borregos conformistas, pero nos hemos agrupado en los que sí
son borregos y los autodenominados “intelectuales” que criticamos (y que no
toleramos las críticas) pero que terminamos siendo “borregos concienzudos”. ¡Que
se quejen los que están literalmente nadando en excremento! ¿Pero qué hacemos
los demás quejándonos por fachadas de edificios cuando hay otros que se están hundiendo
o porque nos venden agua embotellada que no sabe bien cuando la gente de los
barrios inundados abre la llave y sale mierda?
Analicemos lo que dice Carolina:
en Bogotá sí hay fuentes naturales de agua, como lo menciona “El Bayabuyiba” en
su blog o al menos había, porque las hemos acabado y contaminado. Es más, han
construido sobre ellas y han tenido el descaro de nombrar conjuntos como “La
Alameda del Río” que misteriosamente se inundó con las lluvias o han cambiado
el curso de los ríos para construir universidades y luego se preguntan por qué
será que los jarillones no resisten. De los buses y los taxis, el transporte
colapsó en esta ciudad y la lluvia constante lo empeora, uno no sabe si salir
en carro, en bus, en taxi o a pie, a este paso habrá que conseguirse un caballo
a ver si ese no pone problema porque se salga de la ruta que le sirve. Ahora,
que el bus huela a esto o aquello, en realidad termina pasándole a uno
desapercibido cuando lo que quiere es llegar a la casa rápido porque está
cansado y teniendo en cuenta que el olfato es el sentido más adaptable de
todos. De la contaminación, pues adivine de quién es la culpa, de todos y no
sólo de la educación y la crianza, he visto a más de uno de cuna alta dejando
basura en la calle. En cuanto a las viejas uniformadas, déjelas ¿en qué le afectan?. En cuanto a los intelectuales, los drogadictos y los
problemas de gramática, se los va a encontrar uno en cualquier ciudad del mundo
que visite, pegarse de ellos sólo es buscar argumentos donde no los hay para
acabar de justificar, cosa que en primer lugar no tendría que hacer: no le
gusta Bogotá y punto. Lo que sucede es que todos estamos a la saga como
depredadores, buscando qué dice el otro para atacarlo, aún cuando nosotros
mismos lo hemos dicho antes. No sé qué nos motiva, pero es lo que hacemos siempre
y por lo cual no llegamos a ninguna parte.
A mí sí me gusta Bogotá pero
últimamente no hace muchos méritos. Si me van a mandar a que me vaya, pues pérdidas
porque no me voy a ir. Lo que quiero corregir en mi actitud es la quejadera por
pendejadas y la mala costumbre de atacar a los demás por sus opiniones. Que Carolina
Sanín se vaya para la finca cada vez que quiera. Afortunada ella que puede
hacerlo, qué vaina con los que quisieran irse y no pueden o los que están aquí
por obligación.