Alguna vez afirmé en Twitter - y
sostengo mi afirmación - que hay una subpoblación de hombres a los que les
encanta estar con mujeres que les hacen show por todo, que son celosas,
inseguras e incluso histéricas. Eso sí, ellos viven quejándose precisamente de
ese comportamiento pero no se alejan, ni buscan mujeres diferentes, sino que se
quedan ahí escuchando cómo les arman batallas campales, se justifican, agachan
la cabeza, piden disculpas, las calman y siguen como si nada. Creo firmemente
que deberían dejar de engañarse - y de paso dejar esa idea de convencer a los demás
de estar desesperados - y aceptar simplemente que les gusta eso, que mueren de
la felicidad cada vez que les pelean, que no pueden vivir sin esa tonelada de
dramas por cada paso que dan. No estoy muy segura, eso sí, de por qué esta
subpoblación de hombres gusta de esas situaciones, no sé si les alimenta el ego
o les gusta ver a las mujeres bravas o si es que simplemente se han habituado
tanto que ya les haría falta.
Ahora bien, he notado que hay
una subpoblación de mujeres (además de las histéricas) que también enloquecen a
los hombres. Viven preocupadas del peso, de la apariencia, del maquillaje, de
cómo se ven con la ropa que se ponen, buscan inducir piropos y halagos de parte
de los hombres que las rodean y sobretodo, actúan como damiselas en peligro
absolutamente todo el tiempo. No son capaces de nada, no les da la fuerza, ni
el empuje, ni el miedo. Se asustan por todo, por salir solas, por estar solas,
por hacer cualquier cosa, por levantar cualquier objeto, no toleran el exceso
de frío, ni el calor, ni la comida con grasa, ni los jugos con azúcar, mejor
dicho, ponen problema por cada paso que dan. Ahora, lo increíble de todo, es
que a pesar de todos los problemas que arman por cuanto detalle acontece, los
hombres están ahí detrás, para ayudarlas, levantarlas, abrigarlas, llevarlas,
traerlas y gastar hasta más del sueldo que ganan si con eso las tienen felices.
Primero pensé que esa actitud era un “lujo” reservado para las mujeres más
atractivas, que sólo por apariencia física tienen hipnotizados a los hombres,
pero me he dado cuenta que a la larga el físico pasa a un segundo plano si
ellas saben utilizar las armas correctas.
Recientemente un amigo me dijo
que tal vez yo no tenía mucho éxito con los hombres porque vivo dando la imagen
de no necesitar a nadie, que los tipos no se me acercan porque pensarán que para
qué. Al principio me sentí mal, hay que decirlo. Pero últimamente he estado
rodeada de un par de mujeres como las que he descrito y que efectivamente
tienen a todos los tipos detrás de ellas y decidí que lo que me dijo mi amigo a
la larga no me parece ofensivo, sino bastante favorable. Él tiene razón: yo no
necesito a nadie. No necesito que me ayuden a cargar nada, ni que me solucionen
los problemas y mucho menos soy una damisela en peligro que busca ser
rescatada. Me gustaría un igual, eso sí, pero jamás un dueño ni un príncipe.
Eso voy a dejarlo para los cuentos de hadas y para esas subpoblaciones de
hombres y mujeres que buscan y encuentran en esas actitudes lo que los hace
felices.
Flor llegó a Bogotá con apenas 17 o 18 años. Venía del campo y encontró en la casa de mi tía de 16 años recién casada un trabajo como empleada del servicio interna. Tuvo que aguantarse el mal genio de mi tía, sus caprichos de "señora de alta alcurnia" (cabe anotar que mi tía siempre se ha considerado de unos cuatro estratos más altos que el resto de la familia), los problemas, las crisis, los ratos buenos y malos de una familia que no era la suya. Dieciocho años después mi tía se fue definitivamente para Estados Unidos y Flor quedó trabajando únicamente en la casa de mis abuelos, lidiando con el genio de mi abuela, que era un tanto complicado y que con los años empeoró a causa de un EPOC que le ocasionó el cigarrillo.
Flor ha acompañado media vida a esta familia, ha visto crecer y ayudado a formar tres generaciones de nietos incluyéndome a mí, la menor de todos los primos. Ha estado junto a la cama de cuántos han caído gravemente enfermos, incluyendo a mi abuela, cuando pasaba varias semanas hospitalizada a causa de alguna gripa que era un factor agravante en un paciente como ella, con enfisema pulmonar y asma; a mi abuelo que atravesó un tratamiento para la leucemia y por supuesto a mi papá, durante los tres meses que estuvo tan grave después del accidente. Nos ha acompañado en los matrimonios, en los bautizos, en los cumpleaños, en los funerales, ha derramado lágrimas por cada familiar que hemos perdido y ha brindado con nosotros en cada celebración.
Anoche me dijeron que Flor parece estar atravesando un cuadro grave de migraña, dos semanas con intenso dolor de cabeza, vómito, alteraciones en la visión, que está deshidratada y desvariando. Le ordenaron un TAC en un centro médico, pero la cita para el examen es hasta dentro de tres semanas. Tienen que transportarla en buses o a pie, porque no hay dinero suficiente para pagar taxis. Flor vive en el Perdomo alto y tiene dos hijos y cinco nietos que ella sostiene con su trabajo. Afortunadamente, lograron hacerle el examen hoy y no parece haber resultados negativos, ahora hay que tratar el dolor.
No tenemos con qué pagarle a Flor todo lo que ha hecho por nosotros. No tengo cómo agradecerle todo lo que hizo por mis abuelos, por mi papá y por mí. Odio esta sensación, esta incapacidad de hacer algo, más que colaborar con dinero para que la traten lo más pronto posible. A veces quisiera creer en algún dios para pedirle por ella. Pero la vida me ha enseñado que eso no sirve de nada.
One of my friends, Andrea, heard some time ago
from one of her friends in the doctorate, about Rodríguez and one of his songs,
“Sugar man”. She sent me the song several times and insisted on the fact that I
should heart it carefully since he was not only a great performer but also his
ability as a composer was similar to Bob Dylan’s. Dylan? Off course, there is
the possibility of Rodríguez being a good composer but compare him to Dylan
sounded like an exaggeration. To be honest, I listened to “Sugar man” and it
went through my ears simply, it did sound good, I won’t deny it, but I didn’t
take it enoughly serious, just as it has happened to me several times with
excellent bands and singers. I think it is necessary to pay more attention. Let
this one be a life lesson.
Rodriguez’s life was a complete mystery for a
long time, even for those who knew him closely and worked with him. He was a
weird individual that lived in Detroit but nobody knew exactly what he did, who
he was or where he lived. The only thing they certainly knew was that he played
the guitar and sang songs that he wrote himself based on the reality he saw and
lived in his own flesh in the local pubs. His lyrics are full of critics and
observations on an unfair social system, which segregates and turns people on
slaves of other people that keeps getting richer by the first’s work and that
sacrifices life without any shame. It is a raw reality, that from which we all
try to runaway but that keeps being there, that has been present for centuries in
every corner of the world. Under certain circumstances, a producer heard
Rodríguez in a bar in the middle of a dark night and being himself who actually
compared him to Dylan, talked to the artist to record an album, because he was
pure talent. Rodríguez actually recorded two albums which were a complete
disaster on sales in the United States before the astonished eyes of those who
knew the music business. Rodríguez disappeared. Some people said he had killed
himself with a gun in the middle of a concert, others said that he set himself
on fire in a concert too and some said he died because of his drugs’ addiction.
It is not well known how, but apparently,
thanks to a young woman who travelled to South Africa with a Rodríguez’s long
play for her boyfriend, the commercial disaster that was “Cold Fact” - the
artist’s first album - landed in the Apartheid mandated territory and he turned
into the free expression’s voice, in the reveal of disastrous realities and in
the fact that it is valid to complaint and reveal against an unfair political
and social system that sacrifices individual freedom and rights. Rodríguez
became the voice of the people, heading without even knowing it a group of young,
brave and independent musicians that started talking or better said, singing.
There starts the whole journey to find out who is this mysterious character
from which not even people from the US know anything about. Searching for
Sugar man is the movie that we watched yesterday with Andrea, and it is I
would say, one of the most amazing and unbelievable stories on the music
business I’ve ever heard about.
There are specially a couple of things that caught
my attention in this story. The first one is that despite the huge amount of
terrible things of wich this lost humanity is undoubtedly author, it is also
amazing the amount of people with marvelous capacities and skills you can find
in a street or a bar or in any place. It is one of those facts that one usually
forgets, that Socrates had so clear in his mind and that today we don’t even
consider. The second is an observation about Rodríguez that mentioned one of
his colleagues at work. He said that Rodríguez had the ability of creating
something new and beautiful out of cruel and sad facts as those he saw and
lived every day. “Have you ever done that? Turn something terrible in something
new and marvelous.” Those words are still in my head. Maybe we all do not have
that gift, but we should at least try.
These are the stories that fulfill my heart
with happiness every time that routine turns into something unbearable for me.
A few years ago I didn’t care if I went out of home or not, if I had to study
or to read something or not, life was just passing by in front of my eyes and I
didn’t mind. I had a lot of problems in that moment, most of them are now
solved and in this particular moment, I deeply hate this lethargy spaces of
time because I feel there’s a huge world out there with interesting, happy,
sad, melancholic, incredible, magic and terrible things and all of them are
definitively things one must see. Rodríguez has made me believe again and it
has been a long time since I felt this faith in humanity.
Andrea conoció hace un buen
tiempo gracias a un compañero del doctorado a un tal Rodríguez y una canción de
su autoría llamada “Sugar man”. Me envió la canción en repetidas ocasiones
insistiéndome en escucharla con atención puesto que no era sólo un excelente
intérprete sino que además su habilidad como compositor era equiparable a Bob
Dylan. ¿A Dylan? Es posible que Rodríguez sea un buen compositor pero
compararlo con Dylan me pareció una exageración. Para ser honesta, escuché “Sugar
man” y pasó por mis oídos sin pena ni gloria, sonaba bien, sí, pero lo pasé por
alto como me ha sucedido en repetidas ocasiones con bandas y cantantes
grandiosos. Creo que es necesario aprender a prestar más atención. Que esta sea
una lección de vida.
La vida de Rodríguez fue un
completo misterio durante mucho tiempo, incluso para aquellos que lo conocieron
de cerca y trabajaron con él. Era un personaje extraño que habitaba en Detroit,
pero nadie sabía bien qué hacía, quién era o en dónde vivía. Lo único que
sabían es que tocaba guitarra y cantaba canciones que él mismo componía
basándose en la realidad que veía y vivía en carne propia en los bares de la
ciudad. Por supuesto las letras están cargadas de críticas a un sistema social injusto,
que segrega, que esclaviza a unos para enriquecer a otros, que sacrifica vidas
sin la más mínima vergüenza. Es una realidad cruda, esa de la que todos
pretendemos alejarnos pero que sigue estando ahí, que lleva cientos de años
presente, aquí y allá. Por diferentes circunstancias, un productor escuchó a
Rodríguez en un bar en medio de una noche oscura y nublada y siendo él mismo
quien lo comparó con Dylan, habló con él para grabar un disco. Rodríguez grabó
dos álbumes que fueron un completo fracaso en ventas en Estados Unidos ante los
ojos atónitos de aquellos que saben de música. Rodríguez desapareció. Algunos
decían que se había suicidado durante un concierto de un tiro en la sien, otros
que se había prendido fuego en plena tarima frente a los asistentes y otros que
había muerto de sobredosis.
No se sabe bien cómo, pero
aparentemente gracias a una joven que viajó a Sudáfrica con un vinilo de
Rodríguez como regalo para su novio, el desastre comercial que fue “Cold Fact”
el primer álbum del artista aterrizó en esta tierra dominada entonces por el
Apartheid y se convirtió en la voz de la libertad de expresión, en la
revelación de realidades desastrosas y en la consciencia de que está bien
quejarse ante un sistema político y social que es injusto y que sacrifica las
libertades y derechos individuales. Rodríguez se convirtió en la voz de un
pueblo, liderando sin saberlo un grupo de músicos independientes, jóvenes y
osados que comenzaron a hablar, o mejor dicho, a cantar. Inicia entonces toda
una cruzada por averiguar quién es este misterioso personaje del que no conocen
nada ni siquiera los propios norteamericanos. Searching for Sugar Man es
el documental que hoy vimos con Andrea y que, diría yo, es una de las historias
más increíbles del mundo de la música de las que he sabido.
Hay dos cosas que me llamaron especialmente
la atención de esta historia. La primera es que a pesar de la gran cantidad de
cosas nefastas de la que es autora esta humanidad descarriada, es increíble la
cantidad de personas con habilidades maravillosas que uno puede encontrar en
una calle, en un bar o en un lugar cualquiera. Es una de esas verdades que a
uno se le olvidan constantemente, que Sócrates tenía tan clara y que hoy
pasamos por alto con frecuencia. La segunda es una observación sobre Rodríguez
que lanzaba uno de sus compañeros de trabajo. Decía que él tenía la capacidad
de crear algo nuevo y hermoso a partir de hechos tan crueles y tristes como los
que observaba y vivía. “¿Se han preguntado si han hecho eso alguna vez?
Convertir algo terrible en algo nuevo y maravilloso.” Me quedaron rondando esas
palabras en la cabeza. Quizás no todos tenemos el don, pero al menos deberíamos
intentar vivir así.
Estas son las historias que me
llenan de vida cuando la cotidianidad se me convierte en algo insoportable.
Hace unos años, no me importaba si salía o no, si tenía que ir a estudiar o no,
si tenía algo qué leer o no, la vida me pasaba de frente y a mí no me
importaba. Tenía muchos conflictos entonces que hoy están solucionados y ahora
me molesta profundamente vivir en letargos, porque me parece que es tiempo
desperdiciado y que hay un mundo enorme allá afuera con cosas interesantes,
alegres, tristes, melancólicas, increíbles, mágicas, terribles y que todo eso
hace parte de lo que hay que ver. Rodríguez me ha hecho creer de nuevo en la humanidad y hace un
buen tiempo no sentía eso.
A veces me gusta pensar que me observas desde lo alto, desde las
estrellas. A veces me gusta pensar que puedes escuchar lo que pienso y lo que
digo. A veces me gusta imaginarme que estás orgulloso. A veces me gusta pensar
que me guías, que me escuchas y que me cuidas. Y entonces, sonrío.
Hace tiempo encontré una canción de Hossam Ramzy, llamada "El Hob Halal" que me encantó. Básicamente, me atrapó el solo de acordeón con que comienza y desde entonces la he escuchado infinidad de veces. Tiempo después, descubrí que es un baladi, uno de los tipos de música más tradicionales egipcios, para el cual no se hacen coreografías y donde el objetivo es que la bailarina plasme con el cuerpo todo lo que suena: la percusión, la orquesta y los instrumentos solistas. Es difícil, sobretodo porque en general tengo muy mal oído. Sin embargo, he trabajado durante todo este año con el mayor empeño posible por lograrlo. Anoche me animé a bailar y a grabarme, para ver qué tal va el progreso. Dejo aquí el video, que me permitirá corregir errores y mejorar falencias. Este es mi primer intento de baladi, una improvisación, por supuesto.
Este año, mi grupo de danzas por
fin cambiará los colores de vestuario con el que ha trabajado y abrirá paso a
los colores cálidos: rojo, naranja y amarillo. Por diversas razones le he
mostrado el video a varias personas, algunas que me ayudarán con el vestuario, otras
que trabajan conmigo, otras que tienen curiosidad de cómo es la presentación de
fin de año. Hombres y mujeres han visto los solos de tabla, los bailes
modernos, los clásicos y los balady tanto de mi maestra como de los numerosos
grupos que tiene ya la escuela.
Los hombres por lo general,
buscan a las viejas más buenas del video. Las que tienen mejor cuerpo o las que
tienen más gracia, las que bailan más chévere o mueven mejor la cadera y su
atención se centra en ellas. Más allá de eso, los comentarios no son muchos.
Pero las mujeres…me perdonarán la expresión - y algunas mujeres, porque no son
todas - pero ¡qué hijueputa jodedera! ¿Será que es posible que observen a otras
mujeres durante más de 15 segundos antes de lanzarse como aves de rapiña en contra
de ellas? Como el asunto es danza árabe y el vestuario muestra el abdomen, los
comentarios ofensivos no se hacen esperar: “pero son todas bastante gorditas,
¿no?” “yo pensé que bailar mejoraba el cuerpo” “pero mire, esa tiene más
barriga que yo” “uy no, yo pensé que estaba gorda” “ese maquillaje ¿qué?” “esa
se mueve horrible”.
Creo que lo que más ira me causa
es que son comentarios ofensivos disfrazados con adjetivos atenuados, como
“gorditas”. No pues, ¿qué hacemos con Claudia Schiffer? Será que quien ve el
video está que se parte de lo buena como para atreverse siquiera a lanzar el
más mínimo comentario con respecto al rostro, el maquillaje, el cuerpo y la
forma de bailar de las demás. ¡Vaya, vaya a un escenario a hacer eso! Ah claro
y es que rematan con el clásico: “no, pero tienen mucha personalidad, yo no me
atrevería a salir así.”
La principal crítica es hacia el
peso, por supuesto, ese demonio que persigue a tantas hoy en día y que parece
convertirse para algunos en el único criterio de calificación de una persona,
especialmente de una mujer. Porque eso sí, basta con ir a Melgar para darse
cuenta que mientras la mayoría de los hombres exhiben una portentosa barriga
cervecera con orgullo, las mujeres no hallan cómo hacer para lograr cuerpos
esbeltos o viven intranquilas cubriéndolo y sintiéndose mal ante las demás.
Muchas de mis amigas cercanas repiten incesantemente que están como una ballena
cuando no es así y mis alumnas viven comparando su peso entre ellas y
humillando a las demás. También me molestó bastante cuando escuché en un
programa radial de la X el comentario: “véala, gordita y todo pero muy bien”
refiriéndose a Adele en los VMA. Por supuesto, fue una mujer quién lo dijo.
Insisto, no son todas, pero sí la
mayoría. Eso, o es que yo soy muy de malas porque el 95% de las mujeres que he
conocido tratan de aplastar a las demás con sus múltiples críticas por
absolutamente todo. Dejen vivir, que esa criticadera no lleva a ninguna parte.
Y vivan, que de vez en cuando es bueno.
Se me había olvidado mostrar este video de la presentación de mi maestra en el 2012. Por errores de edición, quedó cortado al final, pero de todas maneras, espero que lo disfruten.
Llegó agosto y con él aparece una
serie de personajes curiosos que madrugan los días 13 y 18 para pregonar a los
cuatro vientos el aniversario de muerte de Jaime Garzón y de Luis Carlos Galán,
respectivamente. Diez años de diferencia entre la muerte de dos de los
personajes más emblemáticos e importantes de la nación. Proliferan los mensajes
hacia ellos, sus familias, hacia el pobre país desangrado que tenemos hoy,
algunos que inician el movimiento y otros que como borregos los siguen, no estoy
muy segura de las razones. Algunos probablemente para “demostrar” su
inteligencia, otros por llamar la atención o quizás por genuina convicción.
Me senté a leer algunos de los
tuits y mensajes en Facebook de las personas a quienes sigo, a observar las imágenes
que compartían y las citas de las palabras de Garzón y Galán acompañados por
supuesto de duras críticas al país y a nosotros, sus habitantes por la
situación en la que estamos. Muchos incluso lo acompañaban de frases como “¿qué
dirían si vieran nuestra realidad ahora?”. ¿Qué dirían? No sé. Me pregunto si
dirían algo. Me pregunto si ya sabían que íbamos hacia un horizonte oscuro y
que irremediablemente sin personas como ellos, la situación estaría cada vez
peor. Me pregunto si las personas que repiten sus palabras con tanta convicción
las entienden realmente y no sólo se programan para escribirlas en redes
sociales cada agosto. Y es que parece que nuestra cultura es así, vive añorando
tiempos “mejores” - que por demás no lo eran, solo eran menos peores que los
presentes - simplemente repitiendo lo que otros dijeron y sin saber qué camino
puede tomarse para lograr algo además de la crítica y la victimización. No
tenemos opiniones críticas propias. Nos empeñamos en señalar lo que está mal
pero es únicamente eso, señalar. No sabemos para dónde movernos, no sabemos qué
apoyar y qué no. No tenemos criterio, nos dejamos llevar por los caminos hacia
los que quieren arrastrarnos. Nos quejamos por vacíos en una
legislación que ni conocemos, clamamos justicia sin conocer
contextos, centramos nuestra atención en lo que nos indican. Sí, es lo que
estoy haciendo yo ahora, porque no tengo otro método: este lugar es en el que
escribo lo que pienso.
El famoso discurso de Garzón por
ejemplo, en el cual todos hemos encontrado al menos epifanías de diez minutos
podría enmarcar un buen camino para comenzar. Pero han pasado 14 años desde su
muerte y la mayoría de habitantes del país no siguen siquiera el consejo más
básico de ser mínimamente cívico, de respetar, cuidar y valorar lo propio, de
ser conscientes de nuestra propia identidad. ¿Se entiende eso? ¿Es claro? ¿De
verdad somos conscientes de lo que es nuestro? Probablemente no. Más de una
década después, el mensaje está vigente, seguimos detrás de lo que nos dicen los
medios porque nos da física pereza pensar o porque no nos inquieta suficientemente
el asunto como para leer, buscar y forjarse una opinión propia, una crítica con
fundamento. Nos distraemos en la fecha, en el aniversario, en la frase bonita.
Basta con compartir entre comillas algo que suene interesante o un artículo de
la revista Semana (y no con esto quiero condenar a quienes lo hacen, pero sí
hay una subpoblación que simplemente imita) y nos indignamos ante las imágenes
de la contaminación de fuentes hídricas en el llano por la explotación
petrolera por puro amor instantáneo hacia la naturaleza que de todas maneras no
respetamos. No consideramos más variables, como la forma en que otros explotan
de frente recursos que son nuestros para luego ofrecérnoslos o como la ausencia
de campos laborales ponen en la obligación a algunos de mis colegas a trabajar
avalando excavaciones y exploraciones aún sabiendo el impacto ambiental que
tienen.
Expresamos nuestras opiniones y
somos atacados incesantemente porque sí, porque no o porque de pronto. Esto es
un circo. Y si uno se detiene a observar y a escuchar, se da cuenta que todos estamos
peleando básicamente por no escuchar. Sucedió el viernes pasado en una reunión
en el Hemocentro. Estamos en una institución pública con el ánimo de defender
los intereses del público con un proyecto de salud. Al menos durante una hora,
la gente discutió utilizando casi con exactitud las mismas palabras. Y es que
no alcanza a comenzar a hablar uno, cuando el otro ya alza la voz diciendo que
no está de acuerdo y el siguiente pelea y el otro también y el primero no se va
a quedar callado entonces también sigue. ¿Se solucionó algo? No. Una hora de
discusión que no nos lleva a ninguna parte, con un grupo de gente indignada que
no se escucha, que no deja hablar y que al final, seguramente vencidos por el
cansancio o el hambre se da cuenta que estaba diciendo lo mismo que los demás. Salimos
de la reunión y siguen peleando porque fulano dijo esto, porque dijo aquello, porque
sí o porque no. ¿Solucionamos la categorización de la terapia celular y los
medios condicionados que era en primer lugar lo que nos llevaba a la reunión?
No.
Lo que creo es que perdemos el
horizonte. Vemos siempre las arandelas de los problemas y no el fondo; sucede
en la casa, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, en las instituciones
públicas, en todas partes. Nos vamos por las ramas y del problema inicial ni
siquiera damos razón. Estamos tan ocupados discutiendo por una guerra de egos,
que olvidamos lo que estamos defendiendo y a menos que decidamos salir de ese
enfrascamiento y olvidar esa actitud que nos ancla a una situación cada vez
peor, dudo mucho que las cosas mejoren. Ya lo dijo Garzón, pero parece que
nadie escucha.
Estábamos hablando con Lorena de
esas actitudes medio adolescentes sin sentido que uno adopta a veces cuando
alguien le gusta. Me di cuenta que he recurrido exactamente a la misma herramienta
durante varios años, a lo que llamo “el efecto pavo real”. El asunto consiste
básicamente en tratar de llamar la atención de quien me gusta exaltando al
máximo lo que considero mis puntos fuertes y atractivos reiteradamente. Por
supuesto siempre falla por dos razones: la primera es que resulto ser bastante
fastidiosa con el asunto y la segunda - que por cierto me parece muy curiosa -
es que lo que yo considero cosas atractivas pasan desapercibidas y en
ocasiones, las cosas de mí que no me gustan o que creo son más bien defectos
resultan siendo atractivas para alguien. Un ejemplo tangible es que yo hablo
mucho, lo cual considero un tremendo defecto mientras algunas personas me han
dicho que les parece entretenido. Supongo que uno nunca sabe con certeza cómo
se proyecta ante el mundo.
El caso es que durante mucho
tiempo he tratado al máximo de mostrar a aquel que me interesa que bailo, que
leo, que escucho música y una cantidad de cosas que en efecto son ciertas pero
que enfatizo porque pienso que lo van a atraer. Y el asunto es que resulta
bastante complicado porque uno se desgasta muchísimo y no logra mayor cosa (por
no decir que no logra nada). Es más, Lorena me decía que la situación con la
persona incluso se torna tensa porque uno está concentrado en proyectar un
personaje que aunque no es necesariamente falso tampoco es completamente
honesto. Lo cierto es que todos tenemos cosas buenas y malas y aquel que decida
acercarse a conocerlo a uno tendrá que ver diferentes facetas en algún momento
así como uno tendrá que ver características de esa persona que le gusten o no.
Vivir pensando en ser aceptado y en complacer a todo el mundo bien sea para
resultar atractivo o para al menos caer bien no solo cansa sino que hace que
uno pierda esa chispa que lo hace quien es. Mejor liberémonos. Al
que le guste bien y al que no, que se vaya.
Hace unos días Nathalia me contó
que si ella iba a salir tarde en la noche - bien sea con amigos o a una cita-
no la dejaban salir de su casa a menos que fueran por ella y garantizaran
llevarla de vuelta. Yo estaba sirviendo una muestra en la cabina de flujo
laminar y por poco daño el experimento porque lo que me pareció más increíble no es que su abuela,
madre y tía le exijan eso, sino que de hecho los tipos - bien sean amigos o
pretendientes - lo hagan. Yo me reí a carcajadas porque pensé que era un chiste
y ella me dijo que era en serio y que todos sus amigos lo saben y la molestan
por eso, pero aún así, a pesar de llamarla Rapunzel y reírse, cuando salen van
por ella y la llevan a la casa. Lo siguiente que pensé fue que si mi mamá
hiciera la misma exigencia, probablemente yo no saldría jamás de mi casa, porque
dudo que siquiera el 0.5% de mis amigos aceptarían tal condición. Si yo les
dijera eso, probablemente se reirían a más no poder y saldrían sin mí.
He mencionado reiteradamente que todo
ese asunto de victimizarse por ser mujer me ha colmado la paciencia hasta el
hastío y sigo defendiendo la misma idea. Pero también tengo que aceptar - muy a
mi pesar, debo decir - que aunque me he acostumbrado a la falta de caballerosidad,
ese tipo de detalles y consideraciones son, digamos, bonitos. También son un
tanto sorprendentes o es que yo definitivamente no me he encontrado muchos
caballeros en la vida, porque admito que cuando un hombre me abre la puerta, va
por mí a mi casa (remoto, muy remoto caso), me ayuda a cargar las treinta cosas
que llevo en la mano o me cede una silla, no quedo enternecida sino completamente
sorprendida, al punto de no saber ni cómo actuar. Y es que pueden ser conocidos
o no, pero son realmente muy pocos los que tienen ese tipo de detalles, al menos
conmigo. Ni qué decir de los extraños, una vez en TransMilenio le dije a un
señor que corrió como el viento para sentarse: “ni más faltaba caballero, siga,
siéntese usted”.
Nathalia me dice que
efectivamente, no hay muchos caballeros en el mundo y que ella es
particularmente muy machista al menos en ese sentido. Pero también me preguntó
si será tan cierto que ellos realmente no son así o si las actitudes que uno
toma a veces sin darse cuenta pueden sesgar un poco las situaciones y evitar
que sean especiales con uno. En biología las mujeres nos ponemos botas
pantaneras y nos metemos al monte con machete en mano, cargamos las maletas
solas porque no necesitamos ayuda de nadie, no lloramos por meternos en
pantanos a buscar ranas y comemos sin quejarnos atún y cosas de paquete por
varias semanas. Personalmente voy en contra de las princesas en exceso y me molesta
que las mujeres se quejen por todo, que no puedan hacer nada solas, que todo
les de asco, impresión y miedo. Aunque eso sí, cuando yo digo a ser un ratón
asustado no hay quién me gane, pero no es para buscar la ayuda de ningún intento
de príncipe azul, eso lo garantizo. Es posible que ellos sientan que no es
necesario ser caballeros conmigo o que simplemente esa no sea su forma de ser y
bueno, no es necesario tampoco. Pero admito que esas rarezas de la naturaleza,
esos hombres que van a llevarlo a uno a la casa, le abren la puerta, le ceden
la silla y le ayudan a cargar las treinta cosas que lleva en la mano, se ganan inevitablemente
mi simpatía.
Había una ciudad bajo el océano.
Estábamos todos en una especie de búnker de vidrio gigantesco, con túneles y
habitaciones, algunas de vidrio y otras no. No era tan frecuente observar
animales grandes y de hecho la gente no los buscaba, porque aún cuando las
cosas son maravillosas, observarlas y vivirlas frecuentemente les arrebata la
magia, la curiosidad y se esfuma el interés. Sin razón aparente, íbamos a
diferentes lugares a ciertas horas del día, las cuales no eran tan reconocibles
porque siendo esta una estructura bajo el agua, lo único que podía observarse
como guía era un leve cambio en la intensidad de la luz bajo el agua que se
veía maravillosa por efecto de la refracción. No recuerdo ver algas, ni
animales grandes ni pequeños, solo la luz. Sentía una nostalgia infinita al
verla desde esa prisión de vidrio resistente en la que todo el mundo parecía
vivir tan feliz en unas eternas vacaciones, comiendo, jugando, riendo y hablando.
La música nos acompañaba la mayor parte del día y todos estábamos siempre en
grupo, nos dirigíamos a los mismos lugares durante el día juntos. De las
noches, no recuerdo nada, salvo por la ausencia de la luz, que me calaba en los
huesos y el alma y me hacía pensar solo en el momento en que apareciera de
nuevo para observarla incesantemente.
Llegó un momento en que me
obsesionó la idea de ver la luz desde la superficie y me pregunté cómo sería el
océano visto desde afuera. Por alguna razón tenía la imagen en la cabeza y me
dediqué a preguntar a los demás si no les gustaría salir del búnker, dejar de
hacer lo que por reglas intrínsecas cumplíamos y buscar otras cosas, ver otras
cosas. Nadie parecía interesado. Todos me escucharon, pero también me ignoraron
y dijeron que mejor me dedicara a pasarla bien, que no era necesario
complicarse la vida con algo que no se puede cambiar. Abandoné la idea un
tiempo, pero la luz no dejó de causarme curiosidad, entonces decidí salir a
buscarla sola. El lugar era muy curioso porque todos seguíamos una especie de
agenda, pero nadie nos obligaba. No había alguien que nos vigilara, nos
hablara, nos dijera qué teníamos que hacer, al menos no tangible pero igual,
todos obedecíamos sin preguntar. Encontré unas escaleras en un lugar alejado de
las habitaciones donde todos estaban. El trayecto era largo y respirar se hacía
cada vez más difícil, pero seguí en tanto pude resistirlo. Vi una escotilla a
lo lejos, lo que asumí sería la puerta que comunicaría el búnker con el océano
e imaginé lo que sería sentir el agua en la piel, esa que tanto tiempo nos
había rodeado, azul y cristalina. Cuando me iba acercando a la escotilla y el
túnel se hacía más estrecho pude ver que el agua no era el océano sino que estaba
empacada en botellas de plástico. No entendí nada. ¿Entonces todo lo que veíamos
era eso? ¿La difracción de la luz de la superficie no era a causa del agua sola
sino de esta extraña estructura de botellas apiladas? Me sentí profundamente
decepcionada. Luego desperté.
Que por qué estoy haciendo una
maestría, que si quiero un doctorado, que si ya estoy pensando en casarme, que
si no quiero que mis hijos me conozcan joven, que por qué no supero el trauma
del colegio, que por qué ya no escribo como antes, que por qué no me voy del
país, que por qué no tengo novio o busco uno, que por qué no creo en dios, que
por qué sigo haciendo lo mismo o por qué hago esto o lo otro…las razones a todo
eso son simples: porque se me da la gana ¿algún problema con eso?
Tengo cada día un conflicto más
serio con ese “deber ser” que quién sabe de dónde carajo saca la gente y que
les permite asociar hasta el más mínimo aspecto de la vida de los demás con un
acto casi obligado sin razón aparente. Desde que me gradué de la universidad
muchos se han empeñado en preguntar si ya me voy a casar, “porque como ya tiene
la carrera…”. Pues no: es que yo no estaba en una escuela de señoritas para
poder conseguir un mejor “marido”. Yo estudié biología porque de verdad siento
un amor profundo hacia mi profesión, porque siento que el mundo podría
arrebatarme todo, absolutamente todo excepto eso que me hace tan feliz cuando
leo, hablo, trabajo y escribo sobre biología. Que si ya pensé en casarme o
tener hijos y que afortunadamente puedo conseguir un tipo profesional. Una
profesión no me impresiona. Usted tiene un título, yo también, eso no nos hace
ni mejores ni peores.
La indignación hacia quienes
piensan diferente, la falta de respeto hacia las ideas, el tratar de imponer la
visión propia del mundo en otras personas, la condena inamovible hacia los
demás…resulta un poco insoportable. Tratar de justificar absolutamente cada
paso que se da ante quienes nos rodean es agotador y absurdo. Y es que no es
tener que explicar, porque hay quienes tienen interés genuino por conocer
razones, es tener que defender las ideas como si fueran una tesis de doctorado
ante una jauría de lobos que está esperando el más mínimo error para condenar,
desmembrar, invalidar y acabar. Estaba pensando que esa es una de las
principales razones por las que nuestra especie no me simpatiza mucho. Luego
contrasta alguna expresión artística o una idea genial y trato de olvidarme de
ese ligero desprecio.
Yo no creo en dios y mucho menos
en el destino, no sé si por simple y llana convicción o porque no me gusta
pensar que mi vida depende de alguien que no soy yo misma. Sin embargo, he
aprendido con el tiempo que llenarse de todos esos planes en los que uno
prácticamente tenía la vida organizada no sólo es inútil sino
además decepcionante. La vida da una cantidad de vueltas que uno jamás podría
imaginarse, le presenta cosas, le quita otras, lleva y trae personas todo el
tiempo, algunas se quedan, otras son transitorias, abre oportunidades, cambia
el tablero, modifica perspectivas, enseña lecciones dolorosas, alegres y
trascendentales. Uno se encuentra libros, música, amigos, comidas, caminos, luz
y oscuridad y ante esas situaciones toma decisiones determinadas que en tres
segundos pueden hacer que todo cambie para siempre.
Ya no sé cuántas veces me he sentido
atrapada en una racha de mala suerte, esos momentos en que todo lo que puede
salir mal, efectivamente sale mal. Es como si todo confabulara en contra de cada
paso que se da y uno está a punto de hacerse un baño de ruda o algo por el
estilo como último recurso y ciertamente como medida desesperada. Cuando me
obsesiona la idea de conseguir algo, aún ante ese panorama desolador decido con
firmeza obtener lo que quiero y me lanzo al vacío, sin mente. Ahí es cuando la
vida me ha mostrado que no todas las decisiones las tomo yo y que aunque a
veces las cosas salen bien, a veces simplemente no se dan por un cúmulo de
factores que se salen de mi control.
Hace ya un buen tiempo estuve
lamentándome por una serie de cosas que quería y no se dieron. Ocurrió en absolutamente
todos los aspectos de mi vida: afectivo, emocional, laboral e incluso
académico. Sufrí bastante porque esas obsesiones no me dejan en paz fácilmente
y nada, absolutamente nada salió bien. O al menos eso pensé en ese momento. Han
pasado creo yo unos dos años y muchas cosas cambiaron desde entonces, se están
abriendo caminos nuevos que jamás pensé que se darían y oportunidades que parecían
lejanas ahora son tangibles, básicamente académicas y laborales. Ayer mientras
almorzaba me quedé pensando que todo esto no sería posible de no ser por ese momento
de derrota en que todo parecía cerrarse y oscurecerse. Y es muy curioso porque
cada uno de esos factores que en su momento parecían un complot del universo en
mi contra hicieron una contribución para que ocurra lo que está pasando ahora.
No puedo evitar pensar en Alanis Morissete: “Well life has a funny way of
sneaking up on you when you think everything's okay and everything's going
right, and life has a funny way of helping you out when you think everything's
gone wrong and everything blows up in your face.”
Alanis tiene razón, solo que a
las respuestas hay que darles tiempo de aparecer.
Escuchar es esperar, esperar es confiar y confiar es creer.
Este año bailaremos acompañadas con
músicos en vivo, lo cual resulta increíblemente emocionante no sólo porque la
música se asimila mucho mejor así, sino también porque los ensayos con ellos nos
han permitido entender la música clásica egipcia. En general, mi amor por la
música no conoce límites, así como mi curiosidad, pero lo cierto es que jamás
me he sentado a aprender sobre ella de verdad, sobre tiempos, ritmo y armonías y
sobre quién sabe cuántas más cosas de las que quizás jamás tendré idea. Ni qué
decir de la música oriental, que dista bastante de la occidental, con instrumentos
que uno ni siquiera ha visto en la vida y estructuras tan cuidadosamente
pensadas y construidas para expresar algo que parece hallarse en un idioma tan ajeno
para nosotros como el árabe mismo.
Hasta el momento he aprendido los
movimientos y la técnica siguiendo coreografías, pero llegó la hora de
improvisar un balady, un tipo de danza clásico en el cual hay una orquesta
completa y un músico solista que improvisa mientras la bailarina improvisa con
él. Sí, yo sé que suena un poco hippie y que muchos van a decir - como yo lo
hice al principio - que eso es totalmente imposible y que seguro hay
coreografías o movimientos acordados por los dos para que ella entienda bien
cómo está tocando él bien sea el acordeón, el violín, el nai o el quanón. Pero
no. Es verdad que el músico improvisa y que la bailarina trata de comunicarse
con él de alguna forma para seguirlo, observando su expresión porque sí se
puede leer a la persona de esa forma, en especial cuando es un músico del cual
uno conoce su trabajo. Es como entablar una conversación, en la que uno espera
con paciencia la melodía y el cuerpo responde a ella con libertad, mientras él
observa para continuar tocando basándose en los movimientos que ve en la
bailarina. Alguna vez me dijeron que la bailarina trata de traducir al público
la música para que éste sea capaz de escucharla mientras la ve, que la
bailarina hace tangible el sonido a través del movimiento. Pero como todo
traductor, eso quiere decir que ella debe conocer a ciencia cierta qué es lo
que está escuchando y sobretodo, sentirlo como propio.
El reto comenzó con entender lo
que se escucha y es que tenemos el oído tan poco educado que no notamos ni una
quinta parte de todos los elementos presentes en la música. Ahora, es verdad
que el balady tiene un orden definido para guiarse: la pieza comienza siempre
con un taqsim, un solo de algún instrumento melódico que representa diría yo el
menor de los retos, porque a pesar de ser una improvisación, estás uno a uno
con el músico, puedes seguirlo sin interrupciones. La darbuka entra
posteriormente marcando un ritmo particular y reconocible (fue necesario un
curso de ritmología para reconocer ritmos orientales), lo cual es complejo porque
a los latinos la percusión suele dominarnos por completo y llevarnos hacia
donde vaya. En este segmento puede o no entrar la orquesta para añadir aún más
elementos y la idea es conservar la marcación de la percusión pero dando
protagonismo a la melodía. Viene una parte de pregunta-respuesta que puede
involucrar varios elementos y debe reflejarse en los movimientos. Finalmente,
la percusión literalmente explota marcando ritmos mucho más enérgicos y le
acompaña la melodía y la orquesta de forma más acelerada, el punto en el cual
la bailarina simplemente se mueve eufórica para finalizar simultáneamente con
la percusión.
Estamos en proceso de aprendizaje
y es difícil. Sin embargo, no es imposible. Es como si la música te llamara,
como si impulsara al movimiento sin esfuerzo, sin pensar. A veces me da pena o
me da miedo hacerlo mal, pero creo que hay que acostumbrarse a que ese espacio
de tiempo y ese sonido es solo mío y que puedo hacer con él lo que me plazca.
Pocos eventos en la vida me han
marcado tanto como cuando a final del año pasado decidí pintar en la pared de
mi cuarto alguna frase que me recordara constantemente esa persona que soy y
que acababa de reconocer. La elegida fue una que decía María Barilla: “Yo no
soy de nadie, es más, soy del que me da la gana”.
No importa con qué ánimo llegue a
mi casa, la sensación de poder y autoridad que me inspira es constante e
intensa. Han ocurrido una serie de cosas en mi familia y en mi círculo de
amistades últimamente que me hacen pensar que no puedo estar más aburrida de
todas esas reglas a las que supuestamente tenemos que amoldarnos. Supongo que
están tanto para hombres como para mujeres, pero por obvias razones me indignan
más las de las mujeres. Sumisas, obedientes, calladas, educadas, con la voz
equiparable al suave murmullo del viento en las mañanas, con pocas libertades y
atribuciones, con miedo a expresar lo que pensamos, lo que sentimos, lo que
queremos o no queremos a causa de algún tipo de prohibiciones que vaya uno
saber quién carajo se inventó. Que si conseguimos tipos, que si no, que si
somos atractivas, que si no lo somos, que cómo podemos actuar, vestirnos,
hablar e incluso pensar para ajustarnos a eso que buscan los hombres, para ser
aceptadas, para ser reconocidas, para ser valoradas. ¡Já! Cómo si para sentirse
completo y feliz se necesitara reconocimiento y aprobación adicional al propio.
Me interesa que mi jefe reconozca mis capacidades, por ejemplo, básicamente
porque él es quién me paga. Por lo demás, creo que ya no me importa. Si les
parece que soy grosera, o alzada, o que peleo o critico o me río mucho, si los
tipos se asustan cuando me gustan porque se los digo de frente o si se ofenden
porque les digo que no, si les parece que me creo mucha cosa o que tengo un complejo
de inferioridad, si algunas de las mujeres que me rodean se empeñan en tratar
de hacerme sentir mal o inconforme conmigo misma, sepan de una vez que simplemente
no me importa.
Estoy cansada de tanta regla
inútil, de tanta fórmula casi alquímica para hallar la felicidad, de esa
superioridad moral de algunos para mandar en la vida de los demás, como si
estuviera siguiendo una clave taxonómica. Es posible que este tema ya lo haya
mencionado en algún post previo en este blog, pero qué hacemos, así soy yo: de
impulsos. En cuanto a lo que le gusta o no a los tipos, como dice Britney: "There's only two types of guys out there, ones that can hang with me and ones that are scared".
Andrea y yo somos amigas desde el
colegio. Nuestra historia comenzó con un odio profundo en 5° de primaria, no sé
bien por qué, que terminó de la manera más curiosa en un lazo de amistad
fuerte, el único diría yo que ha sobrevivido a través de los años. Hemos pasado
problemas, nos hemos distanciado por unas temporadas, pero la conexión sigue
ahí y espero que perdure por más tiempo, especialmente porque personas como
ella no aparecen todos los días y porque mujeres como ella, de esas que uno
admira, tampoco se conocen con frecuencia.
En el colegio nos la montaban
básicamente por feas y porque no teníamos novio, incluyendo a nuestras “amigas”
del grupo, que recalcaban que nos arregláramos para las fiestas a ver si
levantábamos algo. A las dos nos molestaba profundamente y decidimos burlarnos
de nosotras mismas, enfatizar que éramos muy feas y ahorrarles el trabajo a
todas aquellas que se empeñaban en hacernos sentir mal. El juego era hasta
divertido, pero no sé hasta qué punto pudo crearnos alguna distorsión de la
realidad, no solo en cuanto a la percepción de nuestro aspecto físico sino
también en la construcción de un ideal que no solo es inalcanzable sino también
falso.
Anoche salimos a tomarnos un café
y hablar de la vida, de las crisis, de la carrera, de los planes, del futuro.
Hemos tenido episodios desafortunados en nuestras citas últimamente, hemos
conocido hombres bastante decepcionantes y otros que nos roban la atención y se
ganan nuestros corazones sin proponérselo pero que nos ignoran, esas cosas que
siempre pasan. Decíamos que nos gustaría tener esa magia, esa chispa
inexplicable que tienen algunas personas y que las hacen tan atractivas a los
demás. Nos burlamos de nosotras mismas nuevamente, pero esta vez, las cosas han
cambiado. Somos conscientes de quiénes somos y qué tenemos. Sabemos que valemos
mucho y que ese pasado que nos perseguía ya pasó. No sé ella, pero yo me di
cuenta que he pasado varios años de mi vida anhelando ser una de esas mujeres
que llaman la atención con solo entrar a un recinto, lo cual viene a ser un
ideal falso, básicamente porque puede que haya algunas personas llamativas,
pero ni son tantas ni eso demuestra mayor cosa. Nosotras también tenemos cosas
buenas y malas, como todo el mundo y no vale la pena seguir palabras necias de quienes
buscan bajarle a uno los ánimos a toda costa. Estar bien y en paz con uno mismo
no tiene precio y me alegra profundamente ver en sus ojos - y espero que se
refleje también en los míos - que en ese punto estamos ahora.
Hay un leve recuerdo en algún
lugar de mi memoria sobre un ballet ruso al que me llevaron cuando tenía unos 4
años y otro sobre danzas folclóricas de la compañía de la maestra Sonia Osorio
uno o dos años después. No sé bien si ese es el motor que me ha impulsado toda
la vida a seguir bailando, a pesar de las situaciones económicas difíciles, de
la falta de tiempo o de los grandes lapsos en que dejé la danza por completo. Todo
comenzó con el ballet: mi sueño era ser bailarina de ballet porque me parecía -
y me parece - bellísimo. Comencé a los cuatro años, pero pasó el tiempo,
pasaron muchas cosas y terminé bailando después de muchos años danza árabe, que
también me parece hermosísima pero difiere bastante de la estética, la técnica
e incluso el mensaje del ballet.
La primera clase de danza árabe
fue una corrección total de la postura. De hecho, ha seguido siendo así desde
aquella vez hasta el sol de hoy, porque la forma en que distribuyo el peso de
mi cuerpo en los pies es bastante particular. La morfología de los pies permite
apoyar el peso hacia el talón, la región externa y los dedos que dan en parte
el equilibrio. El arco del pie debe quedar bien formado, alejado del piso para
permitir el paso. Muchas personas apoyamos bastante mal el peso lo cual se
evidencia en el desgaste polarizado de los zapatos o en la formación de un pie
plano que no es necesariamente genético. Mi maestra ha preguntado
reiteradamente si yo tuve displasia de cadera, porque no termina de explicarse
la razón por la cual apoyo todo el peso hacia el frente del pie (es decir, los
dedos) y dejo el talón descuidado y por ende el tobillo y la cadera lo cual
desbalancea el centro de masa y termino perdiendo el equilibrio fácilmente o
ejecutando los pasos desde los pies y no desde la cadera.
No hubo displasia, no hubo
problemas congénitos, genéticos ni ortopédicos durante la infancia pero sí hubo
ballet. El ballet venía acompañado para mí por una sensación etérea, como si
volara, básicamente porque el peso del cuerpo se sostiene en medias puntas o
puntas completas y uno siente que está fuera del mundo, en las nubes. La danza
árabe se ejecuta siempre con el peso bien apoyado en los pies y los tobillos,
con los pies sobre la tierra y no sólo desde el punto de vista técnico (de no
ser así, el movimiento de cadera simplemente no es posible) sino también desde
la sensación, de estar acá, de no tenerle miedo a la realidad, de ver el mundo
grande como es pero manteniendo siempre el equilibrio, firme en el suelo. Yo
sigo andando en puntas por la vida.
Decidí que me gusta más estar
sobre la tierra. Decidí que me gusta la sensación etérea pero que es bueno
estar acá viendo lo que pasa. Decidí que me gusta más esa versión de mi
personalidad que está con todo el peso apoyado en los talones como debe ser.
“…when the future’s
architectured by a carnaval of idiots on show”
¿No han sentido que están
viviendo en medio de un circo? ¿Qué todo lo que ven en las noticias, en la
calle, las disputas políticas y sociales no son más que parte de un cruel
libreto del que todos somos marionetas? Creo que la respuesta es obvia:
necesariamente tienen que haberlo pensado alguna vez. Es como estar atrapado en
una serie de convenciones sociales, tradiciones y costumbres las cuales no solo
son infundadas sino que no se ajustan a la realidad que vivimos. Que debemos
ser así o asá, debemos pensar esto o lo otro, debemos hacer las cosas a cierta
edad, debemos, debemos, debemos…los medios nos muestran una realidad
particularmente distorsionada, las dinámicas son cíclicas e irracionales: el
SMAD llega a la Universidad Nacional horas antes de ver al primer encapuchado y
más tarde inicia un teatro que observamos atónitos e indignados; las personas
que trabajan en bici-taxis en la estación de Prado del Transmilenio son
observadas a diario por los policías del CAI cercano a diario y de vez en
cuando les da el ataque de salir a perseguirlos y seguramente pedirles plata;
Maduro y Uribe continúan ese circo deplorable que había con Chávez lleno de
amenazas y disputas carentes de sentido; nos cobran una serie de impuestos por
arreglar las vías que siguen igual de maltrechas, piden cuotas extraordinarias
en el conjunto para mejoras que resultan siendo parte del patrimonio de la
administradora corrupta…
Lejos está este escrito de ser
una de esas cartas que pretenden sonar convincentes imitando el lenguaje oral,
las que reparten a veces para convocar a foros y reuniones con un montón de
gente que repite exactamente los mismos puntos de discusión sobre los que ni
siquiera están bien informados. Ese es otro circo. No se sabe qué es peor, si
estar en el espectáculo de los grandes, esos que controlan a las marionetas o
el de los otros, que aprovechan para reclutar incautos desinformados y modificar
su pensamiento para quejarse por absolutamente todo. Esto es física y
mentalmente agotador.
No sé ni siquiera cómo concluir,
quizás porque en realidad no hay una conclusión. La sociedad está estructurada
así, bueno o malo, pero es así. A veces dan ganas de huir bien lejos, seguramente
para entrar en otra dinámica igual de absurda, pero en otra región geográfica. "...el colectivo les perfila la razón"
“¡Oh dicha de
entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!”
Más o menos en Agosto del año
pasado - si la memoria no me falla como lo hace constantemente - hablé con un
par de personas en Twitter sobre Borges. En realidad, lo que hicieron ellos fue
contestar mis preguntas y hablarme de sus obras, de las cuales yo no conocía
ninguna pero estaba colmada de dudas. Me recomendaron comenzar por El Aleph o
Ficciones y de ahí, decidir para dónde seguir el camino, justo como cuando uno
escucha un disco de grandes éxitos de un artista para ver qué le gusta más y
seguir esa línea de tiempo. Esa misma semana compré El Aleph (hay muchas cosas en
las cuales actúo inmediatamente y comprar libros es una de ellas) y decidí que
cuando terminara lo que estaba leyendo en ese momento, lo comenzaría. Así lo
hice.
Ahora, me sorprendí porque El
Aleph resultó ser un libro con muchos cuentos cortos y yo podría haber apostado
mi vida a que era una novela completa. Pensé que cuando los libros son así, uno
puede digerirlos fácilmente, a punta de cuentos de dos, tres o máximo cinco páginas,
puede terminarse un libro en poco tiempo y casi ni se siente. Me aventuré a comenzar
(en orden, por supuesto) con “El inmortal”.
No pude leerlo con fluidez.
Comenzaba y no entendía, me devolví una infinidad de veces y nada, como si
estuviera escrito en latín, como si las palabras hubieran sido elegidas al
azar. Lo terminé con bastante dificultad sin estar muy segura de lo que decía y
decidí seguir con “El muerto”. Parecía tener una historia ligeramente más
tangible para mí, pero sucedía lo mismo, no lograba conexión, no entendía nada,
tenía que releer al menos tres veces cada párrafo o incluso cada oración y aún
así, no era claro. Decidí que continuar era inútil si la historia se repetía
con cada uno de los cuentos y peor aún si con “El Aleph”, que era el que me
tenía con más curiosidad y expectativas, sucedía lo mismo. A veces hay libros
que uno debe dejar añejar en la biblioteca personal o de pronto el que se añeja
es uno mismo y ese fue el camino que decidí tomar con Borges.
En Abril retomé la misión y volví
a comenzar como si nada hubiera pasado con “El inmortal”. De nuevo no fue fácil
pero lo terminé y continué hasta terminar esta mañana leyendo “El Aleph”. Borges
es sensacional, pero abrumador. Al principio me sentí como atrapada por un
cardumen en medio del mar, como si todo diera vueltas alrededor de un individuo
confundido que no sabe bien a dónde dirigir la mirada, porque todo parece igual
pero es diferente y además es inconexo. Pero si uno se calma y se deja llevar,
termina en donde quiere ubicarlo el autor, sin hacer preguntas y sin esa
angustia y confusión. Al menos en este libro, Borges utiliza una gran cantidad
de información, personajes, lugares e historias y a mí, que me encanta preguntar
todo, me dejaba perdida en un universo de conocimiento que no tengo. Pero me di
cuenta que no importa si uno no ha leído Martín Fierro o si no conoce mucho
sobre la segunda guerra mundial o si no sabe qué hizo Averroes, aún es posible
entender los personajes que Borges presenta. Siempre señalo las frases que me
llaman la atención en los libros con post-it y al releer las que dejé en este
libro y también al terminarlo, descubrí que sí hay conexión entre todo lo expuesto,
como si uno viera ese punto en que todo converge en el universo. Los cuentos son respuestas y más preguntas. Todo es pura luz.
Sólo con escuchar la historia no
termino de entender. Los hechos no me parecen suficientes para justificar nada,
no puedo evitar permanecer sentada en un muro a lo lejos presenciando actos con
los que no estoy de acuerdo, formas de pensar que no me explico y que no apruebo.
Pero luego me doy cuenta que esa no es mi función ni mucho menos mi derecho y
que a la larga, no hay manera de entender del todo, estando tan lejos. Hace
falta meterse en la historia, hace falta escuchar y sobretodo, hace falta despojarse
de los prejuicios y de esas atribuciones auto-concedidas que le hacen pensar a
uno que puede condenar a los demás solo porque tiene una perspectiva diferente.
Hace mucho tiempo y también hace
poco tiempo encontré respuestas a mis preguntas. Me sentí entonces en la cima
del mundo, por encima del bien y del mal, como si ya no necesitara aprender
nada. Dedico entonces mi vida a llevar ese mensaje a los demás cuando atraviesan
situaciones parecidas, casi como una doctrina, convencida de su eficacia y de
su precisión. Bajo esa verdad, MI verdad, su comportamiento parece tan errático
y tantos sus desaciertos aún ante mis advertencias, que quisiera hallar la
forma de convencerlo para que entienda. Pero entonces, con cada explicación,
con cada palabra y con cada descripción me doy cuenta que mi dogma a la larga
resulta útil para mi contexto pero no necesariamente para el suyo. Hay
lecciones que yo apenas aprendí y que él ya sabía, hay otras que de seguro yo
sé y él no y sin duda hay muchas más que ninguno de los dos conoce. Me hace
caer en cuenta que no debo tratar de imponer mi verdad, porque las verdades de dos individuos rara vez
coinciden. Yo encontré respuestas que generaron más
preguntas. El y todos los que me rodean, tendrán que hallar las suyas y es
seguro que serán diferentes.
Hasta hace un par de horas me
creía la dueña de una verdad imbatible, la poseedora de una visión totalmente
objetiva del mundo y de los sentimientos. Pero lo cierto es que las cosas no
son así. Por supuesto, eso no le resta eficacia a mi verdad en medio de mi
realidad, pero cuando estoy tratando con otras personas, tengo que olvidarme un
rato de ella y concentrarme en escuchar, que resulta mucho más fructífero que
hablar. Se me ocurre entonces, mientras camino hacia mi casa escuchando música
y pensando en Borges, que la vida no es más que la distorsión de la realidad en
la cual decidimos permanecer.
Tengo la impresión de que la
danza en muchos campos ha dejado de ser la expresión de un sentimiento o una
idea y se ha convertido en una exhibición acrobática. Se consideran buenos
bailarines aquellos que pueden bailar prácticamente cualquier género musical incluyendo
algo de teatralidad. Eso es cierto, pero para poder transmitir el sentimiento
apropiado, es mucho mejor tener un contexto histórico, lo cual quiere decir que
no es sencillo bailar apropiadamente algo sin conocerlo a fondo. La tendencia
no es buena ni mala, cada uno elige que hacer.
Naima Akef, mi favorita de la historia.
No ha sido posible definir con
precisión el origen de la danza árabe. Al parecer, no hay una fecha, un lugar o
una persona a quién atribuirle la invención de los movimientos del vientre
característicos de esta danza lo cual es perfectamente lógico porque es la expresión
de un pueblo que se forjó mucho antes que el nuestro y bajo una serie de
creencias muy distintas con respecto a la naturaleza que nos rodea y a nuestro
papel en la misma. Cuando alguien habla de danza árabe, la gente piensa
automáticamente en Arabia Saudí, repiten como loros que los sultanes tenían
numerosas bailarinas para su diversión y que el único propósito de la danza es
seducir hombres. Piensan también en “Mi bella genio”, en Shakira y en la danza
de los siete velos.
La danza del vientre se originó
en Egipto pero no se sabe con certeza cuándo. Los egipcios conformaron
Samia Gamal y Tahia Carioca
una
civilización brillante que más adelante se fusionaría con la Griega en el
centro del conocimiento del mundo antiguo: Alejandría. Sin embargo, durante
mucho tiempo y debido a las dificultades geográficas, los egipcios permanecieron
solos, libres de invasiones, bajo la bendición del río Nilo que estructuró el
pensamiento de todo el pueblo y que forjó sus conceptos de la vida y de la
muerte. La fertilidad que confería el limo del Nilo a la tierra fue algo
atesorado por los egipcios puesto que esto permitía su supervivencia. La danza
del vientre es simplemente la expresión de un pueblo, la danza que uno
encuentra en una boda musulmana hoy en día y que bailan hombres y mujeres, tal
y como encontraría uno aquí gente bailando salsa, merengue, cumbia y pasillos (entre
otros que ya no se bailan, pero son autóctonos). Sin embargo, alrededor de toda
esta cultura que tanto dista de la nuestra, existen una serie de mitos creados
bajo la interpretación errónea de los ojos occidentales.
Nagwa Fouad.
Es innegable que la danza del
vientre resulta bastante llamativa por el movimiento enfático de la cadera. La
tan famosa “danza de los siete velos” que tantas personas usan como referente,
por ejemplo, no existe. Este baile ficticio fue popularizado por dos razones
principales: la primera, Oscar Wilde que en su obra de teatro “Salomé” (que
posteriormente sería llevada al cine) describe una escena en que ésta presenta
una danza seductora despojándose de siete velos en una fiesta para agradar a
Herodes. En segundo lugar, está la popular bailarina exótica Mata-Hari, quien
sería acusada y condenada a muerte por espionaje durante la primera guerra
mundial y que al trabajar como cortesana y habiendo aprendido movimientos de
danza árabe, realizaba lo que llamaba “el baile de los siete velos”. La danza
árabe NADA tiene que ver con el striptease y el traje que se utiliza para
bailar es una adaptación para escenario que deja descubierto el abdomen con el
fin de observar los movimientos, especialmente las vibraciones que no son tan
evidentes con la bata clásica de saidi que se utiliza en las danzas folclóricas.
La danza egipcia era esencialmente
típica de reuniones pequeñas, fiestas (haflas) o ceremonias religiosas,
Fifi Abdou
pero en
la década de los 20 con la llegada de los casinos a El Cairo, la danza invade
los escenarios de los mismos con el objetivo de entretener un público nacional
y extranjero, siendo protagonistas las mujeres, puesto que era los hombres
adinerados quienes asistían. También comienzan a aparecer en producciones
cinematográficas y se convierten en celebridades, de las cuales se habla en
todas partes. Para las décadas de los 30 y 40 aparece la fundadora de la danza
egipcia como la conocemos, Samia Gamal y también Naima Akef y Taheya Carioca,
quienes tienen un estilo bastante sofisticado, rutinas sin desplazamientos
grandes y movimientos recatados y dulces. Para los 60 y 70 aparecen Nagwa Fouad
y Soheir Saki, con un estilo un poco más “atrevido” y seductor, pero manteniendo
la elegancia. Para los 80 aparece Fifi Abdou, la encarnación de la fiesta, la
alegría y la expresión aún por encima de la técnica, de la cual no recibió instrucción
en sus inicios. Los movimientos de Fifi invitan a bailar, es increíblemente
alegre. Finalmente está Dina, actualmente la más famosa de Egipto y medio
oriente, con un estilo muchísimo más atrevido, no sólo en los movimientos sino
también en el vestuario y la expresión. Las dos últimas bailarinas han
despertado amores y odios y son bastante polémicas.
Dina
Durante todo ese tiempo la danza
árabe llegó hasta occidente y se incorporaron elementos adicionales e incluso se han creado estilos nuevos como el tribal. Los abanicos de seda y las alas de isis por ejemplo, en realidad no son
egipcios ni acompañaban esta danza originalmente. Se utilizan para bailar temas
modernos puesto que al estar manipulando un instrumento, no se hace mucho
énfasis en los movimientos de la cadera, separando esta dinámica de la danza
clásica egipcia. Los bailes folclóricos, por su parte, pueden incluir bastones
de bambú (saidi), mantos gruesos y de colores oscuros (melaya), faldas llenas
de arandelas sobrepuestas (hagalla) y amplias batas de colores brillantes (khaleege).
Puede utilizarse también el sable o el candelabro, que son instrumentos egipcios o el velo, del cual no hay constancia histórica exacta que muestre el momento en que fue utilizado en la danza.
Margot Fontayn
Bailar cualquier tipo de danza es
complicado. Todo indica que debe encontrarse un balance entre la técnica y la
expresión, siendo esta última la más difícil de conseguir porque implica
entender no sólo los movimientos sino la estructura de la música, la historia que
hay detrás y además hallar la forma de expresar todo eso. Sucede en todo tipo
de danza. En cuanto al ballet por ejemplo, decían que Margot Fontayn no tenía
buenos pies porque el arco del pie no era lo suficientemente pronunciado y
tenía las piernas cortas. Sin embargo, verla bailar es mágico, tanto, que llegó
a ser prima ballerina assoluta, un reconocimiento que han logrado pocas
en la historia.
Otro ejemplo sería Maya Plisetskaya, nadie ha interpretado a
Odette y Odile en el Lago de los cisnes con
tanta emoción como ella, su técnica
es buena, pero llama la atención más que muchas otras por la teatralidad y la
pasión que muestra al bailar. Habrá que buscar con el tiempo y esperar
pacientemente a dónde nos lleva la corriente de la tradición y de la música.
Habrá que seguir bailando.
Hay que admitir que una buena
parte de las conversaciones entre mujeres se centran en los hombres: en lo que
pasó con fulano, lo que dijo, lo que escribió, lo que puede pasar y lo que
definitivamente no pasará jamás. Supongo que todas funcionamos bajo una lógica
similar que nos permite entender diferentes circunstancias y puede que estemos
en búsqueda simplemente de ser escuchadas más que de recibir consejos.
Es evidente y lógico además, que
una buena parte de la forma en que pensamos esté modelada por nuestro entorno social,
cultural y familiar. Lo que sí es aterrador es la cantidad de estigmas y
barreras que tenemos automatizados y que además usamos para lanzar juicios no
sólo hacia las demás sino también a nosotras mismas. Por supuesto, hay una
buena cantidad de hombres - esperemos que no sean todos - que llevan encima
exactamente los mismos prejuicios.
“Es que yo no soy de esas”. ¿De
esas cuáles? ¿Qué hay que hacer para perder el derecho a ser tomada en serio?
¿Qué es eso tan malo que puede borrar absolutamente todo lo que usted es y
dejar únicamente un calificativo que la tilde de fácil, de zunga o de zorra?
“Es que él va a pensar que me le
estoy ofreciendo” ¿Y usted cómo sabe qué piensa él? ¿Se le está ofreciendo de
verdad? Y si es así, ¿merece que la quemen o la crucifiquen por eso?
“Es que esa vieja se lo ofrece
muy fácil a todos” ¿Le afecta en algo? ¿Es problema suyo? Entonces ¿por qué
sufre?
Ahora, si usted no comparte la idea
de imponer esas etiquetas y se lanza de osada a expresar su opinión, no
faltarán quienes la incluyan en el grupo zorras de las que se estaba hablando. Eso
es aún más estúpido. Es más, eso prueba que para ser señalada basta con no
hacer nada y que para ser considerada una “señorita decente” lo ideal sería irse
a un convento o simplemente unirse al bando que juzga a los demás sin conocer
el contexto, ni las razones, ni los argumentos. Supongo que criticar la forma
de actuar de otras mujeres evita que se centre la atención en uno mismo.
Nuestra
forma de actuar es siempre dependiente del contexto. Uno puede tener una serie
de códigos del buen comportamiento pero eso no necesariamente se ajusta a las
situaciones que vive. A veces uno se arrepiente, a veces no. A veces se
equivoca, a veces no. De lo que sí estoy convencida es que eso no es suficiente
para definirlo a uno, para estigmatizarlo y mucho menos para causar autoflagelación:
suficiente tenemos ya con la campaña inquisidora de la sociedad que nos observa
bajo la lupa.
Sin embargo, teniendo en cuenta
que para ganarse una mala fama basta con no hacer nada, extiendo una invitación a defender las opiniones personales a toda costa, aún cuando a los demás no les parezca. De todas maneras,
andar por la vida lleno de prejuicios jamás le permitirá a uno conocer de
verdad a las personas.
Es una niña. Tiene el pelo
recogido que deja sin máscaras su rostro inocente, su mirada fija, asustada,
profunda. Los ojos grandes muestran sin secretos que le tiene miedo al mundo,
que tiene miedo de vivir, miedo al rechazo, al fracaso, miedo a no ser
suficiente, a no dar lo mejor de sí o a que eso, precisamente lo mejor no llene
las expectativas, se quede corto y sea humillada irremediablemente. Está
siempre cabizbaja, no se atreve a enfrentar al mundo, no puede elevar el pecho
al cielo, extender el cuello y levantar la frente porque tiene miedo, está
llena de inseguridades y de recuerdos. Será difícil que olvide las
humillaciones del pasado, que deje de considerarse menos que los demás, que
deje de culparse por lo que no hizo y que deje de lamentarse porque el tiempo
ya pasó y ella sigue igual. Será difícil que parte de ella misma deje de
detestarse, pero tal vez algún día comprenderá del todo que no vale la pena
sufrir por lo que pasó y por cómo actuó porque al fin y al cabo era lo único a
lo que podía recurrir en ese momento.
A su lado está de pie, con los
pies firmes en la tierra y la mirada al cielo una mujer que tiene el mismo
rostro. Ella, sin embargo, no está llena de temores sino de certezas. Parece
tener las respuestas serenas y consideradas a todo, no se recrimina nada porque
sabe que tuvo las razones suficientes para actuar como lo hizo y tiene plena
seguridad en que el camino que sigue, aún si no es el correcto, no la amenaza,
puede enfrentarlo, puede ver los demonios a los ojos y defenderse de ellos o
negociar para salir siempre bien librada. Puede enfrentarlo todo, siente la
fuerza correr por sus venas aún si las adversidades se multiplican y el paisaje
se torna oscuro, sabe que siempre puede utilizar una luz interna
para liberarse. Parece como si cargara el peso de una vida larga, pedregosa y
llena de lecciones que le ha enseñado a sobrevivir de la mejor manera, como si
supiera todas las respuestas, como si tuviera la verdad en sus manos siempre.
Las dos están condenadas a vivir
en un mismo espacio reducido. Es absolutamente necesario que se vean y hablen,
que discutan y concilien. Sin embargo, la primera vive asustada y la segunda la
recrimina, la trata mal y la culpa por todo. Lo cierto es que la niña no tiene
la culpa de lo que pasó antes pero esta mujer sí está en plena facultad para decidir lo que debe hacerse. El camino está trazado: hay que confiar en ellas, porque tal vez la única forma de hacer lo correcto, se decida entre las dos.