viernes, 15 de noviembre de 2013

Subpoblaciones

Alguna vez afirmé en Twitter - y sostengo mi afirmación - que hay una subpoblación de hombres a los que les encanta estar con mujeres que les hacen show por todo, que son celosas, inseguras e incluso histéricas. Eso sí, ellos viven quejándose precisamente de ese comportamiento pero no se alejan, ni buscan mujeres diferentes, sino que se quedan ahí escuchando cómo les arman batallas campales, se justifican, agachan la cabeza, piden disculpas, las calman y siguen como si nada. Creo firmemente que deberían dejar de engañarse - y de paso dejar esa idea de convencer a los demás de estar desesperados - y aceptar simplemente que les gusta eso, que mueren de la felicidad cada vez que les pelean, que no pueden vivir sin esa tonelada de dramas por cada paso que dan. No estoy muy segura, eso sí, de por qué esta subpoblación de hombres gusta de esas situaciones, no sé si les alimenta el ego o les gusta ver a las mujeres bravas o si es que simplemente se han habituado tanto que ya les haría falta.

Ahora bien, he notado que hay una subpoblación de mujeres (además de las histéricas) que también enloquecen a los hombres. Viven preocupadas del peso, de la apariencia, del maquillaje, de cómo se ven con la ropa que se ponen, buscan inducir piropos y halagos de parte de los hombres que las rodean y sobretodo, actúan como damiselas en peligro absolutamente todo el tiempo. No son capaces de nada, no les da la fuerza, ni el empuje, ni el miedo. Se asustan por todo, por salir solas, por estar solas, por hacer cualquier cosa, por levantar cualquier objeto, no toleran el exceso de frío, ni el calor, ni la comida con grasa, ni los jugos con azúcar, mejor dicho, ponen problema por cada paso que dan. Ahora, lo increíble de todo, es que a pesar de todos los problemas que arman por cuanto detalle acontece, los hombres están ahí detrás, para ayudarlas, levantarlas, abrigarlas, llevarlas, traerlas y gastar hasta más del sueldo que ganan si con eso las tienen felices. Primero pensé que esa actitud era un “lujo” reservado para las mujeres más atractivas, que sólo por apariencia física tienen hipnotizados a los hombres, pero me he dado cuenta que a la larga el físico pasa a un segundo plano si ellas saben utilizar las armas correctas.


Recientemente un amigo me dijo que tal vez yo no tenía mucho éxito con los hombres porque vivo dando la imagen de no necesitar a nadie, que los tipos no se me acercan porque pensarán que para qué. Al principio me sentí mal, hay que decirlo. Pero últimamente he estado rodeada de un par de mujeres como las que he descrito y que efectivamente tienen a todos los tipos detrás de ellas y decidí que lo que me dijo mi amigo a la larga no me parece ofensivo, sino bastante favorable. Él tiene razón: yo no necesito a nadie. No necesito que me ayuden a cargar nada, ni que me solucionen los problemas y mucho menos soy una damisela en peligro que busca ser rescatada. Me gustaría un igual, eso sí, pero jamás un dueño ni un príncipe. Eso voy a dejarlo para los cuentos de hadas y para esas subpoblaciones de hombres y mujeres que buscan y encuentran en esas actitudes lo que los hace felices.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Flor

Flor llegó a Bogotá con apenas 17 o 18 años. Venía del campo y encontró en la casa de mi tía de 16 años recién casada un trabajo como empleada del servicio interna. Tuvo que aguantarse el mal genio de mi tía, sus caprichos de "señora de alta alcurnia" (cabe anotar que mi tía siempre se ha considerado de unos cuatro estratos más altos que el resto de la familia), los problemas, las crisis, los ratos buenos y malos de una familia que no era la suya. Dieciocho años después mi tía se fue definitivamente para Estados Unidos y Flor quedó trabajando únicamente en la casa de mis abuelos, lidiando con el genio de mi abuela, que era un tanto complicado y que con los años empeoró a causa de un EPOC que le ocasionó el cigarrillo.

Flor ha acompañado media vida a esta familia, ha visto crecer y ayudado a formar tres generaciones de nietos incluyéndome a mí, la menor de todos los primos. Ha estado junto a la cama de cuántos han caído gravemente enfermos, incluyendo a mi abuela, cuando pasaba varias semanas hospitalizada a causa de alguna gripa que era un factor agravante en un paciente como ella, con enfisema pulmonar y asma; a mi abuelo que atravesó un tratamiento para la leucemia y por supuesto a mi papá, durante los tres meses que estuvo tan grave después del accidente. Nos ha acompañado en los matrimonios, en los bautizos, en los cumpleaños, en los funerales, ha derramado lágrimas por cada familiar que hemos perdido y ha brindado con nosotros en cada celebración.

Anoche me dijeron que Flor parece estar atravesando un cuadro grave de migraña, dos semanas con intenso dolor de cabeza, vómito, alteraciones en la visión, que está deshidratada y desvariando. Le ordenaron un TAC en un centro médico, pero la cita para el examen es hasta dentro de tres semanas. Tienen que transportarla en buses o a pie, porque no hay dinero suficiente para pagar taxis. Flor vive en el Perdomo alto y tiene dos hijos y cinco nietos que ella sostiene con su trabajo. Afortunadamente, lograron hacerle el examen hoy y no parece haber resultados negativos, ahora hay que tratar el dolor.

No tenemos con qué pagarle a Flor todo lo que ha hecho por nosotros. No tengo cómo agradecerle todo lo que hizo por mis abuelos, por mi papá y por mí. Odio esta sensación, esta incapacidad de hacer algo, más que colaborar con dinero para que la traten lo más pronto posible. A veces quisiera creer en algún dios para pedirle por ella. Pero la vida me ha enseñado que eso no sirve de nada.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Finding Rodríguez

One of my friends, Andrea, heard some time ago from one of her friends in the doctorate, about Rodríguez and one of his songs, “Sugar man”. She sent me the song several times and insisted on the fact that I should heart it carefully since he was not only a great performer but also his ability as a composer was similar to Bob Dylan’s. Dylan? Off course, there is the possibility of Rodríguez being a good composer but compare him to Dylan sounded like an exaggeration. To be honest, I listened to “Sugar man” and it went through my ears simply, it did sound good, I won’t deny it, but I didn’t take it enoughly serious, just as it has happened to me several times with excellent bands and singers. I think it is necessary to pay more attention. Let this one be a life lesson.

Rodriguez’s life was a complete mystery for a long time, even for those who knew him closely and worked with him. He was a weird individual that lived in Detroit but nobody knew exactly what he did, who he was or where he lived. The only thing they certainly knew was that he played the guitar and sang songs that he wrote himself based on the reality he saw and lived in his own flesh in the local pubs. His lyrics are full of critics and observations on an unfair social system, which segregates and turns people on slaves of other people that keeps getting richer by the first’s work and that sacrifices life without any shame. It is a raw reality, that from which we all try to runaway but that keeps being there, that has been present for centuries in every corner of the world. Under certain circumstances, a producer heard Rodríguez in a bar in the middle of a dark night and being himself who actually compared him to Dylan, talked to the artist to record an album, because he was pure talent. Rodríguez actually recorded two albums which were a complete disaster on sales in the United States before the astonished eyes of those who knew the music business. Rodríguez disappeared. Some people said he had killed himself with a gun in the middle of a concert, others said that he set himself on fire in a concert too and some said he died because of his drugs’ addiction.

It is not well known how, but apparently, thanks to a young woman who travelled to South Africa with a Rodríguez’s long play for her boyfriend, the commercial disaster that was “Cold Fact” - the artist’s first album - landed in the Apartheid mandated territory and he turned into the free expression’s voice, in the reveal of disastrous realities and in the fact that it is valid to complaint and reveal against an unfair political and social system that sacrifices individual freedom and rights. Rodríguez became the voice of the people, heading without even knowing it a group of young, brave and independent musicians that started talking or better said, singing. There starts the whole journey to find out who is this mysterious character from which not even people from the US know anything about. Searching for Sugar man is the movie that we watched yesterday with Andrea, and it is I would say, one of the most amazing and unbelievable stories on the music business I’ve ever heard about.

There are specially a couple of things that caught my attention in this story. The first one is that despite the huge amount of terrible things of wich this lost humanity is undoubtedly author, it is also amazing the amount of people with marvelous capacities and skills you can find in a street or a bar or in any place. It is one of those facts that one usually forgets, that Socrates had so clear in his mind and that today we don’t even consider. The second is an observation about Rodríguez that mentioned one of his colleagues at work. He said that Rodríguez had the ability of creating something new and beautiful out of cruel and sad facts as those he saw and lived every day. “Have you ever done that? Turn something terrible in something new and marvelous.” Those words are still in my head. Maybe we all do not have that gift, but we should at least try.

These are the stories that fulfill my heart with happiness every time that routine turns into something unbearable for me. A few years ago I didn’t care if I went out of home or not, if I had to study or to read something or not, life was just passing by in front of my eyes and I didn’t mind. I had a lot of problems in that moment, most of them are now solved and in this particular moment, I deeply hate this lethargy spaces of time because I feel there’s a huge world out there with interesting, happy, sad, melancholic, incredible, magic and terrible things and all of them are definitively things one must see. Rodríguez has made me believe again and it has been a long time since I felt this faith in humanity.




martes, 10 de septiembre de 2013

"Searching for Sugar Man"



Andrea conoció hace un buen tiempo gracias a un compañero del doctorado a un tal Rodríguez y una canción de su autoría llamada “Sugar man”. Me envió la canción en repetidas ocasiones insistiéndome en escucharla con atención puesto que no era sólo un excelente intérprete sino que además su habilidad como compositor era equiparable a Bob Dylan. ¿A Dylan? Es posible que Rodríguez sea un buen compositor pero compararlo con Dylan me pareció una exageración. Para ser honesta, escuché “Sugar man” y pasó por mis oídos sin pena ni gloria, sonaba bien, sí, pero lo pasé por alto como me ha sucedido en repetidas ocasiones con bandas y cantantes grandiosos. Creo que es necesario aprender a prestar más atención. Que esta sea una lección de vida.

La vida de Rodríguez fue un completo misterio durante mucho tiempo, incluso para aquellos que lo conocieron de cerca y trabajaron con él. Era un personaje extraño que habitaba en Detroit, pero nadie sabía bien qué hacía, quién era o en dónde vivía. Lo único que sabían es que tocaba guitarra y cantaba canciones que él mismo componía basándose en la realidad que veía y vivía en carne propia en los bares de la ciudad. Por supuesto las letras están cargadas de críticas a un sistema social injusto, que segrega, que esclaviza a unos para enriquecer a otros, que sacrifica vidas sin la más mínima vergüenza. Es una realidad cruda, esa de la que todos pretendemos alejarnos pero que sigue estando ahí, que lleva cientos de años presente, aquí y allá. Por diferentes circunstancias, un productor escuchó a Rodríguez en un bar en medio de una noche oscura y nublada y siendo él mismo quien lo comparó con Dylan, habló con él para grabar un disco. Rodríguez grabó dos álbumes que fueron un completo fracaso en ventas en Estados Unidos ante los ojos atónitos de aquellos que saben de música. Rodríguez desapareció. Algunos decían que se había suicidado durante un concierto de un tiro en la sien, otros que se había prendido fuego en plena tarima frente a los asistentes y otros que había muerto de sobredosis.

No se sabe bien cómo, pero aparentemente gracias a una joven que viajó a Sudáfrica con un vinilo de Rodríguez como regalo para su novio, el desastre comercial que fue “Cold Fact” el primer álbum del artista aterrizó en esta tierra dominada entonces por el Apartheid y se convirtió en la voz de la libertad de expresión, en la revelación de realidades desastrosas y en la consciencia de que está bien quejarse ante un sistema político y social que es injusto y que sacrifica las libertades y derechos individuales. Rodríguez se convirtió en la voz de un pueblo, liderando sin saberlo un grupo de músicos independientes, jóvenes y osados que comenzaron a hablar, o mejor dicho, a cantar. Inicia entonces toda una cruzada por averiguar quién es este misterioso personaje del que no conocen nada ni siquiera los propios norteamericanos. Searching for Sugar Man es el documental que hoy vimos con Andrea y que, diría yo, es una de las historias más increíbles del mundo de la música de las que he sabido.

Hay dos cosas que me llamaron especialmente la atención de esta historia. La primera es que a pesar de la gran cantidad de cosas nefastas de la que es autora esta humanidad descarriada, es increíble la cantidad de personas con habilidades maravillosas que uno puede encontrar en una calle, en un bar o en un lugar cualquiera. Es una de esas verdades que a uno se le olvidan constantemente, que Sócrates tenía tan clara y que hoy pasamos por alto con frecuencia. La segunda es una observación sobre Rodríguez que lanzaba uno de sus compañeros de trabajo. Decía que él tenía la capacidad de crear algo nuevo y hermoso a partir de hechos tan crueles y tristes como los que observaba y vivía. “¿Se han preguntado si han hecho eso alguna vez? Convertir algo terrible en algo nuevo y maravilloso.” Me quedaron rondando esas palabras en la cabeza. Quizás no todos tenemos el don, pero al menos deberíamos intentar vivir así.


Estas son las historias que me llenan de vida cuando la cotidianidad se me convierte en algo insoportable. Hace unos años, no me importaba si salía o no, si tenía que ir a estudiar o no, si tenía algo qué leer o no, la vida me pasaba de frente y a mí no me importaba. Tenía muchos conflictos entonces que hoy están solucionados y ahora me molesta profundamente vivir en letargos, porque me parece que es tiempo desperdiciado y que hay un mundo enorme allá afuera con cosas interesantes, alegres, tristes, melancólicas, increíbles, mágicas, terribles y que todo eso hace parte de lo que hay que ver. Rodríguez me ha hecho creer de nuevo en la humanidad y hace un buen tiempo no sentía eso.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

A veces

A veces me gusta pensar que me observas desde lo alto, desde las estrellas. A veces me gusta pensar que puedes escuchar lo que pienso y lo que digo. A veces me gusta imaginarme que estás orgulloso. A veces me gusta pensar que me guías, que me escuchas y que me cuidas. Y entonces, sonrío.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Mi primer intento de Baladi

Hace tiempo encontré una canción de Hossam Ramzy, llamada "El Hob Halal" que me encantó. Básicamente, me atrapó el solo de acordeón con que comienza y desde entonces la he escuchado infinidad de veces. Tiempo después, descubrí que es un baladi, uno de los tipos de música más tradicionales egipcios, para el cual no se hacen coreografías y donde el objetivo es que la bailarina plasme con el cuerpo todo lo que suena: la percusión, la orquesta y los instrumentos solistas. Es difícil, sobretodo porque en general tengo muy mal oído. Sin embargo, he trabajado durante todo este año con el mayor empeño posible por lograrlo. Anoche me animé a bailar y a grabarme, para ver qué tal va el progreso. Dejo aquí el video, que me permitirá corregir errores y mejorar falencias. Este es mi primer intento de baladi, una improvisación, por supuesto.


viernes, 30 de agosto de 2013

Mujeres: dejen vivir.

Este año, mi grupo de danzas por fin cambiará los colores de vestuario con el que ha trabajado y abrirá paso a los colores cálidos: rojo, naranja y amarillo. Por diversas razones le he mostrado el video a varias personas, algunas que me ayudarán con el vestuario, otras que trabajan conmigo, otras que tienen curiosidad de cómo es la presentación de fin de año. Hombres y mujeres han visto los solos de tabla, los bailes modernos, los clásicos y los balady tanto de mi maestra como de los numerosos grupos que tiene ya la escuela.

Los hombres por lo general, buscan a las viejas más buenas del video. Las que tienen mejor cuerpo o las que tienen más gracia, las que bailan más chévere o mueven mejor la cadera y su atención se centra en ellas. Más allá de eso, los comentarios no son muchos. Pero las mujeres…me perdonarán la expresión - y algunas mujeres, porque no son todas - pero ¡qué hijueputa jodedera! ¿Será que es posible que observen a otras mujeres durante más de 15 segundos antes de lanzarse como aves de rapiña en contra de ellas? Como el asunto es danza árabe y el vestuario muestra el abdomen, los comentarios ofensivos no se hacen esperar: “pero son todas bastante gorditas, ¿no?” “yo pensé que bailar mejoraba el cuerpo” “pero mire, esa tiene más barriga que yo” “uy no, yo pensé que estaba gorda” “ese maquillaje ¿qué?” “esa se mueve horrible”.

Creo que lo que más ira me causa es que son comentarios ofensivos disfrazados con adjetivos atenuados, como “gorditas”. No pues, ¿qué hacemos con Claudia Schiffer? Será que quien ve el video está que se parte de lo buena como para atreverse siquiera a lanzar el más mínimo comentario con respecto al rostro, el maquillaje, el cuerpo y la forma de bailar de las demás. ¡Vaya, vaya a un escenario a hacer eso! Ah claro y es que rematan con el clásico: “no, pero tienen mucha personalidad, yo no me atrevería a salir así.”

La principal crítica es hacia el peso, por supuesto, ese demonio que persigue a tantas hoy en día y que parece convertirse para algunos en el único criterio de calificación de una persona, especialmente de una mujer. Porque eso sí, basta con ir a Melgar para darse cuenta que mientras la mayoría de los hombres exhiben una portentosa barriga cervecera con orgullo, las mujeres no hallan cómo hacer para lograr cuerpos esbeltos o viven intranquilas cubriéndolo y sintiéndose mal ante las demás. Muchas de mis amigas cercanas repiten incesantemente que están como una ballena cuando no es así y mis alumnas viven comparando su peso entre ellas y humillando a las demás. También me molestó bastante cuando escuché en un programa radial de la X el comentario: “véala, gordita y todo pero muy bien” refiriéndose a Adele en los VMA. Por supuesto, fue una mujer quién lo dijo.


Insisto, no son todas, pero sí la mayoría. Eso, o es que yo soy muy de malas porque el 95% de las mujeres que he conocido tratan de aplastar a las demás con sus múltiples críticas por absolutamente todo. Dejen vivir, que esa criticadera no lleva a ninguna parte. Y vivan, que de vez en cuando es bueno.

domingo, 25 de agosto de 2013

Danza clásica egipcia 2012

Se me había olvidado mostrar este video de la presentación de mi maestra en el 2012. Por errores de edición, quedó cortado al final, pero de todas maneras, espero que lo disfruten.




domingo, 18 de agosto de 2013

Perdiendo el horizonte

Llegó agosto y con él aparece una serie de personajes curiosos que madrugan los días 13 y 18 para pregonar a los cuatro vientos el aniversario de muerte de Jaime Garzón y de Luis Carlos Galán, respectivamente. Diez años de diferencia entre la muerte de dos de los personajes más emblemáticos e importantes de la nación. Proliferan los mensajes hacia ellos, sus familias, hacia el pobre país desangrado que tenemos hoy, algunos que inician el movimiento y otros que como borregos los siguen, no estoy muy segura de las razones. Algunos probablemente para “demostrar” su inteligencia, otros por llamar la atención o quizás por genuina convicción.

Me senté a leer algunos de los tuits y mensajes en Facebook de las personas a quienes sigo, a observar las imágenes que compartían y las citas de las palabras de Garzón y Galán acompañados por supuesto de duras críticas al país y a nosotros, sus habitantes por la situación en la que estamos. Muchos incluso lo acompañaban de frases como “¿qué dirían si vieran nuestra realidad ahora?”. ¿Qué dirían? No sé. Me pregunto si dirían algo. Me pregunto si ya sabían que íbamos hacia un horizonte oscuro y que irremediablemente sin personas como ellos, la situación estaría cada vez peor. Me pregunto si las personas que repiten sus palabras con tanta convicción las entienden realmente y no sólo se programan para escribirlas en redes sociales cada agosto. Y es que parece que nuestra cultura es así, vive añorando tiempos “mejores” - que por demás no lo eran, solo eran menos peores que los presentes - simplemente repitiendo lo que otros dijeron y sin saber qué camino puede tomarse para lograr algo además de la crítica y la victimización. No tenemos opiniones críticas propias. Nos empeñamos en señalar lo que está mal pero es únicamente eso, señalar. No sabemos para dónde movernos, no sabemos qué apoyar y qué no. No tenemos criterio, nos dejamos llevar por los caminos hacia los que quieren arrastrarnos. Nos quejamos por vacíos en una legislación que ni conocemos, clamamos justicia sin conocer contextos, centramos nuestra atención en lo que nos indican. Sí, es lo que estoy haciendo yo ahora, porque no tengo otro método: este lugar es en el que escribo lo que pienso.

El famoso discurso de Garzón por ejemplo, en el cual todos hemos encontrado al menos epifanías de diez minutos podría enmarcar un buen camino para comenzar. Pero han pasado 14 años desde su muerte y la mayoría de habitantes del país no siguen siquiera el consejo más básico de ser mínimamente cívico, de respetar, cuidar y valorar lo propio, de ser conscientes de nuestra propia identidad. ¿Se entiende eso? ¿Es claro? ¿De verdad somos conscientes de lo que es nuestro? Probablemente no. Más de una década después, el mensaje está vigente, seguimos detrás de lo que nos dicen los medios porque nos da física pereza pensar o porque no nos inquieta suficientemente el asunto como para leer, buscar y forjarse una opinión propia, una crítica con fundamento. Nos distraemos en la fecha, en el aniversario, en la frase bonita. Basta con compartir entre comillas algo que suene interesante o un artículo de la revista Semana (y no con esto quiero condenar a quienes lo hacen, pero sí hay una subpoblación que simplemente imita) y nos indignamos ante las imágenes de la contaminación de fuentes hídricas en el llano por la explotación petrolera por puro amor instantáneo hacia la naturaleza que de todas maneras no respetamos. No consideramos más variables, como la forma en que otros explotan de frente recursos que son nuestros para luego ofrecérnoslos o como la ausencia de campos laborales ponen en la obligación a algunos de mis colegas a trabajar avalando excavaciones y exploraciones aún sabiendo el impacto ambiental que tienen.

Expresamos nuestras opiniones y somos atacados incesantemente porque sí, porque no o porque de pronto. Esto es un circo. Y si uno se detiene a observar y a escuchar, se da cuenta que todos estamos peleando básicamente por no escuchar. Sucedió el viernes pasado en una reunión en el Hemocentro. Estamos en una institución pública con el ánimo de defender los intereses del público con un proyecto de salud. Al menos durante una hora, la gente discutió utilizando casi con exactitud las mismas palabras. Y es que no alcanza a comenzar a hablar uno, cuando el otro ya alza la voz diciendo que no está de acuerdo y el siguiente pelea y el otro también y el primero no se va a quedar callado entonces también sigue. ¿Se solucionó algo? No. Una hora de discusión que no nos lleva a ninguna parte, con un grupo de gente indignada que no se escucha, que no deja hablar y que al final, seguramente vencidos por el cansancio o el hambre se da cuenta que estaba diciendo lo mismo que los demás. Salimos de la reunión y siguen peleando porque fulano dijo esto, porque dijo aquello, porque sí o porque no. ¿Solucionamos la categorización de la terapia celular y los medios condicionados que era en primer lugar lo que nos llevaba a la reunión? No.

Lo que creo es que perdemos el horizonte. Vemos siempre las arandelas de los problemas y no el fondo; sucede en la casa, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, en las instituciones públicas, en todas partes. Nos vamos por las ramas y del problema inicial ni siquiera damos razón. Estamos tan ocupados discutiendo por una guerra de egos, que olvidamos lo que estamos defendiendo y a menos que decidamos salir de ese enfrascamiento y olvidar esa actitud que nos ancla a una situación cada vez peor, dudo mucho que las cosas mejoren. Ya lo dijo Garzón, pero parece que nadie escucha.







El efecto pavo real


Estábamos hablando con Lorena de esas actitudes medio adolescentes sin sentido que uno adopta a veces cuando alguien le gusta. Me di cuenta que he recurrido exactamente a la misma herramienta durante varios años, a lo que llamo “el efecto pavo real”. El asunto consiste básicamente en tratar de llamar la atención de quien me gusta exaltando al máximo lo que considero mis puntos fuertes y atractivos reiteradamente. Por supuesto siempre falla por dos razones: la primera es que resulto ser bastante fastidiosa con el asunto y la segunda - que por cierto me parece muy curiosa - es que lo que yo considero cosas atractivas pasan desapercibidas y en ocasiones, las cosas de mí que no me gustan o que creo son más bien defectos resultan siendo atractivas para alguien. Un ejemplo tangible es que yo hablo mucho, lo cual considero un tremendo defecto mientras algunas personas me han dicho que les parece entretenido. Supongo que uno nunca sabe con certeza cómo se proyecta ante el mundo.


El caso es que durante mucho tiempo he tratado al máximo de mostrar a aquel que me interesa que bailo, que leo, que escucho música y una cantidad de cosas que en efecto son ciertas pero que enfatizo porque pienso que lo van a atraer. Y el asunto es que resulta bastante complicado porque uno se desgasta muchísimo y no logra mayor cosa (por no decir que no logra nada). Es más, Lorena me decía que la situación con la persona incluso se torna tensa porque uno está concentrado en proyectar un personaje que aunque no es necesariamente falso tampoco es completamente honesto. Lo cierto es que todos tenemos cosas buenas y malas y aquel que decida acercarse a conocerlo a uno tendrá que ver diferentes facetas en algún momento así como uno tendrá que ver características de esa persona que le gusten o no. Vivir pensando en ser aceptado y en complacer a todo el mundo bien sea para resultar atractivo o para al menos caer bien no solo cansa sino que hace que uno pierda esa chispa que lo hace quien es. Mejor liberémonos. Al que le guste bien y al que no, que se vaya.




martes, 13 de agosto de 2013

Caballeros

Hace unos días Nathalia me contó que si ella iba a salir tarde en la noche - bien sea con amigos o a una cita- no la dejaban salir de su casa a menos que fueran por ella y garantizaran llevarla de vuelta. Yo estaba sirviendo una muestra en la cabina de flujo laminar y por poco daño el experimento porque lo que  me pareció más increíble no es que su abuela, madre y tía le exijan eso, sino que de hecho los tipos - bien sean amigos o pretendientes - lo hagan. Yo me reí a carcajadas porque pensé que era un chiste y ella me dijo que era en serio y que todos sus amigos lo saben y la molestan por eso, pero aún así, a pesar de llamarla Rapunzel y reírse, cuando salen van por ella y la llevan a la casa. Lo siguiente que pensé fue que si mi mamá hiciera la misma exigencia, probablemente yo no saldría jamás de mi casa, porque dudo que siquiera el 0.5% de mis amigos aceptarían tal condición. Si yo les dijera eso, probablemente se reirían a más no poder y saldrían sin mí.

He mencionado reiteradamente que todo ese asunto de victimizarse por ser mujer me ha colmado la paciencia hasta el hastío y sigo defendiendo la misma idea. Pero también tengo que aceptar - muy a mi pesar, debo decir - que aunque me he acostumbrado a la falta de caballerosidad, ese tipo de detalles y consideraciones son, digamos, bonitos. También son un tanto sorprendentes o es que yo definitivamente no me he encontrado muchos caballeros en la vida, porque admito que cuando un hombre me abre la puerta, va por mí a mi casa (remoto, muy remoto caso), me ayuda a cargar las treinta cosas que llevo en la mano o me cede una silla, no quedo enternecida sino completamente sorprendida, al punto de no saber ni cómo actuar. Y es que pueden ser conocidos o no, pero son realmente muy pocos los que tienen ese tipo de detalles, al menos conmigo. Ni qué decir de los extraños, una vez en TransMilenio le dije a un señor que corrió como el viento para sentarse: “ni más faltaba caballero, siga, siéntese usted”.

Nathalia me dice que efectivamente, no hay muchos caballeros en el mundo y que ella es particularmente muy machista al menos en ese sentido. Pero también me preguntó si será tan cierto que ellos realmente no son así o si las actitudes que uno toma a veces sin darse cuenta pueden sesgar un poco las situaciones y evitar que sean especiales con uno. En biología las mujeres nos ponemos botas pantaneras y nos metemos al monte con machete en mano, cargamos las maletas solas porque no necesitamos ayuda de nadie, no lloramos por meternos en pantanos a buscar ranas y comemos sin quejarnos atún y cosas de paquete por varias semanas. Personalmente voy en contra de las princesas en exceso y me molesta que las mujeres se quejen por todo, que no puedan hacer nada solas, que todo les de asco, impresión y miedo. Aunque eso sí, cuando yo digo a ser un ratón asustado no hay quién me gane, pero no es para buscar la ayuda de ningún intento de príncipe azul, eso lo garantizo. Es posible que ellos sientan que no es necesario ser caballeros conmigo o que simplemente esa no sea su forma de ser y bueno, no es necesario tampoco. Pero admito que esas rarezas de la naturaleza, esos hombres que van a llevarlo a uno a la casa, le abren la puerta, le ceden la silla y le ayudan a cargar las treinta cosas que lleva en la mano, se ganan inevitablemente mi simpatía.




sábado, 27 de julio de 2013

Persiguiendo la luz del océano

Había una ciudad bajo el océano. Estábamos todos en una especie de búnker de vidrio gigantesco, con túneles y habitaciones, algunas de vidrio y otras no. No era tan frecuente observar animales grandes y de hecho la gente no los buscaba, porque aún cuando las cosas son maravillosas, observarlas y vivirlas frecuentemente les arrebata la magia, la curiosidad y se esfuma el interés. Sin razón aparente, íbamos a diferentes lugares a ciertas horas del día, las cuales no eran tan reconocibles porque siendo esta una estructura bajo el agua, lo único que podía observarse como guía era un leve cambio en la intensidad de la luz bajo el agua que se veía maravillosa por efecto de la refracción. No recuerdo ver algas, ni animales grandes ni pequeños, solo la luz. Sentía una nostalgia infinita al verla desde esa prisión de vidrio resistente en la que todo el mundo parecía vivir tan feliz en unas eternas vacaciones, comiendo, jugando, riendo y hablando. La música nos acompañaba la mayor parte del día y todos estábamos siempre en grupo, nos dirigíamos a los mismos lugares durante el día juntos. De las noches, no recuerdo nada, salvo por la ausencia de la luz, que me calaba en los huesos y el alma y me hacía pensar solo en el momento en que apareciera de nuevo para observarla incesantemente.


Llegó un momento en que me obsesionó la idea de ver la luz desde la superficie y me pregunté cómo sería el océano visto desde afuera. Por alguna razón tenía la imagen en la cabeza y me dediqué a preguntar a los demás si no les gustaría salir del búnker, dejar de hacer lo que por reglas intrínsecas cumplíamos y buscar otras cosas, ver otras cosas. Nadie parecía interesado. Todos me escucharon, pero también me ignoraron y dijeron que mejor me dedicara a pasarla bien, que no era necesario complicarse la vida con algo que no se puede cambiar. Abandoné la idea un tiempo, pero la luz no dejó de causarme curiosidad, entonces decidí salir a buscarla sola. El lugar era muy curioso porque todos seguíamos una especie de agenda, pero nadie nos obligaba. No había alguien que nos vigilara, nos hablara, nos dijera qué teníamos que hacer, al menos no tangible pero igual, todos obedecíamos sin preguntar. Encontré unas escaleras en un lugar alejado de las habitaciones donde todos estaban. El trayecto era largo y respirar se hacía cada vez más difícil, pero seguí en tanto pude resistirlo. Vi una escotilla a lo lejos, lo que asumí sería la puerta que comunicaría el búnker con el océano e imaginé lo que sería sentir el agua en la piel, esa que tanto tiempo nos había rodeado, azul y cristalina. Cuando me iba acercando a la escotilla y el túnel se hacía más estrecho pude ver que el agua no era el océano sino que estaba empacada en botellas de plástico. No entendí nada. ¿Entonces todo lo que veíamos era eso? ¿La difracción de la luz de la superficie no era a causa del agua sola sino de esta extraña estructura de botellas apiladas? Me sentí profundamente decepcionada. Luego desperté.


jueves, 25 de julio de 2013

Simplemente me da la gana

Que por qué estoy haciendo una maestría, que si quiero un doctorado, que si ya estoy pensando en casarme, que si no quiero que mis hijos me conozcan joven, que por qué no supero el trauma del colegio, que por qué ya no escribo como antes, que por qué no me voy del país, que por qué no tengo novio o busco uno, que por qué no creo en dios, que por qué sigo haciendo lo mismo o por qué hago esto o lo otro…las razones a todo eso son simples: porque se me da la gana ¿algún problema con eso?

Tengo cada día un conflicto más serio con ese “deber ser” que quién sabe de dónde carajo saca la gente y que les permite asociar hasta el más mínimo aspecto de la vida de los demás con un acto casi obligado sin razón aparente. Desde que me gradué de la universidad muchos se han empeñado en preguntar si ya me voy a casar, “porque como ya tiene la carrera…”. Pues no: es que yo no estaba en una escuela de señoritas para poder conseguir un mejor “marido”. Yo estudié biología porque de verdad siento un amor profundo hacia mi profesión, porque siento que el mundo podría arrebatarme todo, absolutamente todo excepto eso que me hace tan feliz cuando leo, hablo, trabajo y escribo sobre biología. Que si ya pensé en casarme o tener hijos y que afortunadamente puedo conseguir un tipo profesional. Una profesión no me impresiona. Usted tiene un título, yo también, eso no nos hace ni mejores ni peores.


La indignación hacia quienes piensan diferente, la falta de respeto hacia las ideas, el tratar de imponer la visión propia del mundo en otras personas, la condena inamovible hacia los demás…resulta un poco insoportable. Tratar de justificar absolutamente cada paso que se da ante quienes nos rodean es agotador y absurdo. Y es que no es tener que explicar, porque hay quienes tienen interés genuino por conocer razones, es tener que defender las ideas como si fueran una tesis de doctorado ante una jauría de lobos que está esperando el más mínimo error para condenar, desmembrar, invalidar y acabar. Estaba pensando que esa es una de las principales razones por las que nuestra especie no me simpatiza mucho. Luego contrasta alguna expresión artística o una idea genial y trato de olvidarme de ese ligero desprecio.

martes, 16 de julio de 2013

"Life has a funny way..."

Yo no creo en dios y mucho menos en el destino, no sé si por simple y llana convicción o porque no me gusta pensar que mi vida depende de alguien que no soy yo misma. Sin embargo, he aprendido con el tiempo que llenarse de todos esos planes en los que uno prácticamente tenía la vida organizada no sólo es inútil sino además decepcionante. La vida da una cantidad de vueltas que uno jamás podría imaginarse, le presenta cosas, le quita otras, lleva y trae personas todo el tiempo, algunas se quedan, otras son transitorias, abre oportunidades, cambia el tablero, modifica perspectivas, enseña lecciones dolorosas, alegres y trascendentales. Uno se encuentra libros, música, amigos, comidas, caminos, luz y oscuridad y ante esas situaciones toma decisiones determinadas que en tres segundos pueden hacer que todo cambie para siempre.

Ya no sé cuántas veces me he sentido atrapada en una racha de mala suerte, esos momentos en que todo lo que puede salir mal, efectivamente sale mal. Es como si todo confabulara en contra de cada paso que se da y uno está a punto de hacerse un baño de ruda o algo por el estilo como último recurso y ciertamente como medida desesperada. Cuando me obsesiona la idea de conseguir algo, aún ante ese panorama desolador decido con firmeza obtener lo que quiero y me lanzo al vacío, sin mente. Ahí es cuando la vida me ha mostrado que no todas las decisiones las tomo yo y que aunque a veces las cosas salen bien, a veces simplemente no se dan por un cúmulo de factores que se salen de mi control.

Hace ya un buen tiempo estuve lamentándome por una serie de cosas que quería y no se dieron. Ocurrió en absolutamente todos los aspectos de mi vida: afectivo, emocional, laboral e incluso académico. Sufrí bastante porque esas obsesiones no me dejan en paz fácilmente y nada, absolutamente nada salió bien. O al menos eso pensé en ese momento. Han pasado creo yo unos dos años y muchas cosas cambiaron desde entonces, se están abriendo caminos nuevos que jamás pensé que se darían y oportunidades que parecían lejanas ahora son tangibles, básicamente académicas y laborales. Ayer mientras almorzaba me quedé pensando que todo esto no sería posible de no ser por ese momento de derrota en que todo parecía cerrarse y oscurecerse. Y es muy curioso porque cada uno de esos factores que en su momento parecían un complot del universo en mi contra hicieron una contribución para que ocurra lo que está pasando ahora. No puedo evitar pensar en Alanis Morissete: “Well life has a funny way of sneaking up on you when you think everything's okay and everything's going right, and life has a funny way of helping you out when you think everything's gone wrong and everything blows up in your face.”


Alanis tiene razón, solo que a las respuestas hay que darles tiempo de aparecer.


lunes, 15 de julio de 2013

Improvisemos

Escuchar es esperar, esperar es confiar y confiar es creer.

Este año bailaremos acompañadas con músicos en vivo, lo cual resulta increíblemente emocionante no sólo porque la música se asimila mucho mejor así, sino también porque los ensayos con ellos nos han permitido entender la música clásica egipcia. En general, mi amor por la música no conoce límites, así como mi curiosidad, pero lo cierto es que jamás me he sentado a aprender sobre ella de verdad, sobre tiempos, ritmo y armonías y sobre quién sabe cuántas más cosas de las que quizás jamás tendré idea. Ni qué decir de la música oriental, que dista bastante de la occidental, con instrumentos que uno ni siquiera ha visto en la vida y estructuras tan cuidadosamente pensadas y construidas para expresar algo que parece hallarse en un idioma tan ajeno para nosotros como el árabe mismo.

Hasta el momento he aprendido los movimientos y la técnica siguiendo coreografías, pero llegó la hora de improvisar un balady, un tipo de danza clásico en el cual hay una orquesta completa y un músico solista que improvisa mientras la bailarina improvisa con él. Sí, yo sé que suena un poco hippie y que muchos van a decir - como yo lo hice al principio - que eso es totalmente imposible y que seguro hay coreografías o movimientos acordados por los dos para que ella entienda bien cómo está tocando él bien sea el acordeón, el violín, el nai o el quanón. Pero no. Es verdad que el músico improvisa y que la bailarina trata de comunicarse con él de alguna forma para seguirlo, observando su expresión porque sí se puede leer a la persona de esa forma, en especial cuando es un músico del cual uno conoce su trabajo. Es como entablar una conversación, en la que uno espera con paciencia la melodía y el cuerpo responde a ella con libertad, mientras él observa para continuar tocando basándose en los movimientos que ve en la bailarina. Alguna vez me dijeron que la bailarina trata de traducir al público la música para que éste sea capaz de escucharla mientras la ve, que la bailarina hace tangible el sonido a través del movimiento. Pero como todo traductor, eso quiere decir que ella debe conocer a ciencia cierta qué es lo que está escuchando y sobretodo, sentirlo como propio.

El reto comenzó con entender lo que se escucha y es que tenemos el oído tan poco educado que no notamos ni una quinta parte de todos los elementos presentes en la música. Ahora, es verdad que el balady tiene un orden definido para guiarse: la pieza comienza siempre con un taqsim, un solo de algún instrumento melódico que representa diría yo el menor de los retos, porque a pesar de ser una improvisación, estás uno a uno con el músico, puedes seguirlo sin interrupciones. La darbuka entra posteriormente marcando un ritmo particular y reconocible (fue necesario un curso de ritmología para reconocer ritmos orientales), lo cual es complejo porque a los latinos la percusión suele dominarnos por completo y llevarnos hacia donde vaya. En este segmento puede o no entrar la orquesta para añadir aún más elementos y la idea es conservar la marcación de la percusión pero dando protagonismo a la melodía. Viene una parte de pregunta-respuesta que puede involucrar varios elementos y debe reflejarse en los movimientos. Finalmente, la percusión literalmente explota marcando ritmos mucho más enérgicos y le acompaña la melodía y la orquesta de forma más acelerada, el punto en el cual la bailarina simplemente se mueve eufórica para finalizar simultáneamente con la percusión.


Estamos en proceso de aprendizaje y es difícil. Sin embargo, no es imposible. Es como si la música te llamara, como si impulsara al movimiento sin esfuerzo, sin pensar. A veces me da pena o me da miedo hacerlo mal, pero creo que hay que acostumbrarse a que ese espacio de tiempo y ese sonido es solo mío y que puedo hacer con él lo que me plazca.

sábado, 6 de julio de 2013

¡Se acabó!

Pocos eventos en la vida me han marcado tanto como cuando a final del año pasado decidí pintar en la pared de mi cuarto alguna frase que me recordara constantemente esa persona que soy y que acababa de reconocer. La elegida fue una que decía María Barilla: “Yo no soy de nadie, es más, soy del que me da la gana”.

No importa con qué ánimo llegue a mi casa, la sensación de poder y autoridad que me inspira es constante e intensa. Han ocurrido una serie de cosas en mi familia y en mi círculo de amistades últimamente que me hacen pensar que no puedo estar más aburrida de todas esas reglas a las que supuestamente tenemos que amoldarnos. Supongo que están tanto para hombres como para mujeres, pero por obvias razones me indignan más las de las mujeres. Sumisas, obedientes, calladas, educadas, con la voz equiparable al suave murmullo del viento en las mañanas, con pocas libertades y atribuciones, con miedo a expresar lo que pensamos, lo que sentimos, lo que queremos o no queremos a causa de algún tipo de prohibiciones que vaya uno saber quién carajo se inventó. Que si conseguimos tipos, que si no, que si somos atractivas, que si no lo somos, que cómo podemos actuar, vestirnos, hablar e incluso pensar para ajustarnos a eso que buscan los hombres, para ser aceptadas, para ser reconocidas, para ser valoradas. ¡Já! Cómo si para sentirse completo y feliz se necesitara reconocimiento y aprobación adicional al propio. Me interesa que mi jefe reconozca mis capacidades, por ejemplo, básicamente porque él es quién me paga. Por lo demás, creo que ya no me importa. Si les parece que soy grosera, o alzada, o que peleo o critico o me río mucho, si los tipos se asustan cuando me gustan porque se los digo de frente o si se ofenden porque les digo que no, si les parece que me creo mucha cosa o que tengo un complejo de inferioridad, si algunas de las mujeres que me rodean se empeñan en tratar de hacerme sentir mal o inconforme conmigo misma, sepan de una vez que simplemente no me importa.


Estoy cansada de tanta regla inútil, de tanta fórmula casi alquímica para hallar la felicidad, de esa superioridad moral de algunos para mandar en la vida de los demás, como si estuviera siguiendo una clave taxonómica. Es posible que este tema ya lo haya mencionado en algún post previo en este blog, pero qué hacemos, así soy yo: de impulsos. En cuanto a lo que le gusta o no a los tipos, como dice Britney: "There's only two types of guys out there, ones that can hang with me and ones that are scared".

domingo, 9 de junio de 2013

Un café con Andrea

Andrea y yo somos amigas desde el colegio. Nuestra historia comenzó con un odio profundo en 5° de primaria, no sé bien por qué, que terminó de la manera más curiosa en un lazo de amistad fuerte, el único diría yo que ha sobrevivido a través de los años. Hemos pasado problemas, nos hemos distanciado por unas temporadas, pero la conexión sigue ahí y espero que perdure por más tiempo, especialmente porque personas como ella no aparecen todos los días y porque mujeres como ella, de esas que uno admira, tampoco se conocen con frecuencia.


En el colegio nos la montaban básicamente por feas y porque no teníamos novio, incluyendo a nuestras “amigas” del grupo, que recalcaban que nos arregláramos para las fiestas a ver si levantábamos algo. A las dos nos molestaba profundamente y decidimos burlarnos de nosotras mismas, enfatizar que éramos muy feas y ahorrarles el trabajo a todas aquellas que se empeñaban en hacernos sentir mal. El juego era hasta divertido, pero no sé hasta qué punto pudo crearnos alguna distorsión de la realidad, no solo en cuanto a la percepción de nuestro aspecto físico sino también en la construcción de un ideal que no solo es inalcanzable sino también falso.


Anoche salimos a tomarnos un café y hablar de la vida, de las crisis, de la carrera, de los planes, del futuro. Hemos tenido episodios desafortunados en nuestras citas últimamente, hemos conocido hombres bastante decepcionantes y otros que nos roban la atención y se ganan nuestros corazones sin proponérselo pero que nos ignoran, esas cosas que siempre pasan. Decíamos que nos gustaría tener esa magia, esa chispa inexplicable que tienen algunas personas y que las hacen tan atractivas a los demás. Nos burlamos de nosotras mismas nuevamente, pero esta vez, las cosas han cambiado. Somos conscientes de quiénes somos y qué tenemos. Sabemos que valemos mucho y que ese pasado que nos perseguía ya pasó. No sé ella, pero yo me di cuenta que he pasado varios años de mi vida anhelando ser una de esas mujeres que llaman la atención con solo entrar a un recinto, lo cual viene a ser un ideal falso, básicamente porque puede que haya algunas personas llamativas, pero ni son tantas ni eso demuestra mayor cosa. Nosotras también tenemos cosas buenas y malas, como todo el mundo y no vale la pena seguir palabras necias de quienes buscan bajarle a uno los ánimos a toda costa. Estar bien y en paz con uno mismo no tiene precio y me alegra profundamente ver en sus ojos - y espero que se refleje también en los míos - que en ese punto estamos ahora.

Recibiendo el cuarto de siglo de Andrea.

lunes, 13 de mayo de 2013

Con los pies en la tierra


Hay un leve recuerdo en algún lugar de mi memoria sobre un ballet ruso al que me llevaron cuando tenía unos 4 años y otro sobre danzas folclóricas de la compañía de la maestra Sonia Osorio uno o dos años después. No sé bien si ese es el motor que me ha impulsado toda la vida a seguir bailando, a pesar de las situaciones económicas difíciles, de la falta de tiempo o de los grandes lapsos en que dejé la danza por completo. Todo comenzó con el ballet: mi sueño era ser bailarina de ballet porque me parecía - y me parece - bellísimo. Comencé a los cuatro años, pero pasó el tiempo, pasaron muchas cosas y terminé bailando después de muchos años danza árabe, que también me parece hermosísima pero difiere bastante de la estética, la técnica e incluso el mensaje del ballet.


La primera clase de danza árabe fue una corrección total de la postura. De hecho, ha seguido siendo así desde aquella vez hasta el sol de hoy, porque la forma en que distribuyo el peso de mi cuerpo en los pies es bastante particular. La morfología de los pies permite apoyar el peso hacia el talón, la región externa y los dedos que dan en parte el equilibrio. El arco del pie debe quedar bien formado, alejado del piso para permitir el paso. Muchas personas apoyamos bastante mal el peso lo cual se evidencia en el desgaste polarizado de los zapatos o en la formación de un pie plano que no es necesariamente genético. Mi maestra ha preguntado reiteradamente si yo tuve displasia de cadera, porque no termina de explicarse la razón por la cual apoyo todo el peso hacia el frente del pie (es decir, los dedos) y dejo el talón descuidado y por ende el tobillo y la cadera lo cual desbalancea el centro de masa y termino perdiendo el equilibrio fácilmente o ejecutando los pasos desde los pies y no desde la cadera.

No hubo displasia, no hubo problemas congénitos, genéticos ni ortopédicos durante la infancia pero sí hubo ballet. El ballet venía acompañado para mí por una sensación etérea, como si volara, básicamente porque el peso del cuerpo se sostiene en medias puntas o puntas completas y uno siente que está fuera del mundo, en las nubes. La danza árabe se ejecuta siempre con el peso bien apoyado en los pies y los tobillos, con los pies sobre la tierra y no sólo desde el punto de vista técnico (de no ser así, el movimiento de cadera simplemente no es posible) sino también desde la sensación, de estar acá, de no tenerle miedo a la realidad, de ver el mundo grande como es pero manteniendo siempre el equilibrio, firme en el suelo. Yo sigo andando en puntas por la vida.

Decidí que me gusta más estar sobre la tierra. Decidí que me gusta la sensación etérea pero que es bueno estar acá viendo lo que pasa. Decidí que me gusta más esa versión de mi personalidad que está con todo el peso apoyado en los talones como debe ser.


jueves, 9 de mayo de 2013

Circos


“…when the future’s architectured by a carnaval of idiots on show”

¿No han sentido que están viviendo en medio de un circo? ¿Qué todo lo que ven en las noticias, en la calle, las disputas políticas y sociales no son más que parte de un cruel libreto del que todos somos marionetas? Creo que la respuesta es obvia: necesariamente tienen que haberlo pensado alguna vez. Es como estar atrapado en una serie de convenciones sociales, tradiciones y costumbres las cuales no solo son infundadas sino que no se ajustan a la realidad que vivimos. Que debemos ser así o asá, debemos pensar esto o lo otro, debemos hacer las cosas a cierta edad, debemos, debemos, debemos…los medios nos muestran una realidad particularmente distorsionada, las dinámicas son cíclicas e irracionales: el SMAD llega a la Universidad Nacional horas antes de ver al primer encapuchado y más tarde inicia un teatro que observamos atónitos e indignados; las personas que trabajan en bici-taxis en la estación de Prado del Transmilenio son observadas a diario por los policías del CAI cercano a diario y de vez en cuando les da el ataque de salir a perseguirlos y seguramente pedirles plata; Maduro y Uribe continúan ese circo deplorable que había con Chávez lleno de amenazas y disputas carentes de sentido; nos cobran una serie de impuestos por arreglar las vías que siguen igual de maltrechas, piden cuotas extraordinarias en el conjunto para mejoras que resultan siendo parte del patrimonio de la administradora corrupta…

Lejos está este escrito de ser una de esas cartas que pretenden sonar convincentes imitando el lenguaje oral, las que reparten a veces para convocar a foros y reuniones con un montón de gente que repite exactamente los mismos puntos de discusión sobre los que ni siquiera están bien informados. Ese es otro circo. No se sabe qué es peor, si estar en el espectáculo de los grandes, esos que controlan a las marionetas o el de los otros, que aprovechan para reclutar incautos desinformados y modificar su pensamiento para quejarse por absolutamente todo. Esto es física y mentalmente agotador.

No sé ni siquiera cómo concluir, quizás porque en realidad no hay una conclusión. La sociedad está estructurada así, bueno o malo, pero es así. A veces dan ganas de huir bien lejos, seguramente para entrar en otra dinámica igual de absurda, pero en otra región geográfica. "...el colectivo les perfila la razón"

domingo, 5 de mayo de 2013

Jorge Luis Borges


“¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!”

Más o menos en Agosto del año pasado - si la memoria no me falla como lo hace constantemente - hablé con un par de personas en Twitter sobre Borges. En realidad, lo que hicieron ellos fue contestar mis preguntas y hablarme de sus obras, de las cuales yo no conocía ninguna pero estaba colmada de dudas. Me recomendaron comenzar por El Aleph o Ficciones y de ahí, decidir para dónde seguir el camino, justo como cuando uno escucha un disco de grandes éxitos de un artista para ver qué le gusta más y seguir esa línea de tiempo. Esa misma semana compré El Aleph (hay muchas cosas en las cuales actúo inmediatamente y comprar libros es una de ellas) y decidí que cuando terminara lo que estaba leyendo en ese momento, lo comenzaría. Así lo hice.

Ahora, me sorprendí porque El Aleph resultó ser un libro con muchos cuentos cortos y yo podría haber apostado mi vida a que era una novela completa. Pensé que cuando los libros son así, uno puede digerirlos fácilmente, a punta de cuentos de dos, tres o máximo cinco páginas, puede terminarse un libro en poco tiempo y casi ni se siente. Me aventuré a comenzar (en orden, por supuesto) con “El inmortal”.

No pude leerlo con fluidez. Comenzaba y no entendía, me devolví una infinidad de veces y nada, como si estuviera escrito en latín, como si las palabras hubieran sido elegidas al azar. Lo terminé con bastante dificultad sin estar muy segura de lo que decía y decidí seguir con “El muerto”. Parecía tener una historia ligeramente más tangible para mí, pero sucedía lo mismo, no lograba conexión, no entendía nada, tenía que releer al menos tres veces cada párrafo o incluso cada oración y aún así, no era claro. Decidí que continuar era inútil si la historia se repetía con cada uno de los cuentos y peor aún si con “El Aleph”, que era el que me tenía con más curiosidad y expectativas, sucedía lo mismo. A veces hay libros que uno debe dejar añejar en la biblioteca personal o de pronto el que se añeja es uno mismo y ese fue el camino que decidí tomar con Borges.

En Abril retomé la misión y volví a comenzar como si nada hubiera pasado con “El inmortal”. De nuevo no fue fácil pero lo terminé y continué hasta terminar esta mañana leyendo “El Aleph”. Borges es sensacional, pero abrumador. Al principio me sentí como atrapada por un cardumen en medio del mar, como si todo diera vueltas alrededor de un individuo confundido que no sabe bien a dónde dirigir la mirada, porque todo parece igual pero es diferente y además es inconexo. Pero si uno se calma y se deja llevar, termina en donde quiere ubicarlo el autor, sin hacer preguntas y sin esa angustia y confusión. Al menos en este libro, Borges utiliza una gran cantidad de información, personajes, lugares e historias y a mí, que me encanta preguntar todo, me dejaba perdida en un universo de conocimiento que no tengo. Pero me di cuenta que no importa si uno no ha leído Martín Fierro o si no conoce mucho sobre la segunda guerra mundial o si no sabe qué hizo Averroes, aún es posible entender los personajes que Borges presenta. Siempre señalo las frases que me llaman la atención en los libros con post-it y al releer las que dejé en este libro y también al terminarlo, descubrí que sí hay conexión entre todo lo expuesto, como si uno viera ese punto en que todo converge en el universo. Los cuentos son respuestas y más preguntas. Todo es pura luz. 


jueves, 2 de mayo de 2013

Realidades


Sólo con escuchar la historia no termino de entender. Los hechos no me parecen suficientes para justificar nada, no puedo evitar permanecer sentada en un muro a lo lejos presenciando actos con los que no estoy de acuerdo, formas de pensar que no me explico y que no apruebo. Pero luego me doy cuenta que esa no es mi función ni mucho menos mi derecho y que a la larga, no hay manera de entender del todo, estando tan lejos. Hace falta meterse en la historia, hace falta escuchar y sobretodo, hace falta despojarse de los prejuicios y de esas atribuciones auto-concedidas que le hacen pensar a uno que puede condenar a los demás solo porque tiene una perspectiva diferente.

Hace mucho tiempo y también hace poco tiempo encontré respuestas a mis preguntas. Me sentí entonces en la cima del mundo, por encima del bien y del mal, como si ya no necesitara aprender nada. Dedico entonces mi vida a llevar ese mensaje a los demás cuando atraviesan situaciones parecidas, casi como una doctrina, convencida de su eficacia y de su precisión. Bajo esa verdad, MI verdad, su comportamiento parece tan errático y tantos sus desaciertos aún ante mis advertencias, que quisiera hallar la forma de convencerlo para que entienda. Pero entonces, con cada explicación, con cada palabra y con cada descripción me doy cuenta que mi dogma a la larga resulta útil para mi contexto pero no necesariamente para el suyo. Hay lecciones que yo apenas aprendí y que él ya sabía, hay otras que de seguro yo sé y él no y sin duda hay muchas más que ninguno de los dos conoce. Me hace caer en cuenta que no debo tratar de imponer mi verdad, porque las verdades de dos individuos rara vez coinciden. Yo encontré respuestas que generaron más preguntas. El y todos los que me rodean, tendrán que hallar las suyas y es seguro que serán diferentes.

Hasta hace un par de horas me creía la dueña de una verdad imbatible, la poseedora de una visión totalmente objetiva del mundo y de los sentimientos. Pero lo cierto es que las cosas no son así. Por supuesto, eso no le resta eficacia a mi verdad en medio de mi realidad, pero cuando estoy tratando con otras personas, tengo que olvidarme un rato de ella y concentrarme en escuchar, que resulta mucho más fructífero que hablar. Se me ocurre entonces, mientras camino hacia mi casa escuchando música y pensando en Borges, que la vida no es más que la distorsión de la realidad en la cual decidimos permanecer. 

domingo, 28 de abril de 2013

Entre velos y darbukas: mitos y verdades


Tengo la impresión de que la danza en muchos campos ha dejado de ser la expresión de un sentimiento o una idea y se ha convertido en una exhibición acrobática. Se consideran buenos bailarines aquellos que pueden bailar prácticamente cualquier género musical incluyendo algo de teatralidad. Eso es cierto, pero para poder transmitir el sentimiento apropiado, es mucho mejor tener un contexto histórico, lo cual quiere decir que no es sencillo bailar apropiadamente algo sin conocerlo a fondo. La tendencia no es buena ni mala, cada uno elige que hacer.

Naima Akef, mi favorita de la historia.
No ha sido posible definir con precisión el origen de la danza árabe. Al parecer, no hay una fecha, un lugar o una persona a quién atribuirle la invención de los movimientos del vientre característicos de esta danza lo cual es perfectamente lógico porque es la expresión de un pueblo que se forjó mucho antes que el nuestro y bajo una serie de creencias muy distintas con respecto a la naturaleza que nos rodea y a nuestro papel en la misma. Cuando alguien habla de danza árabe, la gente piensa automáticamente en Arabia Saudí, repiten como loros que los sultanes tenían numerosas bailarinas para su diversión y que el único propósito de la danza es seducir hombres. Piensan también en “Mi bella genio”, en Shakira y en la danza de los siete velos.

La danza del vientre se originó en Egipto pero no se sabe con certeza cuándo. Los egipcios conformaron
Samia Gamal y Tahia Carioca
una civilización brillante que más adelante se fusionaría con la Griega en el centro del conocimiento del mundo antiguo: Alejandría. Sin embargo, durante mucho tiempo y debido a las dificultades geográficas, los egipcios permanecieron solos, libres de invasiones, bajo la bendición del río Nilo que estructuró el pensamiento de todo el pueblo y que forjó sus conceptos de la vida y de la muerte. La fertilidad que confería el limo del Nilo a la tierra fue algo atesorado por los egipcios puesto que esto permitía su supervivencia. La danza del vientre es simplemente la expresión de un pueblo, la danza que uno encuentra en una boda musulmana hoy en día y que bailan hombres y mujeres, tal y como encontraría uno aquí gente bailando salsa, merengue, cumbia y pasillos (entre otros que ya no se bailan, pero son autóctonos). Sin embargo, alrededor de toda esta cultura que tanto dista de la nuestra, existen una serie de mitos creados bajo la interpretación errónea de los ojos occidentales.

Nagwa Fouad.
Es innegable que la danza del vientre resulta bastante llamativa por el movimiento enfático de la cadera. La tan famosa “danza de los siete velos” que tantas personas usan como referente, por ejemplo, no existe. Este baile ficticio fue popularizado por dos razones principales: la primera, Oscar Wilde que en su obra de teatro “Salomé” (que posteriormente sería llevada al cine) describe una escena en que ésta presenta una danza seductora despojándose de siete velos en una fiesta para agradar a Herodes. En segundo lugar, está la popular bailarina exótica Mata-Hari, quien sería acusada y condenada a muerte por espionaje durante la primera guerra mundial y que al trabajar como cortesana y habiendo aprendido movimientos de danza árabe, realizaba lo que llamaba “el baile de los siete velos”. La danza árabe NADA tiene que ver con el striptease y el traje que se utiliza para bailar es una adaptación para escenario que deja descubierto el abdomen con el fin de observar los movimientos, especialmente las vibraciones que no son tan evidentes con la bata clásica de saidi que se utiliza en las danzas folclóricas.

La danza egipcia era esencialmente típica de reuniones pequeñas, fiestas (haflas) o ceremonias religiosas,
Fifi Abdou
pero en la década de los 20 con la llegada de los casinos a El Cairo, la danza invade los escenarios de los mismos con el objetivo de entretener un público nacional y extranjero, siendo protagonistas las mujeres, puesto que era los hombres adinerados quienes asistían. También comienzan a aparecer en producciones cinematográficas y se convierten en celebridades, de las cuales se habla en todas partes. Para las décadas de los 30 y 40 aparece la fundadora de la danza egipcia como la conocemos, Samia Gamal y también Naima Akef y Taheya Carioca, quienes tienen un estilo bastante sofisticado, rutinas sin desplazamientos grandes y movimientos recatados y dulces. Para los 60 y 70 aparecen Nagwa Fouad y Soheir Saki, con un estilo un poco más “atrevido” y seductor, pero manteniendo la elegancia. Para los 80 aparece Fifi Abdou, la encarnación de la fiesta, la alegría y la expresión aún por encima de la técnica, de la cual no recibió instrucción en sus inicios. Los movimientos de Fifi invitan a bailar, es increíblemente alegre. Finalmente está Dina, actualmente la más famosa de Egipto y medio oriente, con un estilo muchísimo más atrevido, no sólo en los movimientos sino también en el vestuario y la expresión. Las dos últimas bailarinas han despertado amores y odios y son bastante polémicas.

Dina
Durante todo ese tiempo la danza árabe llegó hasta occidente y se incorporaron elementos adicionales e incluso se han creado estilos nuevos como el tribal. Los abanicos de seda y las alas de isis por ejemplo, en realidad no son egipcios ni acompañaban esta danza originalmente. Se utilizan para bailar temas modernos puesto que al estar manipulando un instrumento, no se hace mucho énfasis en los movimientos de la cadera, separando esta dinámica de la danza clásica egipcia. Los bailes folclóricos, por su parte, pueden incluir bastones de bambú (saidi), mantos gruesos y de colores oscuros (melaya), faldas llenas de arandelas sobrepuestas (hagalla) y amplias batas de colores brillantes (khaleege). Puede utilizarse también el sable o el candelabro, que son instrumentos egipcios o el velo, del cual no hay constancia histórica exacta que muestre el momento en que fue utilizado en la danza.

Margot Fontayn
Bailar cualquier tipo de danza es complicado. Todo indica que debe encontrarse un balance entre la técnica y la expresión, siendo esta última la más difícil de conseguir porque implica entender no sólo los movimientos sino la estructura de la música, la historia que hay detrás y además hallar la forma de expresar todo eso. Sucede en todo tipo de danza. En cuanto al ballet por ejemplo, decían que Margot Fontayn no tenía buenos pies porque el arco del pie no era lo suficientemente pronunciado y tenía las piernas cortas. Sin embargo, verla bailar es mágico, tanto, que llegó a ser prima ballerina assoluta, un reconocimiento que han logrado pocas en la historia. 




Otro ejemplo sería Maya Plisetskaya, nadie ha interpretado a Odette y Odile en el Lago de los cisnes con
tanta emoción como ella, su técnica es buena, pero llama la atención más que muchas otras por la teatralidad y la pasión que muestra al bailar. Habrá que buscar con el tiempo y esperar pacientemente a dónde nos lleva la corriente de la tradición y de la música. Habrá que seguir bailando.









sábado, 2 de marzo de 2013

"Viejos" prejuicios


Hay que admitir que una buena parte de las conversaciones entre mujeres se centran en los hombres: en lo que pasó con fulano, lo que dijo, lo que escribió, lo que puede pasar y lo que definitivamente no pasará jamás. Supongo que todas funcionamos bajo una lógica similar que nos permite entender diferentes circunstancias y puede que estemos en búsqueda simplemente de ser escuchadas más que de recibir consejos.

Es evidente y lógico además, que una buena parte de la forma en que pensamos esté modelada por nuestro entorno social, cultural y familiar. Lo que sí es aterrador es la cantidad de estigmas y barreras que tenemos automatizados y que además usamos para lanzar juicios no sólo hacia las demás sino también a nosotras mismas. Por supuesto, hay una buena cantidad de hombres - esperemos que no sean todos - que llevan encima exactamente los mismos prejuicios.

“Es que yo no soy de esas”. ¿De esas cuáles? ¿Qué hay que hacer para perder el derecho a ser tomada en serio? ¿Qué es eso tan malo que puede borrar absolutamente todo lo que usted es y dejar únicamente un calificativo que la tilde de fácil, de zunga o de zorra?
“Es que él va a pensar que me le estoy ofreciendo” ¿Y usted cómo sabe qué piensa él? ¿Se le está ofreciendo de verdad? Y si es así, ¿merece que la quemen o la crucifiquen por eso?
“Es que esa vieja se lo ofrece muy fácil a todos” ¿Le afecta en algo? ¿Es problema suyo? Entonces ¿por qué sufre?

Ahora, si usted no comparte la idea de imponer esas etiquetas y se lanza de osada a expresar su opinión, no faltarán quienes la incluyan en el grupo zorras de las que se estaba hablando. Eso es aún más estúpido. Es más, eso prueba que para ser señalada basta con no hacer nada y que para ser considerada una “señorita decente” lo ideal sería irse a un convento o simplemente unirse al bando que juzga a los demás sin conocer el contexto, ni las razones, ni los argumentos. Supongo que criticar la forma de actuar de otras mujeres evita que se centre la atención en uno mismo.

Nuestra forma de actuar es siempre dependiente del contexto. Uno puede tener una serie de códigos del buen comportamiento pero eso no necesariamente se ajusta a las situaciones que vive. A veces uno se arrepiente, a veces no. A veces se equivoca, a veces no. De lo que sí estoy convencida es que eso no es suficiente para definirlo a uno, para estigmatizarlo y mucho menos para causar autoflagelación: suficiente tenemos ya con la campaña inquisidora de la sociedad que nos observa bajo la lupa.

Sin embargo, teniendo en cuenta que para ganarse una mala fama basta con no hacer nada, extiendo una invitación a defender las opiniones personales a toda costa, aún cuando a los demás no les parezca. De todas maneras, andar por la vida lleno de prejuicios jamás le permitirá a uno conocer de verdad a las personas. 

viernes, 15 de febrero de 2013

Disyuntiva


Es una niña. Tiene el pelo recogido que deja sin máscaras su rostro inocente, su mirada fija, asustada, profunda. Los ojos grandes muestran sin secretos que le tiene miedo al mundo, que tiene miedo de vivir, miedo al rechazo, al fracaso, miedo a no ser suficiente, a no dar lo mejor de sí o a que eso, precisamente lo mejor no llene las expectativas, se quede corto y sea humillada irremediablemente. Está siempre cabizbaja, no se atreve a enfrentar al mundo, no puede elevar el pecho al cielo, extender el cuello y levantar la frente porque tiene miedo, está llena de inseguridades y de recuerdos. Será difícil que olvide las humillaciones del pasado, que deje de considerarse menos que los demás, que deje de culparse por lo que no hizo y que deje de lamentarse porque el tiempo ya pasó y ella sigue igual. Será difícil que parte de ella misma deje de detestarse, pero tal vez algún día comprenderá del todo que no vale la pena sufrir por lo que pasó y por cómo actuó porque al fin y al cabo era lo único a lo que podía recurrir en ese momento.

A su lado está de pie, con los pies firmes en la tierra y la mirada al cielo una mujer que tiene el mismo rostro. Ella, sin embargo, no está llena de temores sino de certezas. Parece tener las respuestas serenas y consideradas a todo, no se recrimina nada porque sabe que tuvo las razones suficientes para actuar como lo hizo y tiene plena seguridad en que el camino que sigue, aún si no es el correcto, no la amenaza, puede enfrentarlo, puede ver los demonios a los ojos y defenderse de ellos o negociar para salir siempre bien librada. Puede enfrentarlo todo, siente la fuerza correr por sus venas aún si las adversidades se multiplican y el paisaje se torna oscuro, sabe que siempre puede utilizar una luz interna para liberarse. Parece como si cargara el peso de una vida larga, pedregosa y llena de lecciones que le ha enseñado a sobrevivir de la mejor manera, como si supiera todas las respuestas, como si tuviera la verdad en sus manos siempre.

Las dos están condenadas a vivir en un mismo espacio reducido. Es absolutamente necesario que se vean y hablen, que discutan y concilien. Sin embargo, la primera vive asustada y la segunda la recrimina, la trata mal y la culpa por todo. Lo cierto es que la niña no tiene la culpa de  lo que pasó antes pero esta mujer sí está en plena facultad para decidir lo que debe hacerse. El camino está trazado: hay que confiar en ellas, porque tal vez la única forma de hacer lo correcto, se decida entre las dos.


La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no l...