domingo, 31 de diciembre de 2017

Fotos

En primer lugar, quiero decir que Google es el dueño de nuestras vidas. Con la compra de un nuevo celular, descubrí que las fotos que tomo, no sólo quedan en la memoria del celular sino que aparecen en Google Fotos y que se sincronizan automáticamente con la cuenta de correo a la cual uno puede acceder desde cualquier computador. Seguro me di cuenta tarde, porque no es que me interese mucho invertirle una gran cantidad de dinero cada rato a los celulares, pero igual, me sorprendí bastante. También me di cuenta que tengo más fotos de las que veré jamás. Cuando las fotos se sacaban con cámaras de rollo, uno tenía un número limitado de oportunidades para tomarlas y entonces, elegía el momento adecuado, que más valiera la pena, en que estuvieran todos los presentes en el paseo, o en que saliera el sol y todo era igual una sorpresa, cuando uno iba a revelarlas, lo cual tenía un costo y hacía que uno precisamente se midiera en el número de momentos que quería capturar.

Desde Septiembre a Diciembre de 2017, tengo un sinnúmero de fotos, que probablemente no me sentaré a ver en mucho tiempo (por no decir nunca) y que únicamente utilizaré para hacerlas fotos de perfil de Facebook o para publicar en Instagram. Y entonces, uno se pregunta si realmente está atesorando esos momentos por alguna razón aparte de mostrarle al mundo que estuvo en un lugar cualquiera, que viajó, que comió un plato rico, que vio un paisaje, que fue a un concierto. No quiero sonar como una nostálgica de los tiempos que ya pasaron, ni como si fuera un asunto malo o vano, la idea no es lanzar juicios de valor. Pero al menos a mí, me queda la duda de si estoy haciendo las cosas y tomándoles fotos sin límite por mostrarle al mundo lo que hago para recibir adulaciones o si las hago por pura convicción.

Eventualmente, la respuesta es fácil: las cosas las hago por convicción. Me gusta dibujar desde mucho antes que existieran las redes sociales, las cámaras digitales e incluso los celulares, eso lo tengo claro. Pero hace años cuando comencé a dibujar, no tenía la necesidad psicópata de publicar todo lo que dibujaba. Hoy, cuando entro a alguna red social y veo que alguien hace algo, publica algo o lo que sea, que pueda de alguna manera ser similar a algo que yo hice, siento la necesidad loca de publicarlo igual. Y es más, me he visto a mí misma, tomando fotos pensando en que se verán bien para publicar en alguna parte. Creo que estoy en el mismo fondo en el cual estaba cuando cada vez que se me ocurría algún comentario, lo memorizaba con obsesión para publicarlo en Twitter cuando pudiera. También me pasa con las compras, el consumismo me ha arrastrado, sin duda.

Me preocupa un poco esto. No estoy muy segura de que sea un problema grave, pero sí creo que me he vuelto esclava de muchas cosas que en realidad no valen la pena. Creo también, que debo buscar en otra dirección algo que tenga esencia y que me mueva desde dentro, no desde fuera o por imitación de cómo se mueve la sociedad hoy por hoy.

Ya que es cierre de año, espero que sea la oportunidad para encontrar ese camino alterno, para emprender la búsqueda de lo que está debajo de tanta cosa inútil y que me muestre esa verdad que estoy buscando.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Llegó la hora de leer a los colombianos

Como había mencionado en otra entrada, acabo de pasar una época de ligera obsesión por la literatura rusa. Tengo aún pendientes varios libros, incluyendo ese que narra la historia de los Romanov, con todos sus aciertos, desaciertos, dramas y fiestas. Sin embargo, esta compulsión de lectura de novelas rusas no se dio de manera premeditada sino porque por alguna razón, sentía una gran afinidad por los personajes, las situaciones y los sentimientos muy a pesar de los kilómetros y los grados celsius que nos separan. Después de profundizar no solo en los libros sino también en la historia para entender mejor al pueblo ruso, llegué a la irremediable conclusión de que llevo varios años dejando de lado la literatura de mi propia tierra y que es posible, que así como el alma rusa se encuentra plasmada en las letras de Dostoyevski, Tolstoi, Nabokov y Chéjov, la nuestra, en su forma más pura esté plasmada bajo el puño y letra de nuestros escritores.

Lo más curioso de todo esto, es que cuando comencé a leer "El escritor y sus fantasmas" de Sábato, me di cuenta que él también notó esa similitud en la forma de sentir de los rusos y los latinoamericanos. No sé bien cómo explicarlo, pero es un idioma que uno puede entender. Sábato cuenta que un viejo profesor francés de la Sorbona al que solía escuchar, afirmaba que los personajes de Dostoyevski eran "nuevos ricos de la conciencia, individuos poco menos que dementes, bárbaros incapaces de apreciar las ideas claras y netas, tan disparatados e irresponsables como para afirmar que dos más dos puede ser igual a cinco, contra todas las tradiciones de los cartesianos y de los ahorristas franceses". Para los europeos, estas personas no tienen sentido, igual que nosotros. Nuestras sociedades, culturas, ideas y metas son diferentes, pero se han interpretado como inferiores y es por esto que estos "bárbaros", ya sean rusos o latinoamericanos han dedicado su existencia a europeizarse, a perder aquello que nos hace tan incomprensibles y lograr por fin movernos al ritmo de las cosas como "deben ser". Y entonces, vuelvo al tema - sin ánimo de ponerme en contra de los europeos, que simplemente son europeos y ya - de perseguir ser otra cosa sin haber entendido o pasando por alto aquello que ya somos y que deberíamos atesorar más que nada.

Tengo la firme convicción que en medio de este caos, hay quienes han podido leer entre líneas los mensajes en clave de nuestra cultura y que además los aprecian como el tesoro que son. Estoy convencida también de que estas personas son los artistas y que su interpretación de estos mensajes está al alcance de todos, aunque a veces seamos tan ciegos o distraídos para no verlos. Y entonces, justo después de la fiebre por la literatura rusa, he decidido comenzar con los escritores colombianos que portan en sus páginas la visión del mundo que hemos construido como cultura; y de la sociedad, que bien o mal constituye nuestro día a día y ha dejado huellas imborrables en la esencia más pura de lo que somos.

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García Márquez y su realismo mágico no habían sido llamativos para mí desde aquellas veces en que intenté leer La Hojarasca y Cien Años de Soledad, sin éxito. Entonces yo estaba buscando realidades viscerales, relatos de situaciones posibles y no esa transición entre una crónica y una historia imposible que me parecía incluso ridícula. Diana me insistió muchas veces en que tenía que leerlo y que tal vez necesitaba empezar de a poco, para ir entendiendo la lógica de su estilo. Leí los "Doce cuentos peregrinos" y me gustó - sin ser tampoco mi libro favorito - y luego lo dejé de lado mucho tiempo hasta sentir este impulso por la literatura de mi tierra, hace apenas un mes o quizás un poco más. Recordé que ella me había dicho que siguiera con "La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada" y como si fuera una señal divina, lo encontré por esos días en la Panamericana, junto con otros cuentos. Me sorprendí bastante. No me esperaba las historias que allí encontré y que sentí tan familiares, porque tal vez, siendo ahora una adulta, me encuentro con que el día a día colombiano es eso, puro realismo mágico. Aquí suceden cosas que no pueden ser. Aquí la lógica es retada y destrozada prácticamente todos los días, de múltiples formas. Aquí es posible que exista el hombre con alas, que el olor del mar traiga consigo mensajes inesperados, que aparezca un ahogado al que todo un pueblo termina venerando, que un mártir se vuelva un santo y que luego cobre venganza, que una abuela tome escalofriantes decisiones con su nieta. Todo eso sucede aquí. Y es entonces, cuando confirmo mis sospechas: ahí está lo que somos, en esas páginas, incluso en el autor al que tanto dije que jamás lograría entender.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Seguir el llamado Renacentista

Aquellos que me conocieron hace algunos años recién me gradué de Biología saben bien que mis planes distaban muchísimo de lo que hago hoy. Había pensado que terminaría la carrera, no haría una maestría y menos en Colombia y saltaría directamente a un doctorado en vaya usted a saber qué, si al fin y al cabo eso es lo que menos importa. Se siente uno como en la carrera de comités de Alicia en el país de las maravillas, donde todo el mundo corre en círculos sin saber hasta cuándo ni para qué. Sin embargo, como la vida toma decisiones sola, terminé estudiando un posgrado acá y quedándome a trabajar, sin las ansias locas de seguir con el doctorado.

No pretendo criticar ni establecer mi opinión como "lo correcto" o como "lo que se debe hacer". Esta es una verdad para mí. Y bueno, siendo este mi blog, expreso mi opinión sin tapujos.

Yo no concebía una vida diferente a la del estudio eterno en el campo de la ciencia. Terminar el pregrado, seguir con la maestría, el doctorado y luego saltar de posdoctorado en posdoctorado, viajando por todo el mundo. Muchos de mis conocidos lo han hecho o lo hacen. Yo quería ser igual. O al menos eso decía. De pronto nunca estuve del todo convencida porque la realidad es que recién me gradué no tenía el dinero para presentar todos los exámenes y los documentos en universidades fuera de Colombia y cuando empecé a trabajar, no ahorré un solo peso para pagar nada ni mucho menos busqué con juicio las dichosas becas de las que todos hablaban. El mundo laboral me mostró otras cosas, fuera de estar ejecutando un proyecto y buscando resultados para incluir en un informe. Inicialmente, la educación de básica primaria y secundaria y después, trabajar en un Instituto de ciencia recién conformado no sólo administrativamente sino también ideológica y filosóficamente. Es que a la larga, los institutos que están tan claramente formados afuera, acá no son NI PUEDEN SER exactamente los mismos.

Nuestros predecesores habían conseguido una cantidad significativa de recursos públicos para la ejecución del proyecto en el que trabajo, pero claramente no son eternos. Tuvimos que empezar a optar por nuevos recursos y aquellos que tenían más experiencia en el proceso administrativo dirigieron el asunto. Nos dividimos el trabajo bajo las recomendaciones que nos daban. Y luego, de la nada, dos de ellos consiguieron otro trabajo y se fueron. Quedamos con miles de dudas. Y la verdad, en términos administrativos, económicos y presupuestales, nos quedábamos cortos. Mucho estudio, muchas moléculas, muchas vías de señalización, mucho ADN y PCR y aún así, cuando estábamos fuera del campo puramente técnico tambaleábamos como si estuviéramos sobre una tabla endeble en la mitad del océano. La presentación de los proyectos no es menos compleja que la comunicación con los administrativos. Un amigo que vino recientemente de Suiza me decía que en los institutos allá, el andamiaje administrativo está construido con un científico a la cabeza y todos ellos atienden a las necesidades del equipo técnico. Sí, claro, así debería ser, tal vez. Pero acá, la realidad es diferente (y ojo, por diferente no me refiero a peor) y quienes están a la cabeza son financieros y abogados. Y la realidad es que no hablamos el mismo idioma: ellos no nos entienden y nosotros a ellos tampoco.

En ese camino de presentación, ejecución y finalización de proyectos, me di cuenta que no entiendo el mundo. Claro, la biología permite darse una idea de cómo es la vida, la vida entendida como lo orgánico, lo fisiológico, lo bioquímico, lo biofísico. Pero el mundo de los humanos, ese es otra cosa. Para mí, un humano no es más que un animal más, con unas particularidades fisiológicas y unas patologías en que trabajo. Sin embargo, este organismo ha conformado toda una sociedad basada en una cantidad de ideas que yo claramente no entiendo. Estas ideas, al menos de momento giran en torno al dinero. Y así, mi idea de perseguir el conocimiento ultraespecífico cambió a la necesidad de ser multidisciplinaria. 

Comencé a estudiar economía este año, porque siento que necesito aprender algo diferente. El camino de la ciencia de cierta forma ha sido recorrido. Si necesito reforzar algo, entender algo nuevo, investigar en algo, basta con leer libros y artículos científicos. Las bases ya están. Pero en cambio, ese ser social, económico y político que somos es para mí un completo misterio. Y lo peor es que es en ese mundo en que se desarrolla la ciencia, no es una burbuja separada e inmune a sus efectos. Es necesario entender ese mundo para poder integrarlo con el de la investigación. Y basta de decir que los científicos que se encargan de la gestión administrativa "no hacen nada" o "no son científicos de verdad". Claro, como dedicarse a conseguir la materia prima de la investigación - que son los recursos - es una función nimia al lado de tratar de clonar un gen de un canal iónico o mejorar el trasplante hematopoyético. Es sencillamente igual de complejo e importante: si no hay recursos, voilá no hay investigación.

Hay muchos prejuicios en el mundo de la ciencia. Para algunos, si no tienes un doctorado, no eres nadie. Otros dicen que ser PhD es un estilo de vida y que no todos pueden con eso. Los administrativos son criticados por no entender las necesidades del gremio (claro, como la biología molecular es el conocimiento más asequible para todo el mundo). Los científicos son criticados por no entender que las cosas han de ser costo-eficientes (los conocimientos de economía, política y derecho tampoco caen precisamente del cielo). Los científicos tratan con desdén a aquellos que no viven encerrados en un laboratorio y publicando artículos. Y ni mencionar el ego de algunos, que creen que son superiores a los demás. Basta ya. Hay muchos nichos y alguien tiene que ocuparlos. Bien por aquellos que quieren dedicarse al conocimiento específico, pero no todos tenemos que seguir lo mismo y tampoco debemos sentirnos mal por eso. Algunos queremos ser multidisciplinarios. Al principio pensaba que no había quién pensara igual, pero luego, me di cuenta que somos más de los que creemos. Y que NO está mal NO seguir el camino de todos. Construir, al fin y al cabo, siempre será difícil.




domingo, 12 de noviembre de 2017

"Verde que te quiero verde"

En el cráter del volcán Azufral, a un poco más de 4.000 metros de altura reposa una laguna color esmeralda cubierta de un manto de niebla. Hace frío y la caminata es larga y demandante. Es el filo de las montañas, de los Andes, ese imponente tesoro de las alturas que tiene nuestro país. No es frecuente escuchar personas que vayan a visitar el sur del país, salvo tal vez por el Amazonas, al menos en mi círculo cercano. A veces tengo la impresión de que las personas en Bogotá estamos más preocupadas por ir a conocer otros lugares del mundo y ni siquiera volteamos a ver las maravillas que hay en Colombia. No me excluyo, yo misma estuve tratando de ahorrar para irme a Europa un mes, con un afán frenético que finalmente no prosperó por diferentes razones. Pero, han aparecido un sinnúmero de viajes dentro de mi tierra, esta que amo tanto, que me han enseñado muchas cosas.


Llegué al departamento de Nariño con la laguna verde en la cabeza, sabiendo que tenía que ir a conocerla a toda costa. Después de una larga labor de convencimiento, fuimos una mañana a Túquerres en un bus. Una vez llegamos, contratamos un carro que nos llevara hasta el punto de partida de la caminata, el ingreso a esa reserva gélida llena de frailejones y pastos altos. Fuimos los últimos en entrar, por lo cual decidimos avanzar a paso ligero, para no quedarnos solos en los casi 7 Km de camino. No sé bien cuánto tiempo pasó, íbamos rápido y eso nos permitió omitir la sensación del frío, avanzábamos sin largos descansos y justo cuando pensábamos que íbamos a llegar, iniciaba otra cuesta más difícil que la anterior. Saqué todas mis fuerzas en el último tramo y llegamos por fin a una zona plana donde nos esperaba una valla dando la bienvenida a la laguna. Decía específicamente que era mejor guardar silencio y nos habían recomendado lo mismo, pero no entendíamos bien por qué. Luego llegamos al mirador y ella, con su forma de media luna y su color verde intenso, nos recibió en todo su esplendor. Pero justo cuando llegamos y exclamamos en voz alta que al fin habíamos alcanzado nuestro destino, mientras saludábamos a los señores que vendían agua de panela, el cráter se cubrió con una densa niebla, que escondía tras de sí el tesoro que habíamos ido a conocer.





El asunto del silencio era real. Y no lo creería de no ser porque estuve ahí. Por lo que he visto, el monte siempre guarda una enorme cantidad de secretos. Los he detectado en las cascadas de Santa María en Boyacá, en la Ciénaga del Chucurí y en Puerto Parra en Santander, en el monte del Tayrona en Magdalena, en Puerto López y Puerto Gaitán en el Meta y ahora, en esta imponente montaña, donde la niebla pasa como si fuera la dueña del lugar, a paso firme y ligero. Mientras preguntamos algunas cosas, la niebla cubrió completamente el volcán. De no ser porque la había visto hacía un momento, no habría creído que la laguna verde estuviese en el cráter. Iniciamos el descenso a las playas de azufre, con cuidado porque son bien empinadas y decidimos guardar silencio. Las dos o tres personas que estaban abajo comenzaron a subir y nos cruzamos con ellas en las escaleras improvisadas. Las saludamos rápidamente y seguimos nuestro camino, hasta llegar a la laguna negra, la primera que uno encuentra en el cráter. Para ese momento, sólo estábamos nosotros en la montaña porque quienes vendían agua de panela ya se habían ido. Permanecimos en silencio mientras nos aproximábamos a la laguna verde. Y entonces, como si alguien retirara una manta, la niebla desapareció y comenzó a brillar el sol. La laguna se presentó con toda su belleza frente a nuestros ojos y brilló ante el sol que ahora la cubría. Es uno de los lugares más hermosos que he visto en la vida. La energía de ese volcán, las fumarolas, el olor a azufre, el agua hirviendo, el color verde que parece descomponerse en amarillo y azul, el frío y a la vez el calor por el sol que cae a esos 4.000 metros. La laguna verde es aún más increíble de lo que pensé. Estuvimos ahí alrededor de 40 minutos, porque no es buena idea inhalar tanto ese azufre. Salimos en silencio también y nos despedimos en el mirador de nuevo, mientras la laguna volvía a cerrar su telón de niebla espesa.  En todo el tiempo que estuvimos viéndola, estuve pensando en ese poema de García Lorca, "Romance Sonámbulo":

"Verde que te quiero verde
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña"


domingo, 27 de agosto de 2017

Los escritores rusos

Hace ya varios años, cuando estaba terminado el colegio o iniciando la universidad, no estoy muy segura, tuve la idea de escribir una lista de libros que debía leer antes de morir. Ahora que lo pienso, es un poco curioso, porque a los 17 o 18 años uno no está muy preocupado por cosas así. En todo caso, dentro de la larga lista de clásicos que tuve que sacar de lo que otras personas me contaban o de listados en internet de grandes obras, había dos libros emblemáticos, que marcarían mi vida para siempre: Crimen y Castigo y Anna Karenina.

No sé nada de los rusos. Mi mayor obsesión europea se centró en Francia, es decir, pasé mucho tiempo anhelando conocer París inicialmente y lo que pudiera de ese país, por pura pasión descontrolada y sin mayor argumento. Cuando leí Nuestra Señora de París de Victor Hugo, deseé conocerla aún más y estuve ahorrando un tiempo para poder ir a hacer un tour maratónico por Europa, esperando sobretodo ver la ciudad de la luz. Esa idea sigue firme, aunque con algunos cambios drásticos. Pero luego, se me atravesó en el camino la literatura y la música clásica rusa (además de otros gastos inesperados que dejaron el ahorro un poco estancado).

El primero en el camino fue Crimen y Castigo. Gran libro, grandísimo. Dostoyevski plasma la desesperación como nadie en el mundo y los sentimientos en general. Leer ese libro fue para mí una montaña rusa emocional que mezclaba con gran delicadeza malestar, ira, temor, preocupación, ganas de salvar a Raskólnikov, esperanza y emoción. Nunca se sabe bien qué va a pasar, no se sabe qué esperar y eso lo vuelve tan necesario como el aire. Leer a Dostoyevski es como entrar a las escenas que describe, como ir caminando por las calles que recorre el protagonista, es sentir la suciedad, la enfermedad, la fiebre, la angustia y la sangre fría. Y también la angustia filosófica.

El siguiente fue La Muerte de Iván Ilich de Tolstoi. Una historia relativamente corta pero intensa (al parecer como todo lo que escriben los rusos). El dolor y la negación a la muerte en medio de la agonía, son lo que caracteriza a este libro. Encontrar, tal vez, el sentido a todo por lo que se ha luchado cuando parece derrumbarse sin más ni más. Es también una gran historia.



El Jugador de Dostoyesvki llegó después y me costó un poco más. El vicio, la perdición y un poco de crueldad es como yo describiría este libro. Aquí me di cuenta que los escritores rusos tenían serias críticas a cómo se movía la alta sociedad, la burguesía y a ese trato despótico que tenían los europeos sobre los rusos, con un toque de superioridad. Al menos, es lo que se plasmaba en sus historias.

Luego, llegó la emblemática Anna Karenina de Tolstoi. Que maravilla de libro. Estoy por terminarlo en este momento, con la melancolía que siempre siento cuando estoy terminando una gran historia. Anna y Levin, han sido mis personajes favoritos en estas 1000 páginas del libro y no quisiera dejarlos, por lo cual decidí escribir esta entrada. También con este libro saltaron a la vista algunas cosas en común con los demás, que concluí que no entendería bien a menos que aprendiera sobre la historia de los rusos. Y entonces, decidí comenzar a investigar, para poder contextualizar todo el mar de sentimientos que me han despertado estos escritores.

No he encontrado autores que expresen tan bien los sentimientos humanos, las luchas internas y la incoherencia que a veces nos caracteriza a todos como los rusos. Por eso, me he enamorado de ellos. Y por eso también, he decidido comprar más libros de otros autores diferentes de estos dos que ya conozco, para ver qué más encuentro, como una especie de mensaje en clave que no puede deberse a otra cosa más que al pueblo maravilloso que son. 

sábado, 26 de agosto de 2017

Grandes ideales

El asunto de la sociedad latinoamericana me lleva dando vueltas en la cabeza un buen tiempo, por dos razones importantes. La primera, porque estoy hasta la coronilla de aquellos - y me incluyo, porque así fui en el pasado - que pasan la vida sentados en un estrado imaginario criticando que los colombianos somos así o asá, que los latinos somos esto o lo otro y en general, con ese mensaje implícito de ser inferiores a los europeos o a los norteamericanos, destilando veneno constantemente, como si fuera necesario reforzar la idea de que no sólo somos peores sino que jamás seremos como ellos. No, jamás seremos como ellos. Y eso no está mal. Simplemente somos diferentes.

La segunda razón es que me he devanado los sesos tratando de dilucidar cómo es realmente nuestro pueblo. Qué convicciones tiene, qué características tiene, qué defectos y virtudes tiene pero eso sí, dejando de lado la comparación odiosa, en la que irremediablemente salimos perdiendo. Claro, si yo quiero determinar la habilidad de volar de un pez y de un ave, el pez va a perder siempre. Pero valdría la pena también evaluar cómo nada el ave a ver si el asunto sigue siendo igual. No hay por qué pensar que volar es lo correcto y nadar lo incorrecto o que volar es superior a nadar. Sucede y eso es todo. Hay una historia que lo explica, sí y valdría la pena sentarse a leer en lugar de lanzar críticas sin cesar por absolutamente cada cosa que sucede.

Sé bien que algunas personas están más que convencidas de la inferioridad de nuestro pueblo, de nuestra raza, de nuestra historia, de nuestra política, sociedad, economía, ciencia, arte y desarrollo. Sé bien que a muchos de ellos, nadie podrá convencerlos de lo contrario y que hacen lo posible para irse, porque sin duda la situación aquí está mal y tiene muchísimos problemas (y ojo, de eso soy muy consciente). Sin embargo, estaba pensando que el mayor aporte de estas personas sería precisamente buscar esos rumbos para mejorar su calidad de vida y evitar sumir a este pueblo golpeado en una desesperación peor con las constantes críticas, que sólo fijan en el subconsciente el mismo mensaje de inferioridad. 

Hace unos años, cuando comencé la maestría, una mujer brillante me dijo que la gente le preguntaba por qué no se había ido del país a hacer su doctorado, sino que había decidido quedarse aquí, donde no se destina nada a la ciencia, en un lugar donde no importa la educación, cuando ella habría podido ganarse una beca e irse. Yo me había preguntado lo mismo desde que la conocí. Ella respondió con firmeza que había decidido dar la pelea por este país, destinar su vida a luchar por lograr algo acá, donde todo está por hacerse, donde hay injusticias, corrupción y hambre sí, pero en este, el país que la vio nacer. Su discurso es tan convincente, que yo misma quise, desde ese día perseguir ese sueño. Y ahora, tiempo después, al escuchar a tantos colegas y personas inteligentes que aprecio hablar de Colombia y de Latinoamérica como si fuera la peor escoria del mundo, estoy convencida que hacen bien en irse y perseguir sus sueños, llegando a sociedades que han vivido otras cosas, con una consciencia diferente, las que ellos mismos consideran superiores. Aquí, sin embargo, necesitamos personas como ella, con ese compromiso infinito y esa fe inspiradora, para ver si unidos podemos lograr algo.

Ella alimentó en lo profundo de mi alma el sueño de hacer algo por este país desde donde puedo y siento que es lo que estoy haciendo. Ahora, creo que necesito un ideal más grande y lo estoy buscando. Estoy segura, sin embargo, que ese ideal estará destinado a tomar las riendas y no criticar más.

martes, 8 de agosto de 2017

Trabajando por milagros

Yo decidí estudiar una ciencia pura, con la idea casi mágica de hallar o inventar algo que pudiera ser de utilidad para la humanidad. Digo casi mágica porque aunque para una niña o una adolescente parece algo muy posible, me encontré de frente con la compleja realidad en que las necesidades del mundo superan con creces lo que uno se imagina y en que hallar o inventar algo útil es bien difícil. En algún punto de la carrera me convencí de que la rama de la biología que más me gustaba - la biología celular - era bastante reduccionista, tanto que sería prácticamente imposible ver que algo que yo hiciera pudiera migrar a alguna aplicación en el mundo real. Trabajé con enfermedades tropicales un tiempo y luego, se abrió la oportunidad de trabajar con células madre. La esperanza se levanta de nuevo, terminé soñando irremediablemente con salvar al mundo de la leucemia, con ayudar a la gente, con inventar algo, con encontrar algo, lo que sea. Sin embargo, tres años de arduo trabajo en un proyecto que no produjo resultados concluyentes aminoraron de nuevo la llama viva en el corazón y en numerosas charlas cargadas de frustración con mis amigos (que también estaban haciendo la maestría) decidimos que simplemente teníamos que terminar la tesis como fuera, graduarnos y entender que no íbamos a salvar al mundo de la leishmaniasis, ni a inventar curas para el cáncer o que al menos, no viviríamos para ver algo tangible que fuera producto de nuestro trabajo. Ni hablar de la esperanza más que muerta de hacer algo por este país. 

Sin embargo, para mi sorpresa, la idea se hallaba aún dormida en lo más escondido del alma. Terminé trabajando en el primer Banco Público de Sangre de Cordón Umbilical en proyectos de investigación. Todo estuvo un tiempo estable, nos dedicamos a almacenar unidades de excelente calidad, viendo distante su utilización en un paciente en el país, principalmente por la ausencia de legislación, por las respuestas del Ministerio, en fin, por mil asuntos complicados. Luego, de alguna manera los astros se alinearon y apareció un paciente de apenas 10 meses de nacido con una enfermedad genética del sistema inmune, que impide que pueda defenderse de las infecciones de cualquier tipo. El bebé había pasado casi más tiempo de su vida hospitalizado que en su casa y la única oportunidad de salvarlo era haciendo un trasplante. Como ya mencioné en otra entrada, los médicos no encontraron en las bases de datos del mundo un donante compatible, salvo por una de nuestras mejores unidades. Y ahí comenzó la odisea de organizar todo para enviar la unidad a Medellín. Angelo, el paciente que recibiría su oportunidad en una bolsa de sangre de 31 ml, congelada en nitrógeno líquido a -180°C y que representó para un grupo entero de personas uno de los mayores logros de la vida. 



Ya pasaron más de 30 días después del trasplante. El sistema inmune de Angelo comenzó a reconstituirse gracias a un donante de un hospital público de Bogotá, ya tiene de nuevo las mejillas rosadas y salió en los medios de comunicación a través de una rueda de prensa a la que no asistieron tantos periodistas como se pensaba, porque estaban cubriendo una noticia de corrupción. 

El viernes celebramos el cumpleaños anticipado de mi jefe, la directora del Banco, quien hizo todo esto posible y de uno de mis grandes amigos, que se irá próximamente a hacer un doctorado en McGill. Dijeron sus palabras de agradecimiento con la vida y nos hicieron llorar - incluso a mí, que tengo la fama del corazón más frío del Banco - sobretodo pensando en esa vida, en ese niño a quién se le otorgó una oportunidad, a quien le dimos una oportunidad. El director del Instituto mencionó que en este país, tal vez, la vida de un niño no representa una gran noticia porque venden más otras cosas, como los escándalos o la farándula, pero para la mamá del niño, lo es todo. Nosotros no somos cantantes, actores, ni modelos, no salimos lindos en las fotos o los videos y nuestra vida no da de qué hablar. Pero lo logramos. Hicimos algo por el país que nos vio nacer, algo por alguien que necesitaba ayuda. Y eso, podría decir, me basta para encender otra vez esa llama en el corazón y volver a creer. 





lunes, 7 de agosto de 2017

Grandes maestros

Bailo desde que tengo 4 años, quien me conoce sabe que siempre cuento esa historia. Alguna vez consideré la idea de ser bailarina, de dedicar mi vida a eso. Bailé ballet, flamenco, danza árabe y ahora salsa. Tal vez sólo la biología equipara el amor que siento por el baile. Las rolas tenemos fama de no poder bailar nada, pero qué importa, a mí me gusta.

Esos mismos ires y venires en los diferentes géneros musicales que he intentado bailar me han presentado un sinnúmero de maestros de danza. La primera que recuerdo era una mujer muy particular en el colegio, con uñas postizas que exigía flexibilidad de profesionales, que gritaba todo el tiempo y que nos enseñó una coreografía bastante extraña sobre unos diablos usando truzas rojas, baletas y unos chinchines. Yo era - léase bien - el diablo mayor. Fue un episodio bastante extraño. Fuera del colegio me dediqué primero al ballet y luego al flamenco, aprendí coreografías y me presenté en varias partes. Me gustaba mucho, aprendí técnicas, pero sobretodo repetí secuencias de danza. Con la danza árabe, aprendí secuencias también y después de varios años, nos enseñaron a escuchar los ritmos, la música, a seguirla y a inspirarse en el músico para bailar, pero siendo realmente honestos, creo que nunca tuve talento para el estilo clásico.

Luego, apareció la salsa. No voy a repetir lo que ya he dicho en otro post sobre el género en sí. Ahora quiero hablar del maestro. Creo que nunca había conocido a alguien que respirara tanta habilidad con el baile, que entendiera de esa forma la esencia misma de lo que hace. La claridad que tiene con respecto a la teoría y a los movimientos en sí es increíble. Recientemente, decidió salir de todas las academias y formar sus propios grupos y llevar las clases de la forma en que él considera mejor. Nos enseña secuencias individuales o en parejas en cada clase, pero jamás repite una coreografía. No pretende que aprendamos de memoria unos pasos que cuadren perfecto con la música justo como él lo ha creado, sino que nosotros mismos seamos capaces de crear nuestro propio estilo, pero no espera que eso simplemente pase sino que nos muestra las herramientas para hacerlo. Es difícil, sin duda. Y en general, no me sale tan bien. Pero lo más interesante de todo es que uno siente que está creando algo, que está en contacto con el arte. Salvo por unas cuantas reglas, que en realidad son pocas, no hay límites y eso es genial. Imitar es ciertamente más fácil que crear, pero como el profe dice:

"Si ustedes salen a la rumba y siguen la música con sus propios movimientos basados en lo que les he enseñado, el baile no se muere."


martes, 20 de junio de 2017

"Esta eterna búsqueda de la verdad es agotadora"

Ximena y yo estábamos tratando de diseñar unos experimentos con base en unos resultados que tengo gracias a una serendipia. Pasamos horas pensando en lo que podría estar pasando y buscando cómo demostrarlo cuando ella soltó así de improviso la frase del título: "esta eterna búsqueda de la verdad es agotadora". Puse toda mi fe en el conocimiento desde que era una niña. Estaba más que convencida que ese era mi lugar en el mundo, que ahí pertenecía y que eso explicaba por qué me costaba tanto trabajo socializar o entender lo que pasaba durante la pubertad y la adolescencia fuera del ámbito académico. Soy buena en eso y estaba convencida de que era una especie de hogar encontrado, un tesoro buscado y hallado y que además, era el camino que debía perseguir para alcanzar la felicidad. El conocimiento es para mí un tesoro invaluable y aprender es probablemente, lo que más amo en la vida.

Nietzsche menciona en su "Origen de la tragedia" que el optimismo del pensamiento Socrático conlleva finalmente a una profunda tristeza porque es tan grande el mar del conocimiento que la luz a través de la cual se trata de ver para comprenderlo es y será siempre irremediablemente insuficiente. Nunca, por mucho que se investigue se logrará entenderlo y explicarlo todo desde el punto de vista puramente teórico, desde el conocimiento y la lógica. Y, cuando el hombre académico literalmente entierra toda esperanza de hallar respuestas a través de otros caminos, se encontrará encerrado sin salida, ante el derrumbe del castillo de naipes sobre el cual había puesto todas sus esperanzas. Para Nietzsche es el arte, pero no el académico, sino el arte primigenio, el del Apolo y el Dionisio que reside en los humanos, aquel que puede atreverse a construir y a "explicar" de cierta forma la verdadera esencia de las cosas. Sábato se dio cuenta de eso y abandonó la ciencia para dedicarse al arte. Stephen Hawking menciona en su "Breve Historia del Tiempo" que los científicos se encargan solo de buscar, entender y explicar los fenómenos, más no de hallar la razón por la cual ocurren de esa manera y le atribuye a los filósofos la búsqueda del sentido de esos mismos fenómenos. Es verdad. No importa cuánto haya confiado en la lógica y en la academia, tiene grandes limitaciones y no puede explicarlo ni reemplazarlo todo. O al menos, no para mí.

Me pregunté mientras leía si Sócrates, prácticamente el padre del pensamiento científico y lógico, quién designaba el conocimiento como virtud, habría implantado ideas tan profundas que dejen de lado el sentimiento puro y craso, ese que no es lógico, que es impulsivo y que debe salir de alguna manera, estilizada o no para expresar cómo el hombre percibe el mundo, su existencia y su vida. Nuestra cultura, la latinoamericana y por lo tanto la colombiana, es más bien impulsiva. Basta vernos para darse cuenta. Sin embargo, todos tendemos a pensar que es inferior, poco culta, que no vale. Tal vez, ese modelo de pensamiento occidental se encuentra de frente contra un muro ante un pueblo esclavizado desde siempre, cuya única arma y libertad se encuentra en la cultura popular, en el arte, en la música, en la danza, en Dionisio. Tal vez, por eso, hoy más que nunca siento que el conocimiento es realmente agotador, que tiene límites y que es absolutamente necesario hallar respuestas en otra parte.    

viernes, 2 de junio de 2017

Rock

"To be vulnerable
is needed most of all
if you intend to truly fall apart"

Con los años me he alejado un poco del rock. Pero a veces, vuelvo a él y me quedo inmersa en ese mundo, ese que conozco y en el que me muevo como pez en el agua. Es como si entre el blues y el rock viviera mi alma, o al menos una parte de ella. Siempre está ahí. Siempre la encuentro. Debo admitir que tiende un poco a la depresión, pero es un lugar cómodo, me siento bien ahí. La aprovecho mientras dura la sensación y luego salgo de nuevo a la superficie. Hoy venía pensando en el bus por qué siempre busco este lugar. Creo que es mío, nunca ha dejado de serlo, no importa cuántos años pasen. Hay una gran parte de mí que no solo está ahí, sino que ES eso. 



lunes, 22 de mayo de 2017

El gran día ha llegado

El primer banco público de Sangre de Cordón Umbilical inició su funcionamiento en el año 2014, con recursos de regalías. Es una apuesta costosa y compleja, que se ha forjado con un grupo de personas inteligentes y trabajadoras (en su mayoría mujeres) y cuyo principal propósito es prestar un servicio a la comunidad, aportarle algo a este país. Yo empecé a trabajar allá hace poco más de dos años y desde entonces hemos perseguido la idea de realizar el primer trasplante a un paciente colombiano con alguna de nuestras unidades criopreservadas. Hacer algo. Ayudar en algo. 

Después de un sinnúmero de situaciones extrañas, los planetas finalmente se alinearon para que esto ocurriera. Un hospital en otra ciudad nos ha solicitado buscar unidades compatibles con algunos de sus pacientes, sin mayor éxito. Pero entonces, hace alrededor de un mes, encontramos una unidad de sangre de cordón de nuestro banco compatible con un paciente pediátrico, una bastante buena. Como en el país no hay legislación con respecto a los bancos de sangre de cordón umbilical y a este tipo de terapias avanzadas - esto es, casi podría abrir un banco de cordón en mi casa y nadie puede decirme mayor cosa - los médicos tratantes solicitaron autorización al Ministerio de Salud. Ellos respondieron que dado que no hay norma y que para los trasplantes por lo general se traen unidades de España o de Estados Unidos, eran los médicos quienes podrían tomar la decisión y asumirla con sus consecuencias. Ellos ya habían buscado en las bases de datos internacionales, sin éxito. La única esperanza para este paciente es esta unidad. Entonces aceptaron.

Se me eriza la piel con solo escribir esto. Siento vértigo y emoción y felicidad y ansiedad solo con pensarlo. Hoy es el gran día. Después de semanas de realizar pruebas de control de calidad, documentación, simulacros, reuniones, de elaborar protocolos, hoy, por fin, se va la unidad. Nuestro sueño, ese que hemos perseguido tanto, al fin se hará realidad. El banco y todo su personal - y doy fe de eso - ha hecho lo mejor posible por colectar, procesar y congelar estas unidades, bajo estándares de calidad óptimos. Estamos todos increíblemente emocionados. Esta noche sacaremos del tanque de nitrógeno esa unidad, para enviarla a su destino. La semana pasada estuve viendo un trasplante a un paciente de 3 años de edad. Lloré en la puerta mientras lo veía recibir la sangre estando canalizado. Creo que ahí entendí que hay momentos en que no se puede hacer nada más que tener fe. Este es otro de esos momentos. 

miércoles, 10 de mayo de 2017

¿A qué tanto le temes?

¿A qué tanto le temes si ante todo te tienes tú?
¿a qué tanto le temes si todos los días te levantas a trabajar en algo que amas?
¿a qué tanto le temes si pase lo que pase seguirás siendo la misma?
¿si nada te quitará lo que eres, lo que sientes, lo que sabes y lo que has vivido?

¿Por qué vivir asustada si tienes dos piernas fuertes para caminar, correr y bailar?
¿por qué tener miedo si tienes brazos y manos para trabajar?
¿por qué querer huir si hay dos pulmones, un corazón y un cerebro funcionando normalmente?

¿A qué tanto le temes si cuando el mundo se ha derrumbado has recogido los pedazos para volverte a construir?
¿por qué asustarse si te ha costado llegar a donde estás?
¿qué te asusta de la destrucción si siempre has renacido de las cenizas?

¿Qué deberías temer si tienes un mundo entero de conocimiento para aprender?
¿por qué asustarse si hay múltiples caminos para tomar, muchos lugares para recorrer y tantas opciones por conocer?
¿por qué dudar de si serás capaz de enfrentar cualquier cosa si has batallado antes con dragones?
¿por qué asustarse por lo que vendrá y dudar de poder asumirlo con la frente en alto, como en todas las demás ocasiones?

¿Por qué dudar de lo que te has demostrado ser tantas veces?
¿A qué tanto le temes si siempre te tendrás tú?

jueves, 4 de mayo de 2017

De pelos (ironías de temas vanos)

Hace muchos años yo tenía el cabello castaño y liso. Supremamente liso. Sin embargo, en ese momento no me importaba mucho eso, era una niña a la que sólo le gustaba estudiar y jugar. Sin embargo, cuando comenzó la maratónica adolescencia, esa en que uno comienza a preocuparse por gustarle a los niños y por arreglarse y ser bonita, mi cabello decidió tener personalidad propia y quedó siendo un extraño híbrido entre los muy bien formados crespos de mi mamá el liso cabello de mi papá. Apareció entonces una larga historia de rabia, porque no se definía, porque no era ni lo uno ni lo otro, porque yo no sabía cómo manejarlo y porque me parecía horrible.

Me parece un poco vano escribir esto. Pero es que la apariencia física se me ha convertido a lo largo de los años en un serio problema, una especie de lastre que cargo casi adherido a la espalda y que no me deja en paz del todo. Con el tiempo, se impuso el cabello liso y largo e intenté seguir la tendencia, sin éxito por supuesto porque si me dejo crecer demasiado el cabello, pierde completamente la forma, es increíblemente abundante y ciertamente, no será liso jamás. Lo odié por años. Deseé que fuera ordenado, de otro color, sin frizz, en fin, quería cambiarlo del todo.

En un punto de mi vida, dejé de prestarle atención. Me lo dejé crecer por 7 u 8 meses, sin tratar de peinarlo, sin cuidarlo mucho y como era de esperarse, siguió siendo el mismo híbrido de siempre. Luego, decidí ir finalmente a la peluquería y después de un corte un tanto desatinado, logré encontrar a alguien que le dio forma (o eso, al menos, dicen los demás).

Me acostumbré a odiarlo. Me repetía siempre al espejo que no podía hacer nada con ese desastre. Pero luego, a veces, salía y me encontraba con alguna persona que me decía que estaba bonito. Pensé que lo decían por burlarse o porque sabían de mi eterna crisis adolescente al respecto, hasta que en el trabajo me lo dijeron varias personas que no estaban al tanto. Ximena, por ejemplo, siempre que me ve, lo menciona.

Es irónico que algo que detesto tanto, por lo que siento tanta ira reprimida al verme al espejo, reciba halagos de otros. Ayer comenté el asunto en un pasillo y me dijeron que era hora de reconciliarme con esta historia. Y como para dejar ir las cosas, es necesario escribirlas, pues bueno, aquí está.






jueves, 27 de abril de 2017

Mujeres Maravillosas

Mujeres de todas las edades golpeadas, agredidas, violentadas, atacadas con ácido, violadas y hasta empaladas por todas partes. Mujeres anuladas, con problemas de autoestima, mujeres que no ven lo bueno que tienen ni siquiera escarbando en lo más profundo del inconsciente (y en este grupo me incluyo). Mujeres que han sido y son hoy en día una especie de botín de guerra, objetos decorativos, adornos anulados. Y aún así, mujeres que luchan todos los días, que son madres, que trabajan, que dirigen hogares, que dirigen empresas, que enseñan y que siguen de pie, a pesar de todo.

Trabajo en un lugar que hace ciencia y que se mueve bajo intereses altruistas. Es un lugar donde hay un sinnúmero de mujeres inteligentes y maravillosas, que han estudiado y lo siguen haciendo y que se esfuerzan todos los días para leer más, aprender más, trabajar más, inventar, descubrir y desarrollar. En este lugar, hay muy pocos hombres: sólo dos jefes y uno que otro más, pero el 99% del personal son mujeres. Las veo todos los días y las admiro mucho. Acabamos de leer un artículo de cómo se hacen trasplantes de sangre de cordón umbilical a pacientes con enfermedades hematológicas, escrito principalmente por mujeres: ellas, que coordinan las áreas de trasplante de algunos hospitales y que además dirigen los bancos de sangre de cordón. Hay muchas mujeres también que no conozco y que están ahí, a diario, trabajando, ocupadas, pensando cosas nuevas. Esta no es una nota feminazi, esa palabra con la que algunos designan todo ahora cuando alguna de nosotras quiere alzar la voz y decir lo que piensa. No pretendo decir que somos mejores que los hombres o que ellos son malos. Esta es una nota que quiere destacar un ejemplo de resiliencia y de lucha. En un mundo que se ha empeñado en culparnos de muchas cosas, en especial de las cosas que nos pasan, se escuchan por fin, más y más voces cada vez que nos repiten que esas cosas no son nuestra culpa, ni nuestra entera responsabilidad y que somos maravillosas, cada una de diversas formas.

No quiero sonar como alguien que construye una teoría de conspiración con todo. Pero sí quisiera saber, ¿por qué si somos capaces de tantas cosas, si movemos fuerzas tan grandes, empresas, hogares, investigaciones, y muchas cosas más, seguimos cayendo a veces en ese oscuro mundo de menosprecio y de falta de amor propio? ¿Por qué sigue apareciendo una idea en mi cabeza (y en la de muchas mujeres que conozco) que me repite que no soy suficiente, que no tengo nada que aportar, que no soy bonita, que me compara de manera auto-destructiva con las demás? ¿Por qué no puedo estar en la orilla de la tranquilidad y de la auto-confianza? 

Hay pocas respuestas ahora. Pero quizás, aparecerán en algún momento.

martes, 18 de abril de 2017

Aprendiendo a sentir

Después de más de una década de negativas, me decidí por fin a ir a terapia psicológica. Está claro para quienes me conocen que soy bastante obstinada y sobretodo, que no me gusta pedir ayuda hasta estar en las últimas (aplica para la salud física y mental). Eso no me enorgullece realmente, en especial después de esperar en una salida de campo hasta el punto de no poder ponerme de pie por la deshidratación para recurrir a un médico.

A veces siento que estoy volviendo a empezar un proceso. Estuve releyendo una serie de escritos de este blog y es como si hubiera olvidado un montón de lecciones que había aprendido. De pronto fueron claras en ese momento, pero "no bajarás dos veces al mismo río" y ni yo soy la misma ni la vida tampoco. Se hace necesario comenzar de nuevo, paso a paso, corrigiendo errores, prejuicios, filtros, formas de pensar, ideas parásitas y sobretodo, dejando de lado tanto raciocinio y aprendiendo a sentir y a dejarse llevar por eso que uno siente (¡que alguien me ayude con eso, que es bien difícil!)

He racionalizado tanto mi vida, que a veces no es claro qué siento, qué quiero y hacia dónde voy a ir. La razón se me volvió un dogma irrefutable por varios años, para luego darme cuenta que las respuestas no estaban ahí, salvo por las de una tesis o un proyecto de investigación. Y entonces, cuando me preguntan qué siento, la verdad es que muchas veces no tengo idea. Si alguien pudiera ver mi mente en esos momentos, vería un espacio blanco, vacío. 

Es una búsqueda, supongo, que a veces me llena de desesperanza y de impotencia. Pero a veces, también, siento la imperiosa de necesidad de hacer algo, como por ejemplo de escribir esto.



jueves, 13 de abril de 2017

Latinoamérica

José María Samper fue uno de los primeros pensadores colombianos a quién muchos le debemos bastante. Fue él quien presentó el proyecto de ley que dio creación a la Universidad Nacional de Colombia, mi alma mater. Fue también uno de los primeros que se dedicó a repensar el continente como unidad y seguramente de los primeros en participar en la comprensión y construcción de nuestra nación y nuestro pueblo. Llegué a él por Victor Viviescas Monsalve, un ingeniero mecánico y dramaturgo colombiano, que participó en la cátedra Marta Traba. Marta, la escritora y crítica de arte argentina, que dedicó su vida a estudiar la cultura latinoamericana y que se enamoró de Colombia. De ella me habló Ana María, mi jefe, de su vida, de sus obras y de su trágica muerte, cuando se dirigía al Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana.

Seguramente a causa de la innegable crisis que está atravesando cada rincón del mundo - incluyendo nuestro país - y de unas tertulias históricas que hacemos con algunos amigos cada quince días, me he planteado seriamente si tenemos en realidad un sentido de pertenencia, una idiosincrasia, una construcción de lo que somos desde nosotros y no desde la perspectiva de quienes llegaron acá. Para eso, me he dedicado a leer a quienes lo han analizado (que son más bien pocos) y a buscar la fuente misma, la raíz de quienes estaban presentes en los momentos álgidos del nacimiento de nuestra cultura después de un evento tan crítico como la llegada de los colonos con lo que eso implica: la imposición de cientos de costumbres, la destrucción de las autóctonas, la extinción de los pueblos y finalmente la mezcla de razas, esa que hasta en nuestros genes es innegable. Cabe anotar que no es lo mismo iniciar una sociedad o una nación con un simple asentamiento de personas a iniciarlo después de la toma violenta de ese mismo asentamiento por parte de otra sociedad que ya tiene costumbres y cultura establecidas.

José María Samper escribe en su Ensayo sobre las revoluciones políticas un párrafo impactante (que menciona Monsalve en el texto derivado de la cátedra):

"¿Sabe Europa alguna otra cosa del continente o del mundo de Colombia? [...]. Parece que no, si juzgamos por los hechos. Las sociedades europeas saben que tenemos volcanes, terremotos, indios salvajes, caimanes, ríos inmensos, estupendas montañas, mosquitos, calor y fiebres en las costas y los valles húmedos, boas y mil clases de serpientes, negros y mestizos, y una insurrección o reacción a mañana y tarde. Saben también que producimos oro y plata, quinas y tabaco, y mil otros artículos de comercio. Eso es todo. Pero ¿conocen acaso nuestra historia colonial, la índole de nuestras revoluciones, los tipos de nuestras razas y castas, la estructura de nuestras instituciones, el genio de nuestras costumbres, las influencias que nos rodean, las condiciones del trato internacional que se nos da, las tendencias que nos animan, y el carácter de nuestra literatura, nuestro periodismo y nuestras relaciones íntimas?".

Parque Tayrona, Cabo San Juan. Santa Marta, Colombia.


Monsalve hace un análisis mucho más profundo que el mío. Pero lo primero que se me ocurrió al leer ese fragmento fue: ¿ESO ES TODO? ¡Sí, eso es todo! Samper se expresa tratando de engalanar una serie de factores prestados, que provienen de los colonos y habla de lo que representa nuestra mayor riqueza (las personas y la naturaleza) como si fueran cualquier cosa que no vale nada. Es decir, parece que trata a toda costa de resaltar una élite académica que se formó con base en esa misma cultura instaurada por los propios europeos y deja de lado lo que en realidad somos. No sé si el asunto es intencional o no, sería atrevido afirmar cualquier cosa. Pero Monsalve enfatiza que "el continente se piensa por primera vez como unidad desde la mirada del conquistador" y no puede ser más cierto.

Hoy sigue pasando. Los europeos y los norteamericanos (que hacen parte de nuestro continente pero se hallan fuera de Latinoamérica), que son las culturas líderes del mundo, saben bien qué es lo que tenemos. Conocen perfectamente nuestras fuentes hídricas, la riqueza de nuestra tierra, el oro, la plata, las frutas diversas, dulces y jugosas, la diversidad de nuestros animales, el calor de nuestra gente, el ritmo, los tambores, la libertad cultural que es lo único que no han podido quitarnos porque está en la sangre. Pero para nosotros, esas son cosas sin importancia. Estamos tan centrados en querer ser como ellos, en seguir sus instituciones, su ejemplo, su cultura, que no nos damos cuenta de la gran riqueza que tenemos. Es cierto, no todo es bueno, ¿pero acaso lo es en alguna cultura? ¿Podemos dejar de centrarnos únicamente en lo malo? Algunas personas me han dicho que no tengo razón, que ese es el mundo civilizado, que si algo funciona no hay que cambiarlo. Pero yo pienso diferente y mi punto de vista es válido. Hay que voltear a ver qué es lo que tenemos y apreciarlo y sentirlo propio, como un himno, así tan maravilloso como es. No es menos de lo que ellos tienen, es diferente. Y valdría la pena investigar más, para ver si eso que pensamos hoy, tantos años después es consecuencia de esa visión del colono, de aquel que quiso imponer y si estamos o no valorando lo que no podemos negar: lo que somos. 

No importa si no está de acuerdo conmigo, yo lo respeto. Pero esto es algo que necesitaba escribir. Ahora mismo me embarga un amor gigante por mi gente y por mi tierra, así, como es.  

"El que no quiere a su patria, no quiere a su madre. Soy América Latina, un pueblo sin piernas pero que camina"

jueves, 30 de marzo de 2017

Se Respira Salsa

Cuenta mi mamá que desde que yo tenía unos cuatro años, bailaba siempre que escuchaba música o bailaban en la televisión. Eso sí, cuando ella o cualquier otra persona llegaban al cuarto y me observaban bailando, les decía: "¡no me mire!" y dejaba de hacerlo. En mi familia siempre ha existido una gran pasión por bailar, pero creo que ninguno lo disfruta tanto como lo hacía mi papá. Le gustaban todos los tipos de música posibles, se sabía las canciones y en las fiestas siempre llamaba la atención por su forma de bailar y vivir la música. Lo vi desde muy pequeña y él fue quien me enseñó a bailar salsa (con "Rebelión" de Joe Arroyo, que le encantaba) y merengue siendo una adolescente, que eran los ritmos necesarios para sobrevivir en las fiestas en ese momento. Casi siempre pienso en él cuando bailo. 

Ante mi pasión secreta, mi mamá decidió meterme en clases de baile. Inicié con ballet cuando tenía 5 años, luego pasé a flamenco y aprendí jotas, sevillanas, pasodobles y a tocar castañuelas. Mi maestra, sin embargo rara vez lanzó algún cumplido y con el paso de los años, eso me cansó y lo dejé. Inicié la universidad y en algún punto tuve la necesidad imperiosa de seguir bailando, así que después de muchos intentos fallidos, logré un cupo en el grupo de danza árabe en el 2010, justo cuando estaba haciendo la tesis de pregrado. Para ese momento no dormía ni comía mucho por el estrés y la clase tenía justo el horario del almuerzo, pero no me importó. Comencé a bailar allí y luego me fui a la academia de mi maestra. Con ellas bailé hasta el 2014. 

Para el 2015, que comenzó otra etapa una vez finalicé la maestría - y dicho sea de paso, recuperé mi vida - me fui a bailar danza árabe en otra academia. Presentamos varias coreografías, entre ellas, un flamenco árabe que mezcló esos dos tipos de música y baile que me gustan tanto. Para el fin de año, hubo una presentación de todos los grupos de la academia: ballet, bachata, danza árabe, tango, hip hop, jazz y salsa. Cuando vi la presentación de salsa, tuve una especie de epifanía: tenía que bailar salsa. 



Comenzó el 2016 y siguiendo la idea de finales de año, me inscribí a un grupo de salsa que resultó ser de nivel intermedio. Fue muy extraño. Yo amo bailar y he disfrutado cada uno de los ritmos que he aprendido en la vida. Pero la salsa es algo que uno lleva en las venas, como si sintiera un llamado de generaciones perdidas, como si cada célula del cuerpo respondiera de alguna manera a la música. No es fácil describir lo que siento al bailar salsa y lo diferente que es bailar ritmos propios de otras regiones del mundo. Independientemente de lo mucho que me gusta la danza árabe y el flamenco y del tiempo que pasé aprendiendo sus ritmos y buscando percibir la música para enmarcarla en movimientos, la salsa es otra cosa, fluye sola de alguna manera, es un idioma que uno habla y entiende perfectamente. 

La salsa es seguramente una de las más valiosas herencias de la cultura latinoamericana. Si hay algo que puede describirnos bien, sin duda alguna es el baile, la música, la alegría y la rumba. Las fiestas de hoy en Bogotá no incluyen salsa a menos que uno vaya a bares específicos, a los cuales acostumbro ir ahora. Se respira salsa. Es indescriptible. 





domingo, 12 de marzo de 2017

Midnight in Paris

Esta es, sin duda una de mis películas favoritas. No es que yo sepa mucho de cine y tampoco sé tanto como me gustaría de arte y literatura pero sí que me puedo identificar con la obsesión loca por París (aunque no la conozco) y con la nostalgia por otras épocas. 

En realidad, cualquier lugar donde se respire arte parece perfecto y casi mágico, aún si es una casa en Bogotá donde hay cine, fiestas, arte y música. Es como estar en un universo paralelo. Es alejarse del mundo lo suficiente para liberar la mente y ser uno mismo, feliz y tranquilo. 

Creo que no es posible explicar este sentimiento. ¿Es posible realmente explicar los sentimientos? ¿Es necesario? No importa ya. Hay que vivirlo. Eso es todo.


viernes, 3 de marzo de 2017

Curar contra viento y marea

Trabajo en el primer banco público de sangre de cordón umbilical de Colombia desde hace casi dos años. Es un proyecto muy bonito, que me alegra el alma y el corazón cada día porque pretende poner a disposición de todo el mundo terapias médicas avanzadas para diversas enfermedades complejas. Cada mes rota por el banco durante una semana un médico que se encuentra especializándose en hematología pediátrica o de adultos para conocer los procedimientos de colecta, procesamiento, congelación y almacenamiento de sangre de cordón umbilical que obtenemos de donantes que tienen sus partos en los hospitales de la red distrital de Bogotá. Han pasado muchos tipos de médicos, algunos con mayor interés, otros escépticos, otros que se han sorprendido gratamente. La semana pasada estuvo una doctora que me impulsó a escribir esta entrada, porque es la primera que ha sido tan expresiva con su impresión del banco y con lo que éste puede significar para lo que realmente importa en todo este asunto: los pacientes. 

Al finalizar la rotación, los médicos siempre tienen que realizar una exposición sobre un artículo científico, por lo general de tipo clínico (es decir, que muestra resultados de procedimientos realizados en pacientes) y ahí uno se entera de muchas cosas porque básicamente, como biólogos, bien podemos estar enterados de la fisiología pero casi nunca de cómo se mueve el mundo clínico y de cómo es lidiar con el sistema de salud. Por supuesto, todos estos estudios son realizados en Estados Unidos o Europa y por lo general no reflejan mucho la realidad de los pacientes en nuestro país, principalmente en enfermedades como la leucemia.

El trasplante de células madre hematopoyéticas (que pueden provenir de la médula ósea de un donante o de sangre de cordón umbilical) es una terapia sugerida para el tratamiento de enfermedades en la sangre, que pueden ser malignas o no. Cada día se diagnostican en la ciudad de Bogotá un sinnúmero de casos de leucemia (voy a utilizar como ejemplo esta enfermedad, porque es la más común, la más frecuente y de la que mayor idea podemos tener en general) en pacientes de diversas edades y la terapia recomendada para el tratamiento es la quimioterapia y la radioterapia, las cuales tendrán diferentes intensidades de acuerdo con el estado del paciente, el tipo de leucemia y las condiciones generales de salud. Contrario a lo que en general se cree, el trasplante NO es la primera indicación de tratamiento, al menos en la mayoría de los casos. Sin embargo, hay bastantes en los cuales, posterior a un análisis del médico se requiere un trasplante lo más pronto posible en el paciente. El procedimiento no es sencillo. Deben realizarse numerosos análisis celulares y genéticos y cuidar el estado de salud del paciente y debe someterse a una quimioterapia de acondicionamiento, esto es, un tratamiento con fármacos fuertes que pretenden acabar hasta con la última célula leucémica del cuerpo. Inmediatamente el paciente entra en remisión (es decir, cuando no se detectan células malignas en la sangre) debe recibir el trasplante. Todos los residentes han sido claros en explicar cómo debe ser el protocolo. A la doctora que menciono le preguntamos cómo sucede en la vida real.

Cuando nos explicó, su expresión y voz cambiaron. Se nota que le duele, que ha visto pacientes en muy malas condiciones. Nos comentó que acá no se pueden realizar todas las pruebas rápidamente, como debería ser, sino que tardan meses en aprobar los pagos para las mismas, en caso de que los cubra el servicio de salud. No se dispone tampoco de todas las herramientas para determinar el riesgo genético en los pacientes, lo cual limita enormemente a los médicos en la toma de decisiones con respecto al paciente. Nos contó que una vez se dispone el trasplante, comienza el viacrusis de buscar un donante en la familia y si no se encuentra, en los registros nacionales de donantes de otros países, porque el nuestro no tiene uno (es decir, una base de datos con la información de personas sanas, altruistas, que quieran donar células sanguíneas y de las cuales se conocen secuencias de ADN que sirven para determinar compatibilidad). Cuando hay una unidad de sangre que le sirve al paciente, comienza el trámite de solicitarla, pero en todos esos ires y venires, han pasado seis meses o un año y el paciente ya ha recibido la quimioterapia de acondicionamiento y ha recaído en la leucemia una o dos veces, lo cual disminuye drásticamente la probabilidad de éxito del trasplante. Eso, si el paciente ha tenido la fortuna de encontrar un donante en otro país, puesto que nuestro perfil genético como población es diferente de los norteamericanos y europeos. 

Es una realidad muy triste. Creo firmemente que no todos los médicos tienen la misma calidad humana, que no a todos les importa mucho, pero he conocido muchos también que luchan con los pacientes y sufren con ellos, que tienen una vocación enorme. Ella es una de ellos. Dijo que no había tenido la más mínima fe en un banco de sangre de cordón umbilical en Colombia - por demás, casi como una ley los colombianos damos por sentado que todo lo de afuera es bueno y que lo hecho acá es malo - pero que ahora, viendo que éramos un grupo de personas tratando de hacer las cosas bien, se llenaba de esperanza en pensar que tal vez, algún día cercano, podamos ofrecer a los pacientes una posibilidad, una esperanza a tiempo. También siento la misma esperanza. 

jueves, 16 de febrero de 2017

La educación necesita un cambio

Siempre dije incesantemente que la docencia no era lo mío cuando me preguntaban qué iba a hacer siendo bióloga. La mayoría de las personas piensan que el destino inevitable de quien estudia alguna ciencia es ser maestro de colegio y lo que es peor: lo consideran una labor casi deshonrosa. Lamento decir que yo me contaba entre esas personas. Sin embargo, como más se demora uno en decir algo que la vida en callarle la boca, cuando me gradué encontré un trabajo como docente de un colegio bilingüe. En ese momento temí que todo fuera a ser un desastre principalmente porque jamás había enseñado nada y porque consideraba que no tenía la más mínima empatía con los niños. Sin embargo, también me equivoqué en eso.

Comencé a enseñar a niñas pequeñas, de 4° y 5° de primaria. Afortunadamente sé dibujar, porque eso las entretuvo bastante, pero me di cuenta que enseñar no es simplemente ir a pararse en frente de un grupo de personas y comenzar a recitar lo que uno sabe o memorizó y esperar que por ósmosis la gente simplemente entienda y responda un examen correctamente. El proceso de docencia es algo muchísimo más complejo, bastante desgastante y muy gratificante la mayoría de las veces. Después de un par de semanas en las que estuve reemplazando a una profesora, decidieron que me contratarían como tutora del colegio para biología y química. Eso quiere decir que yo iba a dar clases personalizadas a estudiantes de todos los cursos que iban mal en esas materias hasta que pudieran ponerse al día. Había muchísimos casos diferentes, a veces las niñas no entendían, otras veces no les gustaba, otras veces estaban atrasadas porque venían de otros países, o porque viajaban mucho. Cada caso era un universo completamente diferente y en ese orden de ideas, cada proceso de enseñanza era único.

Me di cuenta que la educación - al menos en lo que respecta a biología y química que es de lo que puedo hablar - necesita una reestructuración. De nada me sirve obligar a una estudiante a que se aprenda ecuaciones de ecología de poblaciones si no puede deducir algo a partir de unas ideas. Yo llegué pensando que todos hallaban en la biología lo que veo yo, pero me di cuenta (gracias a mi tío, que es docente) que me encontraría con un mar de personas con diferentes gustos, capacidades, habilidades y personalidades y que no todos tenían que ser como yo, apreciar lo que yo aprecio y querer aprender lo que yo enseño. Tuve alumnos que odiaban la biología y les terminó gustando. Tuve otros que sentían aprecio por la materia aunque les costara trabajo. Otros tenían un poder de deducción increíble y una enorme capacidad de conectar ideas (que es lo que más bien debería enfatizar la ciencia en los alumnos de educación básica) pero no les apasionaba irse por estas ramas cuando se graduaran. Me di cuenta que deficiencias básicas, como la comprensión de lectura, interferían enormemente en el proceso de aprendizaje de algunos de mis alumnos, a pesar de que "leían" al menos 10 libros al año que les dejaban de tarea.

La educación básica debe reformularse, estoy segura. Las personas deben aprender a leer y escribir bien, a conectar ideas, a deducir información. Eso, más que las ecuaciones, más que aprenderse de memoria los grupos taxonómicos, más que repetir información que realmente no entienden, porque así las cosas, esos datos no representan más que palabras inútiles en la vida de quienes se están formando. También me di cuenta que no todas las personas aprenden de la misma forma y que no debe despreciarse un alumno porque no entienda rápido o de la misma manera que otros, si es así, simplemente no has encontrado aún la forma de enseñarle. 

Tal vez, algún día, vuelva a enseñar. Es realmente uno de los más grandes retos que he enfrentado.

lunes, 13 de febrero de 2017

Universidad Nacional

Hoy estuve en una reunión en mi alma máter. Hace un buen tiempo no me asomaba por sus edificios, por sus grandes extensiones verdes. Hace tiempo no volvía al edificio de medicina, no pasaba por la plaza Che, ni por el Manuel Ancízar, ni por el edificio de posgrados de Humanidades. Hace tiempo no recorría el camino bordeado por árboles hacia la entrada de la calle 45, ni escuchaba a los estudiantes de música practicar con sus instrumentos frente al museo de arte. Recorrí esos espacios donde pasé ocho años de mi vida, donde hice muchísimos amigos, viví un sinnúmero de cosas y donde aprendí y conformé todo lo que soy ahora. 

Le debo todo a esa universidad. Y si no es así, es lo que siento dentro del corazón y del alma, cada vez que voy. Un amor profundo, tranquilo, un aprecio infinito.

Hay que ir a hacer un picnic. O a recorrer más espacios. A recordar y a construir nuevas experiencias. 


viernes, 10 de febrero de 2017

Dos semanas, cuatro journals, ninguna publicación

En todos los años que llevo trabajando en investigación desde que estaba estudiando biología, jamás he publicado nada en una revista científica por diversas razones. Algunas investigaciones no eran suficientes para publicar, otras veces no logramos organizarnos, por lo general no teníamos visión de lo que era potencialmente publicable y lo que no y en general, no sacábamos el tiempo para escribir y buscar dónde publicar. Es una verdad innegable, eso sí, que las publicaciones son la vida de quién investiga, de lo contrario, todos los datos obtenidos y el esfuerzo y dinero invertidos se diluirán en un mar de conocimiento que nadie consulta...como todas las investigaciones en que he participado, no nos vamos a mentir.

Finalmente, me encontré trabajando en un proyecto aplicable a la clínica, un proyecto grande. En mi trabajo nos pusimos manos a la obra con un buen equipo a construir un artículo científico. Revisamos la bibliografía, construimos el manuscrito un millón de veces, le dimos vueltas para que vendiera, nos basamos en otras publicaciones, en fin, hicimos de todo para obtener un trabajo de calidad, que valiera la pena y que pudiera ser considerado por revistas que trabajaran en ese campo. Inseguros de nuestras habilidades de redacción en inglés, lo sometimos a una revisión de lenguaje y corrección de estilo y literalmente 10 minutos después de recibir el manuscrito corregido, lo enviamos para someterlo a revisión en una revista indexada, cuyo enfoque es precisamente el de nuestro tema y en la cual revisamos si habían publicado artículos similares. Está bien, habría sido muy loco si nos hubiesen aceptado de una vez, demasiada suerte. Nos rechazaron, pero la causa fue bastante indignante.

El correo de rechazo decía que el par académico que lo revisó lo rechazó porque el artículo no coincidía con la visión y los temas a tratar de la revista. Curioso, cuando uno encuentra un sinnúmero de reportes similares (de otros países, claro) o cuando las referencias bibliográficas incluyen varios artículos de esa revista. Lo peor fue que realizaba una especie de resumen rápido del artículo, mencionando los hallazgos en Columbia...yo sé que este cuento está rayadísimo, pero ¡es Colombia, no Columbia! Eso me hizo pensar que tal vez sería buena idea dejar un mapa de Suramérica como Figura 1, para que no se pierdan algunos lectores de países desarrollados ni se abrumen con la geografía. Para finalizar, decía que no le quedaban claros algunos aspectos y los resumía en 3 o 4 preguntas cuya respuesta, por cierto estaba incluida en el texto. Entre eso y "Columbia" concluyo que ni siquiera se tomó el trabajo de leer lo mínimo de un artículo escrito por unos desconocidos de un país tercermundista de localización misteriosa.

No quiero generalizar, ni voy a decir que todo el mundo es igual. Sé también que ese rechazo es lo más esperable y que muchos tomarán esto como una pataleta simplemente. Sin embargo, sé también que hay numerosas publicaciones en revistas de mediano impacto que están increíblemente mal hechas, con tratamientos estadísticos inapropiados (cuando hay) y con experimentos mal diseñados, mal ejecutados o con resultados poco confiables. La supuesta élite académica, no tiene el más mínimo interés en saber si un artículo que debe revisar es bueno independientemente del lugar en que se realiza y no se toma el mínimo trabajo de leer bien lo que aparece en el escrito. Me recuerda ese experimento que hicieron unos suramericanos: enviaron un artículo con sus nombres y afiliaciones a una revista de mediano impacto y fueron rechazados rápidamente. Enviaron exactamente el mismo artículo, pero con nombres de autores de algún país Europeo a la misma revista. Lo aceptaron inmediatamente y lo publicaron.

miércoles, 1 de febrero de 2017

El Efecto Sábato

"En el Laboratorio Curie, en una de las más altas metas a las que podía aspirar un físico, me encontré vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento, seguí avanzando por una fuerte inercia que mi alma rechazaba."

Había escuchado muchas veces el nombre de Ernesto Sábato, pero jamás había leído sus libros ni sus ensayos. Tampoco sabía que era físico teórico, que había hecho un doctorado en ciencias físicas y matemáticas y que había trabajado como investigador en el Instituto Curie y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). No tenía idea que su vida había tenido un giro con el movimiento surrealista y que un buen día de 1943 decidió alejarse por completo de la ciencia para dedicarse de lleno a la literatura y la pintura. 

Comencé a leer La Resistencia y lo primero que vi fue precisamente la reseña de la vida del autor. En ese momento pensé - y aún lo pienso - que ese hombre cumplió mi sueño dorado. Luego, cuando comencé a leer los ensayos en sí, me di cuenta que tenía muchas cosas que decir, que se había dado cuenta de todo, de la farsa en la que se ha convertido el mundo, de cómo ignoramos lo realmente importante, de cómo la competencia con la que nos condicionan a todos nos termina destruyendo y de cómo estamos invadidos por una serie de elementos de distracción que no nos satisfacen, por los cuales no sabemos a dónde dirigirnos, a dónde mirar y que nos han alejado bastante de la verdadera felicidad.

Leer a Sábato fue increíblemente reparador. Sentí, literalmente, que de alguna manera este hombre había reunido todos los pedazos en los cuales estaba rota mi alma y los había vuelto a organizar, para formar algo nuevo. Sentí que podía hacer lo que quisiera, que no estaba mal rehusarse a seguir el camino tradicional de los científicos, que no era la única decepcionada de tantas cosas en la sociedad y que la llama del idealismo, esa que resurgió de las cenizas y que me impulsa a trabajar por puro y físico altruismo es completamente válida. Se siente al leer cada frase, que Sábato era una persona que había vivido muchos años y que se dio cuenta de un mensaje importante de la vida, algo pragmático, tranquilo, sabio. Uno no sabe bien cuál es exactamente el mensaje, pero la paz que transmite es inexplicable. Me di cuenta que soy presa de muchas costumbres dolorosas de la cultura, que llevo una gran cantidad de cargas del pasado y que es el momento de dejarlas atrás o más bien, de tratar de entenderlas y solucionarlas de una vez por todas, porque simplemente no se puede seguir viviendo así, torturándose y sufriendo. 

No puedo garantizar, por supuesto, que el efecto de leer a Sábato sea el mismo para todo el mundo. Sin embargo, estoy segura que al menos un mensaje importante para la vida puede extraerse de cualquier pieza escrita procedente de ese físico de profesión, que en el corazón llevaba tantas cosas.

domingo, 8 de enero de 2017

Hacer grandes cosas

Cuando comencé a estudiar biología, deposité toda mi confianza y mi fe en la academia, estaba convencida del poder del conocimiento para lograr grandes cosas que sean de utilidad para la humanidad y para el mundo. Es un pensamiento muy bonito, una ilusión que brilla con luz propia y que probablemente constituyó el motor más grande para continuar estudiando durante los cinco años de carrera. Sin embargo, al enfrentarme al mercado laboral una vez me gradué, noté que lograr eso que soñaba tanto, sería mucho más complicado de lo que pensaba y que requería más que talento y dedicación. Decidí aprovechar una oportunidad de la universidad y hacer una maestría trabajando con células madre, un campo por el cual había sentido curiosidad desde hacía tiempo, aunque no sabía prácticamente nada sobre ellas. Durante los casi tres años y medio que duré haciendo la maestría con una tesis que se salía un poco del alcance y el nivel ideales, mi ilusión se redujo casi hasta acabarse y terminé por darme cuenta que la ciencia se mueve actualmente por motivaciones mucho más vanas, como el ego y los intereses propios de los científicos y que está muy lejos de esa ilusión de entender el mundo, de aprender más, de utilizar el conocimiento en pro de la humanidad, esa que era mi mayor motivación. Destruí esa llama que estaba en mi interior, lloré muchas veces diciéndome que sin importar cuánto me esforzara jamás lograría algo, no podría curar enfermedades ni solucionar problemas. Me blindé bajo una muralla desconsiderada que quería moverse con los mismos motivos de muchos, alimentar el ego publicando artículos científicos o ganando becas y títulos de universidades de gran prestigio en países desarrollados, pregonando a los cuatro vientos en las redes sociales sobre esos "logros", que no alimentarían más que al amor propio.

Terminé la maestría persiguiendo solo el diploma, porque sabía que lo que había hecho en mi tesis no servía ni serviría de nada. Por fortuna, logré conseguir un trabajo en investigación con células madre, las cuales siguen siendo las dueñas de mi atención y con el tiempo y las personas que me rodean actualmente, he vuelto a recobrar la fe. Hemos analizado los artículos y los grupos científicos de una manera más crítica, bajándonos de esa nube etérea en la que se encargan de subirnos a veces, una especie de dimensión paralela creada para repetirnos entre nosotros que somos brillantes, sin darnos cuenta de la distancia enorme que nos separa del mundo real. El año pasado estuve cuestionando seriamente quién soy, desde todos los puntos de vista y atravesé una seria montaña rusa emocional, agotadora pero reveladora también. He leído mucho y he aprendido sobre temas, personas y cosas diferentes al mundo de las ciencias puras y encontré de nuevo esa pasión escondida, esa llama que sigue viva muy dentro de mí, que sabe que si la ciencia tiene contacto con el mundo real, puede lograr grandes cosas. 

La vida es de inicios y finales, de ciclos que se acaban constantemente para dar paso a unos nuevos. Es algo que siempre he sabido. Sin embargo, en medio de tantos obstáculos y confusión en los últimos años, había perdido de vista eso que siempre he querido. Había perdido completamente la fe en lo que creo. Puede ser sugestión por el cambio de año, por libros leídos y por reflexiones intensas, pero ahora mismo, vuelvo a creer que sí puedo lograr un cambio, que puedo hacer grandes cosas. He encontrado personas maravillosas, inteligentes y decididas que pueden respaldar ese camino. Encontré otra vez una razón para entrar a un laboratorio y esforzarme por buscar, analizar, crear y conectar datos y eso es maravilloso. 

La vida es un ejercicio de paciencia

Esto puede parecer increíblemente pretencioso pero la verdad es que no lo es: he tenido casi siempre como una costumbre general de vida no l...